El cinco de marzo de 1982 el cuerpo sin vida de John Belushi fue hallado en su apartamento del Chateau Marmont, un complejo residencial situado en Sunset Boulevard. El cuerpo mostraba señales evidentes de consumo de drogas y la autopsia confirmaría las elevadas dosis de cocaína y en menor grado heroína que la sangre y la orina del actor contenían. A sus 33 años, con 140 kilos de peso, solo, y tras un largo período en el dique seco a nivel artístico y profesional, dejaba este mundo uno de los actores cómicos más intensos y sólidos de cuantos nos han hecho reír a lo largo de las últimas décadas. El periodista y escritor Bob Woodward, conocido mundialmente por haber coescrito el libro Todos los hombres del presidente junto a Carl Bernstein en el que destapaban el escándalo del Watergate que inició la caída de la administración Nixon, recibió el encargo de hacer una serie de artículos para el Washington Post sobre la muerte en extrañas circunstancias de Belushi.
Los pasos preliminares fueron visitar a la viuda de John, Judy, en su casa de Martha's Vineyard, y en una investigación previa con los más allegados al actor, su mánager Bernie Brillstein o su compañero y amigo Dan Aykroid. Pronto se hizo evidente para Woodward que John Belushi era un sujeto demasiado grande para una mera serie de artículos. En palabras de Brillstein, "John es un libro". Y así Bob Woodward, escritor de prestigio que ha sido un grano en el culo para prácticamente todas las administraciones que han gobernado EEUU desde los años 70, dedicó dos años de su vida en escribir un monumental retrato sobre un hombre que vivió como quiso y cuya intensidad dentro y fuera de la pantalla pequeña y grande le marcaron como artista y como ser humano. A través de cientos de entrevistas con 217 personas relacionadas con John y los testimonios de una cincuentena de testigos no acreditados que corroboraban total o parcialmente las historias de los primeros, y contando con el respaldo documental de un vasto corpus de agendas, diarios, extractos bancarios y de tarjetas de crédito, informes médicos y policiales, registros de hotel, facturas de taxi, restaurantes, limusinas, Woodward elabora un exhaustivo relato de la vida de John Belushi que se publicó en EEUU en 1984 con el título de Wired: The fast times and short live of John Belushi.
En España, tan adelantados en todo y atentos a todo aquello que pueda interesar al lector medio, tan solo hemos tardado 27 años en poder acceder a una traducción de ese libro, editado por Papel de Liar con el título de Como una moto: La vida galopante de John Belushi. Resultaría ridículo recordarles lo mucho que adoro a ese actor que, con tan sólo siete películas -únicamente decentes la mitad de las mismas-, tres discos y cuatro temporadas en el Saturday Night Live se convirtió en uno de los actores más queridos en su país merced a la interpretación de personajes tan icónicos como el Samurai Futaba, Bluto Blutarski, Joliet Jake Blues o Wild Bill Kelso. Leer las más de 500 páginas del libro de forma compulsiva, a veces con una sonrisa en los labios, a veces con una mueca de disgusto, ha sido una experiencia agridulce, repleta de luces y sombras, las mismas que Woodward nos retrata a lo largo de su intenso retrato del actor, un relato que pasa de lo general -sus inicios, su carrera en Hollywood, la relación con sus amigos- a lo particular, la pormenorizada reconstrucción de los últimos 18 días de vida de John Belushi.
El libro ofrece un exhaustivo repaso a los inicios de la carrera de Belushi, actor aficionado con dotes para la comedia, la improvisación y las imitaciones que huyó de la herencia familiar -restauración- para abrazar su sueño de actuar, primero en el circuito independiente de Chicago con sus amigos Insana y Beshekas y más tarde en el teatro Second City de Chicago, donde coincidió con Chevy Chase. Tras labrarse una prestigiosa reputación Belushi formó parte de un proyecto televisivo arriesgado e innovador en la época, sin saber ni soñar quizá que estaban iniciando una institución televisiva estadounidense aún hoy vigente y en forma y de la que acabaría siendo uno de sus pilares fundamentales y uno de sus más insignes representantes. Me refiero claro, al Saturday Night Live. Sus actuaciones eléctricas, intensas, con una presencia física arrolladora que se transmitía a sus sketchs o a sus célebres imitaciones -Marlon Brando, William Shatner o Joe Cocker parecía cobrar vida en él-. La rivalidad con sus compañeros de plató como Chevy Chase, las dudas sobre su talento o la voluntad de innovar desarrollando nuevos personajes junto a su colega y amigo Dan Aykroyd -los Blues Brothers- resultan familiares para el conocedor del actor pero se nos narran con agilidad, humor -se llegan a transcribir gags enteros- y una fría objetividad que aún así calan hondo en el lector.
Del SNL y la cada vez mayor popularidad del actor a Hollywood solo hay un paso, quizá el de actuar como secundario en la película Rumbo al sur (Jack Nicholson, 1978) junto a Jack Nicholson. Luego llegó Desmadre a la americana (John Landis, 1978) y la explosión de popularidad que supuso el papel de Bluto Blutarski, zafio, vago, borrachuzo, noblote... futuro senador de los Estados Unidos de América. El esperpento de las universidades americanas y sus hermandades tamizado por el humor del National Lampoon's fue un taquillazo y lanzó a John a la fama. Este fue el único éxito cinematográfico real de la carrera de Belushi. Indeciso sobre qué pasos seguir, aceptó un papel secundario en Viejos novios (Joan Tewkesbury, 1979) junto a Talia Shire, una muchacha que supera sus inseguridades del pasado enfrentándose a sus antiguas relaciones. Steven Spielberg, que había quedado impresionado por Bluto, casi le preparó un papel a medida para su farsa 1941 (Steven Spielberg, 1979), una película desaforada y mastodóntica sobre la histeria de masas que se vivió en Los Angeles tras el ataque a Pearl Harbour. El mayor fracaso de la carrera de Steven Spielberg ha acabado adquiriendo categoría de película de culto, pero en la época hizo mucho daño a su carrera y a la de Belushi, que parecía incapaz de repetir su primer gran éxito.
Su siguiente proyecto, el salto a pantalla grande de los Blues Brothers, un canto de amor al blues, el soul, la vida golfa y las relaciones fraternales que aquí conocimos como Granujas a todo ritmo (John Landis, 1980), se saldó con un relativo fracaso, y eso a pesar de que los discos de los Blues Brothers vendieron millones de copias. De nuevo el fracaso acabó convirtiéndose en clásico de culto con el paso de los años y hoy en día los Blues Brothers son una institución mundial con atracciones en parques temáticos, bandas tributo y continuos pases televisivos de la película. Sus dos siguientes proyectos se saldaron de nuevo con sendos fracasos de taquilla, paliados en parte por las estrategias de los ejecutivos. La comedia romántica Continental Divide (Michael Apted, 1981) y Neighbours (John G. Avildsen, 1981), una comedia negra sobre un gris habitante de suburbio que ve su vida puesta patas arriba por la llegada de unos estrambóticos vecinos, suponen un triste y decepcionante colofón para una carrera que ya jamás pudo llegar a remontar.
Si aquí están las luces y las mieles de John Belushi, Woodward nos ofrece la mirada al lado oscuro de la vida nocturna de Los Angeles, Nueva York o Chicago, las tres ciudades que marcaron la vida y el descenso a los infiernos del actor. Por las fiestas y farras de días, repletas de consumo de alcohol y toda clase de drogas circulan personalidades como Chevy Chase, Dan Aykroid, Carrie Fischer, James Taylor, Carly Simon, Candice Bergen, Robin Williams, Robert De Niro, Treat Williams, Ed Begley Jr., Jack Nicholson, Hugh Hefner, y toda una pléyade de acólitos, admiradores, amigos y compañeros que se veían completamente deslumbrados y absorbidos por la que describen como una de las presencias más arrolladores y fascinantes y al mismo tiempo patéticas y repulsivas de cuantas conocieran jamás. En concreto la tercera parte del libro, que reconstruye sus últimos días, nos presenta a un actor cada vez más al margen del sistema, incapaz de poner en marcha sus dos siguientes proyectos (una comedia junto a Ayckroyd que iba a ser dirigida por Louis Malle, Moon over Miami, y una farsa de enredo sobre un experto en vinos que se ve inmerso en una trama de tráfico de diamantes, Sweet deception, rebautizada como Noble rot), alejado de su mujer y rodeado de todas las tentaciones que la ciudad de los sueños rotos puede ofrecer. Playmates, amigas, suministradores, fiestas, colegas... Es una inmersión aterradora y fascinante, en la que muchos de sus conocidos refieren una especie de melancolía desesperada en un hombre que quería vivir a su manera. El crepúsculo del dios Belushi...
Para mí uno de los aspectos más emotivos del libro y que más me interesaba del mismo por motivos obvios es el retrato que se hace de la relación entre John y Dan, Belushi y Ayckroyd, los compañeros de programa con una relación simbiótica en la que el primero aportaba la energía electrizante y catalizadora y el talento bruto y el segundo la elaboración técnica de guiones y gags y la calma necesaria para garantizar la culminación de un proyecto. Inquietos, recorrieron el país juntos en coche, montaron bares de blues en Chicago y Nueva York para sí mismos y sus amigos, con el único objetivo de compartir su amor por esa clase de música y de disfrutarla siempre que quisieran. En el momento de la muerte de Belushi, Ayckroyd estaba trabajando en los guiones de dos películas que ambos habrían tenido que protagonizar: Cazafantasmas y Espías como nosotros, papeles que heredaron Bill Murray y Chevy Chase respectivamente. Se conocían tanto y tan bien, que John hizo prometer a Dan que en su funeral pondría una canción en concreto, 2.000 pound bee, de los Ventures, una broma privada sobre sus tiempos en el SNL. Y Dan lo hizo. Acabo esta pequeña reseña con las dos fotos que resumen a la perfección la alegría y la tristeza que me ha supuesto leer este libro, la amistad sincera de dos buenos colegas, la tristeza por el camarada caído...
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