Sydney Bristow (Jennifer Garner) es una inteligente, osada y atractiva agente de campo del SD-6, una sección secreta de la CIA empeñada en una guerra sin cuartel contra diversas amenazas criminales que operan a nivel global. Para desempeñar cada una de las arriesgadas y mortales misiones encomendadas por el manipulador líder del SD-6, Arvin Sloan (Ron Rifkin), Sydney contará con el inestimable apoyo de Marcus Dixon (Carl Lumbly) sobre el terreno y del genio de la informática y de la ingeniería Marshall Flinkman (Kevin Weisman) como encargado de burlas sistemas de alarma, piratear toda clase de ordenadores y diseñar gadgets que ya quisiera para sí el bueno de James Bond. La vida privada de Sydney además encara una etapa llena de felicidad ante la inminente boda con Danny, para la que cuenta con la ayuda de su mejor amiga Francie (Merrin Dungy) y de Will Tippin (Bradley Cooper), típico mejor-colega-enamorado-en-silencio. Para todos ellos Syd trabaja en una sucursal del banco Credit Dauphin que la obliga a viajar por medio mundo y atender largas reuniones de trabajo a horas intempestivas.

Por así decir, la vida de la señorita Bristow es lo suficientemente complicada como para provocarle quebraderos de cabeza día sí, día también, y eso cuando no necesita huir de sicarios armados hasta los dientes o debe soportar sesiones de tortura en alguna de sus misiones. Ante la cercanía de su boda decide contarle la verdad a su pareja y de esta forma eliminar cualquier traba que pudiera interponerse en su relación, aunque para ello desoiga los consejos de su padre y superior en el SD-6, Jack Bristow (Victor Garber), que le desaconseja realizar tal confesión. Al día siguiente de contarle a Danny la verdad, el mundo de Sydney vuela en mil pedazos. Danny aparece muerto y Jack le revela la verdadera situación: el SD-6 pertenece en realidad a una organización criminal conocida como La Alianza y él es un agente doble al servicio de la CIA que pretende recoger información que ayude a desmantelar el vasto imperio criminal de Sloan y sus iguales. La propia Sydney pasará a trabajar para la CIA en un peligroso juego doble que la pondrá en más de una ocasión al borde de la muerte, que acarreará desgracias sin cuento para su familia, compañeros y amigos y que exigirá de ella el máximo de sus capacidades simplemente para sobrevivir y mantener su/s tapadera/s. Afortunadamente en la CIA contará con el apoyo de los agentes Michael Vaughn (Michael Vartan) y Eric Weiss (Greg Grunberg) para lograr salir con éxito de las situaciones más peliagudas.

Esto que han leído ustedes no es más que el planteamiento de los primeros episodios de la serie, y la cosa dura cinco temporadas (105 episodios), aunque hay un hilo conductor para toda la serie, y este es Milo Rambaldi. Genio inventor, visionario y profeta que vivió en la Italia del siglo XV, Rambaldi avanzó conceptos tan importantes como la transmisión digital de información, los superconductores o la manipulación genética. Igualmente realizó una serie de ominosas predicciones que avanzaban un armageddon del que aparentemente Sydney Bristow sería la responsable. La obsesión de Sloan por la figura de Rambaldi y por desentrañar los misterios ocultos en sus artefactos y en sus teorías serán determinantes para La Alianza y posteriormente El Pacto, e implicarán a otros agentes libres con sus propios intereses como Julian Sark (David Anders), mercenario letal y refinado con el que los Bristow cruzarán sus caminos en más de una ocasión, Irina Derevko (Lena Olin), espía rusa con contactos en medio mundo y una determinación equivalente a la de Sloan, némesis absoluta de Syd y Jack o la no menos peligrosa Anna Espinosa (Gina Torres), para la cual destruir a Sydney Bristow se tornará en más que una obsesión.
La serie fue parida por J.J. Abrams mientras desarrollaba el culebrón romántico ambiantado en el mundillo universitario Felicity, para el que se planteó hacer trabajar a la protagonista durante un verano para la CIA y luego devolverla a su vida "normal" como si nada hubiera pasado. Partiendo de ese planteamiento, en Alias encontramos dos planos que si bien en la primera temporada están muy diferenciados, el personal y el laboral, conforme avanza la serie esas fronteras se van diluyendo y los camaradas pasan a ser amigos y los amigos agentes. A las preocupaciones sentimentales de una mujer joven y emancipada, con sus inseguridades y sus desilusiones, se solapan los peligros inherentes a la vida de una espía de película, con misiones de infiltración, de extracción, de búsqueda, con las desconfianzas propias de un mundo en que las traiciones y los engaños están a la orden del día y en que la vida de un agente vale menos que la bala empleada para matarlo. A lo largo de los cinco años que duró la serie los cambios son tantos y tan repentinos que en tan solo un capítulo el status de un personaje o de un grupo completo de ellos podía variar totalmente pasando de amigo a traidor o de enemigo encarnizado a aliado circunstancial en un momento, volviendo la serie del revés por completo y manteniendo al espectador en un carrusel de desconfianza y tensión perpetua que sólo con el final definitivo de la serie se mitigó por completo.

Igualmente, la estructura folletinesca seguida a nivel argumental (un culebrón familiar y sentimental en toda regla) se plasmó en una estructura que hacía del cliffhanger final de cada capítulo un motivo más para enganchar a la audiencia, aunque se optó por abandonar esa estructura dejando la trama de cada episodio más o menos cerrada y así reservar los continuará explosivos para el final de cada temporada. En concreto, los finales de la tercera y cuarta temporadas son absolutamente espectaculares, sobretodo el de esta última, en el que tras un doble capítulo de infarto repleto de zombis/contagiados y amenazas apocalípticas con petición de matrimonio incluida era rematado con un cliffhanger de juzgado de guardia en el que continente y contenido contribuían a que el espectador -en este caso un servidor- se quedara con una cara de bobotonto de antología. Además la serie hace abundante uso de flashbacks que permiten manipular todavía más al sufrido seguidor de Alias, y un esquema repetido es comenzar por el momento de máximo peligro para sus protagonistas y volver a un "X horas antes" para narrar los hechos desde el comienzo. Lo cierto es que todo esto le permitiría a Abrams depurar una estructura dramática que emplearía no sólo en la serie Perdidos, siguiente proyecto de este productor con olfato y talento indiscutibles, sino que también sería el planteamiento de Misión Imposible III de la que fue director.

Giros argumentales, relaciones sentimentales, acción a raudales... En
Alias el aburrimiento no tiene cabida, pero aún hay tres ganchos más, tres elementos dirigidos a audiencias en principio opuestas pero a la postre -como ha sido mi caso- complementarias. En primer lugar, el juego de disfraces y tapaderas sensualmente -o sexualmente en algunos casos- sugerentes que Sydney empleaba para llevar a cabo las diferentes misiones. Contundentes armas de mujer que llegan a un sorprendente e irónico culmen en la quinta temporada cuando una embarazadísima Sydney Bristow tendrá que llevar a cabo misiones de campo en las que la tapadera vendrá impuesta por la condición de la agente -y de la actriz, ya que una circunstancia que en muchas otras series habría supuesto el retraso de la temporada final aquí se integró plenamente en la trama ofreciendo momentos divertidos, intensos y emotivos-. A lo largo de los más de cien capítulos la protagonista lucirá
peinados diferentes, tantos como
disfraces o identidades distintas se verá obligada a asumir, demostrando casi siempre que los hombres son débiles juguetes en sus manos. En segundo lugar, el público ávido de argumentos esotéricos queda atrapado por las profecías ominosas de Rambaldi, por las sociedades secretas que buscan dominar o destruir el mundo basándose en artefactos y pociones con más de 500 años de antigüedad, con la existencia de conspiraciones ocultas a lo largo de siglos que finalmente acaban por salir a la luz pública. Estos elementos conforman un mcguffind de fondo que permite mil y una vueltas argumentales y a la postre tampoco importa tanto. Lo que apasiona no es tanto la meta como la búsqueda emprendida por sus seguidores y la personalidad de los mismos, con Sloan y Derevko como sus máximos representantes. Y el tercer factor es el que permite enganchar a un amplio espectro de espectadores: el desarrollo de un amplio plantel de personajes atractivos. Sin la empatía necesaria que permita conectar con alguno de ellos una serie no puede sobrevivir, y resulta prácticamente imposible no sentir alguna clase de simpatía por varios de los personajes que pululan por esta serie, llegando hasta el extremo de que incluso los más maquiavélicos, implacables o repulsivos pueden llegar a resultarnos cercanos o podemos ver en sus motivaciones una explicación comprensible para mitigar el resultado final de sus actos. Por encima de todos ellos, y créanme que Tippin, Dixon, Vaughn, Marshall o incluso alguien tan mezquino como Sark ya justifican por sí mismos el visionado de la serie, hay un personaje espectacular al que el devenir de la serie mima de modo especial y que tanto por evolución como por momentos puntuales a lo largo de los 105 capítulos de
Alias resulta especialmente memorable. Me refiero a Jack Bristow, agente de absoluta resolución y habilidades extraordinarias tanto para la planificación como la ejecución de las más delicadas operaciones, bestia parda en el combate cuerpo a cuerpo y en la tolerancia al dolor y a las más variadas formas de tortura, y por encima de todo, padre devoto y abnegado. Lo que Jack es capaz de llegar a hacer por salvaguardar la integridad física y mental de su hija se resume en la siguiente expresión:
lo que haga falta. Personalmente lo considero uno de mis personajes de ficción catódica favoritos, y a modo de curiosidad decir que fue elegido, en una de esas listas chorras a las que son tan aficionados los yanquis, como uno de los mejores padres televisivos de la historia, concretamente en el puesto 29. Así pues, como verán, la serie ofrece múltiples razones para que se convierta en la predilecta de adolescentes ávidos de ver mujeres sensuales, espectadores en busca de relaciones sentimentales apasionadas, seguidores de
Expediente X con ganas de más conspiraciones y elementos fantásticos o aficionados a las series de espías.

Esta serie fue muy maltratada en su primera emisión televisiva en España, y los cambios de parrilla hicieron que la audiencia se despistara por completo. Afortunadamente su recuperación por los canales digitales, y sobretodo su edición en DVD ha permitido que muchos disfrutáramos de una serie cerrada en el 2006, adictiva y apasionante. Han sido cinco años de serie condensados en cuatro de paulatino visionado doméstico, y el pasado lunes finalizaba un viaje que ha sido largo, intenso, repleto de emociones y sorpresas y culminado con una explosiva traca final que, una vez más, coloca a Jack Bristow como un personaje capaz de todo por salvar a su hija y por extensión al mundo de las maquinaciones de Rambaldi y sus fieles seguidores. Ahora, a ver cómo rematan Battlestar Galactica sus responsables y a esperar tres añitos a que Perdidos llegue a su fin y comprobar si J.J. ABrams es capaz de ofrecer una explicación satisfactoria para todos los embolados en los que se está metiendo la serie. Para entonces espero que ya podré desengancharme de esa droga dura, acaparadora de tiempo en la que se han convertido muchas series de televisión actuales.