viernes, octubre 17, 2025

Superman (2025): Las nuevas aventuras del Hombre del Mañana

    Encontramos a Superman (David Corensweet) herido en las heladas tierras árticas y pidiendo ayuda a su fiel pero juguetón Krypto, que le ayuda después de casi rematarle de pura alegría y le conduce a la Fortaleza de la Soledad... ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Interviniendo en un conflicto internacional entre las naciones de Boravia (ay cómo nos suena esto a Putin) y Jarhanpur (una mezcla exacta entre la invadida Ucrania y el pueblo Palestino sometido a poco menos que genocidio) Superman se convierte en el objetivo de un poderoso monstruo mecánico conocido como el Martillo de Boravia, un poderoso ser que deja a Superman al borde de la muerte...


    Ya recuperado y de vuelta en Metropolis Superman/Clark Kent decide concederle una entrevista a su pareja Lois Lane (Rachel Brosnahan), con la intención de recuperar algo de una popularidad que se ha visto seriamente afectada por su participación en el conflicto boraviano. Lejos de ser un masaje de relaciones públicas, Lane expone todas las contradicciones legales de los actos del Hombre de Acero y todos los claro oscuros de una situación potencialmente explosiva. También en Metropolis, el multimillonario Lex Luthor (Nicholas Hoult) lidera un poderoso grupo de técnicos, paramilitares y súper humanos para desarrollar una estrategia que va cercando silenciosa e inmisericordemente a Superman.


    Sólo con la ayuda de la Banda de la Justicia, formada por el bocazas e impulsivo Guy Gardner (Nathan Fillion), el cerebral Mr. Terrific (Edi Gathegi) y la salvaje Hawkgirl (Isabela Merced), así como la inesperada alianza con un ser maldito y condenado como Metamorfo (Anthony Carrigan), podrá Superman hacer frente a las amenazas desatadas por Lex Luthor tanto fuera, como lejos, como dentro de Metropolis. Arriba en el cielo, el último Hijo de Krypton quizá se convierta en un ser más terrestre y más humano que cualquiera de nosotros.


    El nacimiento de Superman (2025) forma parte del giro necesario que DC necesitaba desde hacía años. Bajo la nueva dirección de James Gunn y Peter Safran, el estudio propuso reiniciar el mito sin seguir la sombra pesada de las anteriores versiones. Gunn no quiso repetir el origen varias veces visto. El guion, firmado por Gunn, apuesta por situarlo in medias res, en un universo ya poblado con metahumanos, con implicaciones sociales y tecnológicas, para que el peso del personaje no sea meramente espectacular, sino también ético. Esa decisión marca todo el resto de la película: no es un héroe que descubre sus poderes, sino uno que debe redescubrir su lugar en el mundo toda vez que su propia herencia y origen es puesto en cuestión.


    En lo estético se nota el sello Gunn, totalmente alejado del Snyderverso: colores vibrantes, CGI de calidad alta, momentos visuales claramente pensados para emocionar, y un tono más ligero vehiculado en secuencias que parecen un divertido y colorido videoclip al estilo de las ya vistas en Guardianes de la Galaxia. Hay acción a raudales, pero Gunn se asegura de intercalar escenas más íntimas: Clark Kent en la granja de sus padres, Lois Lane ejerciendo de Lois Lane, debates morales, dilemas públicos… Incluso Krypto (el perro) tiene espacio para ser adorable sin desbordar el espacio narrativo, aunque hay que decir que roba la película en muchas de sus escenas. No es perfecta la transición entre lo épico y lo emocional, ya que la película se articula en torno a varias secuencias episódicas y a veces el ritmo se acelera tanto que la película empuja demasiado al espectador sin darle pausa, pero en su mayor parte logra un equilibrio que hacía falta: espectáculo palomitero sin perder humanidad.


    El reparto cumple con creces. David Corenswet es un Superman físicamente creíble, menos espectacular en carisma icónico que Reeve, pero más cercano, más vulnerable, lo que le da credibilidad al Clark Kent que debe convivir con su alter ego. Rachel Brosnahan como Lois Lane aporta agilidad, inteligencia y presencia. Hoult como Lex Luthor funciona bien como antagonista moderno: no es un villano clásico de puñetazos, sino de influencia, de estrategias, de manipulación, en una mezcla perfecta entre el payaso de Elon Musk y el ególatra Donald Trump. El conjunto de secundarios que aparecen en el Daily Planet ayudan a dar sensación de que esta no es solo la historia de un hombre con capa, sino la de un mundo que le mira y le cuestiona, le necesita.


        En cuanto a resultados críticos, Superman (2025) ha sido muy bien recibido. Rotten Tomatoes arroja un 83-85 % de críticas positivas entre críticos, con un consenso que destaca su capacidad de reconstruir un mundo nuevo vibrante sin perder la humanidad del protagonista. Metacritic le da 68/100 (“generalmente favorable”), reconociendo que aunque hay excesos de personajes o subtramas, la película cumple y conquista emociones. En lo económico la película ha arrancado fuerte: con una apertura doméstica notable, cifras globales que superan los 600 millones de dólares sobre un presupuesto cercano a los 225 millones, lo que la convierte en uno de los lanzamientos más exitosos de Superman en años. Lo que resulta fundamental en este aspecto es que Superman ha recaudado este año más que las dos -DOS- propuestas cinematográficas marvelitas de este año, tanto Thunderbolts/Nuevos Vengadores, como Los Cuatro Fantásticos, y eso para el DCU es un auténtico exitazo que debería augurar un futuro prometedor para próximas producciones basadas en el Universo DC.


    Sin embargo, no todo es perfecto. Algunos críticos señalan que el film está “sobrecargado” de personajes, que ciertos arcos secundarios no tienen momento suficiente para respirar, lo que diluye en ocasiones el foco emocional. También hay quienes piensan que el CGI, en su afán de espectáculo, a veces pasa de ser impresionante a rozar lo exagerado, y la narrativa, que corre mucho hacia grandes gestas y conflictos globales, pierde la intimidad que se espera de Superman como Clark Kent. Y por supuesto, el ejército de seguidores de Snyder, maliciosamente plasmados en la película como ese ejército de monos golpeando máquinas de escribir vertiendo el odio en redes desde un universo de bolsillo, que en redes sociales han anegado de contenidos contrarios al film desde los primeros compases del desarrollo de la producción, hasta los momentos de estreno o de recogida de beneficios. Pero esos snydermonkeys no logran ahogar lo esencial: que la película transmite lo que debía, emoción, esperanza, alegría y diversión, y lo hace con una voz propia en medio del alboroto de franquicias y reinicios. Y si a uno ya le ha puesto la carne de gallina algún momento como el de Unos amigos están ayudando, el cierre con una sonrisa y un temazo de este nuevo primer paso de Superman le hacen salir al cine a uno con una sonrisa de lado a lado y el corazón friqui lleno de emoción. Y por si fuera poco, la elección de un lema que ha calado, o al menos como pose lo ha hecho, en tiempos tan extraños y convulsos como los que vivimos pues aporta un rayo de esperanza que no deberíamos despreciar. ¿No significaba eso la S, esperanza? Pues sean amables, copón, porque ser amable en estos tiempos es la nueva y auténtica rebelión contra los malotes que nos rodean.

jueves, octubre 09, 2025

Commissionando personalmente 31: Xermánico

     Hay autores que no necesitan grandes alharacas para hacerse notar, que no buscan el impacto a golpe de splash-page ni la espectacularidad impostada del efectismo digital. Autores que simplemente dibujan bien, narran mejor y, sin hacer ruido, acaban dejando su huella entre los grandes. Alejandro Germánico, más conocido como Xermánico, pertenece a esa rara especie. No llegó al cómic por accidente ni por marketing, sino por el camino más difícil: el del trabajo constante, la mejora diaria y el respeto absoluto por la narración visual. De esos autores que se ganaron el sitio a base de páginas bien construidas y plazos cumplidos. Su carrera empezó de manera discreta, con encargos y colaboraciones para editoriales menores, pero pronto su trazo claro y su sentido del ritmo narrativo llamaron la atención más allá del Atlántico. DC Comics se fijó en él, y desde entonces su firma ha aparecido en títulos tan reconocibles como Injustice: Gods Among Us, Green Lantern, Justice League o Wonder Woman. También ha pasado por IDW, ha firmado portadas con músculo y dinamismo, y ha demostrado ser uno de esos dibujantes que entienden el cómic como un lenguaje, no como un escaparate. Lo mejor de Xermánico es su claridad narrativa. No hay confusión posible en sus páginas: la acción fluye, las figuras respiran, y cada viñeta tiene un propósito. Su trazo, firme y contenido, evita el artificio, pero nunca resulta frío. En su dibujo hay cinematografía y elegancia, un sentido del espacio que recuerda más al buen storyboard de una superproducción que al caos que a veces asola el cómic de superhéroes moderno. Y cuando toca subir el volumen, sus composiciones responden con contundencia: héroes musculados, anatomías sólidas y un uso magistral del negro y del contraste.


    Coincidimos con él en el último Salón del Comic de Barcelona al que acudimos, antes de que el maligno apareciera en nuestras vidas e impusiera un hiato en las labores de friquerío y sketch-busterismo. Participaba en el Artist Alley que le editorial ECC habilitó durante varios años para que los dibujantes españoles que trabajaban para la editorial DC pudieran aceptar commissions del público español. Todo muy al estilo americano que ya se ha impuesto en nuestro país y muy alejado de aquella gloriosa época en que los autores hacían auténticos regalos al aficionado español con su arte. Como el Saló suele coincidir con el mes de mayo, que es cuando miss Sparks y yo celebramos nuestro aniversario, algunos años habíamos pedido dibujos "conmemorativos" (como este o este). Aquel año la celebración la inmortalizamos con esta commission en acuarela que el dibujante Xermánico tuvo a bien aceptar, con dos de los personajes de los que hemos estado hablando estas semanas, en una pose realmente entrañable y espectacular. Tengo que decir que es uno de los dibujos que pasó a formar parte de la exposición permanente que existe en chez Sparks Plissken.

lunes, octubre 06, 2025

Justice League (2017 / 2021): Cuando los dioses cayeron… y alguien intentó levantarlos

    Hay películas que no se ven, se sobreviven. Y luego están aquellas que llegan como ruinas reconstruidas, retales de una visión que nunca terminó de cuajar. Justice League pertenece a esa segunda categoría: una superproducción que quiso ser el colofón de un universo cinematográfico y acabó convertida en símbolo de su propio naufragio. La Liga de la Justicia debía ser el momento culminante del DCEU, la prueba de que los héroes más grandes de la historia del cómic podían convivir en la gran pantalla. Lo que obtuvimos fue, más bien, una autopsia filmada de cómo se descompone una idea brillante cuando demasiadas manos intentan reanimarla.


    Tras la muerte de Superman en Batman v Superman a manos de Juicio Final, el mundo queda sumido en un duelo casi metafísico. La humanidad ha perdido a su protector, y en su ausencia los dioses antiguos —o algo que se les parece— empiezan a moverse en la oscuridad. Bruce Wayne (Ben Affleck), envejecido y atormentado por la culpa, decide formar un equipo que pueda resistir lo que viene. A su lado, Diana Prince (Gal Gadot), la inmortal amazona que sigue creyendo en los hombres aunque estos le fallen una y otra vez. Juntos reclutan a tres figuras que encarnan el mito moderno: Barry Allen (Ezra Miller), adolescente con supervelocidad y verborrea nerviosa; Arthur Curry (Jason Momoa), heredero reticente del reino submarino de Atlantis; y Victor Stone (Ray Fisher), mitad hombre mitad máquina, víctima de la tecnología que lo salvó. La amenaza tiene nombre y rostro digital: Steppenwolf, un guerrero alienígena en busca de tres artefactos llamados Cajas Madre, con los que pretende terraformar la Tierra para su amo, Darkseid. La épica debería haber estado servida. El problema es que el espectáculo llega amputado, con el corazón dividido entre dos directores, dos tonos, dos películas que nunca se reconciliaron.


    La producción de Justice League es ya parte del salseo moderno del fandom. Zack Snyder, tras las críticas feroces a Batman v Superman, se enfrentaba a una presión insoportable por entregar una película más “accesible”, menos sombría. En pleno montaje, una tragedia personal -nada menos que el suicidio de su hijo, que para mí es lo peor que puede sucederle a cualquier ser humano- lo apartó del proyecto, y la Warner, temerosa de otro vendaval mediático, llamó a Joss Whedon —recién salido de Los Vengadores 2— para “arreglar” el tono. El resultado fue una criatura de Frankenstein: Snyder aportaba la solemnidad mitológica, el claroscuro y el sentido trágico; Whedon insertó secuencias cómicas, color y una corrección digital que parecía iluminar hasta el alma de Batman. El contraste era brutal: héroes que hablaban con gravedad shakesperiana en una escena y soltaban chascarrillos de sitcom en la siguiente. Cuando se estrenó en 2017, Justice League era, literalmente, otra película de la concebida originalmente por Snyder. Dos horas exactas (por mandato del estudio), efectos apresurados, un villano de videojuego de PlayStation 3 y un bigote borrado digitalmente que ya es leyenda urbana por culpa nada menos que de la estupenda Mission Imposible: Fallout. El público respondió con tibieza: $657 millones de recaudación mundial, menos de lo que se esperaba para la reunión de los mayores iconos del cómic. En Rotten Tomatoes, apenas 39 % de aprobación crítica; en Metacritic, 45/100. Un coloso de presupuesto hundido por su propio peso y una productora que veía como su lucha con la competencia naufragaba miserable y casi definitivamente.


    Pero la historia no terminó ahí. Y aquí llegamos con los polvos que nos han traído los lodos por los cuales he reactivado el blog y escrito esta serie de reseñas que no van a cambiar la vida de nadie pero a mí me sirven de terapia y desahogo, qué demonios. Durante cuatro años se desarrolló en redes una furibunda y organizadísima, y porqué no decirlo, muy persistente, campaña de  hashtags y memes con un único objetivo: release the snyder cut. Finalmente esa versión extendida del director se convirtió en realidad gracias a HBO Max. Y lo que vimos fue, sorprendentemente, una película distinta: no solo más larga (cuatro horas de metraje), sino coherente, imponente y, sobre todo, fiel al espíritu de su autor. Esta versión ya no intenta ser graciosa ni ligera. Es una ópera de dioses exiliados, una elegía sobre la redención y el sacrificio. Superman (Cavill) regresa como símbolo de esperanza, sí, pero también como figura mesiánica, un redentor que vuelve de entre los muertos para unir a los suyos. El montaje se toma su tiempo para dotar de alma a cada héroe: el Flash que salva al mundo retrocediendo el tiempo; Cyborg, el corazón trágico de la historia; Wonder Woman, imponente y serena; Aquaman, resignado pero leal; Batman, agotado y consciente de su mortalidad. El tono es, de nuevo, el del mito clásico, con resabios wagnerianos y alguna escena que nos recuerda a las grandes batallas de la Tierra Media. Y aunque a veces peca de grandilocuente y oscuro hasta el exceso, hay una coherencia emocional que la versión de 2017 jamás tuvo. Rotten le otorgó un 72 % de aprobación, el público un entusiasta 94 %, y en Letterboxd se consolidó como una reivindicación tardía del autor que Warner no supo entender. Esa gran victoria supuso que el fandom acérrimo de Snyder marcaría la pauta a seguir de cada producción y de cada movimiento de Warner relacionado con DC. Si olía o parecía Snyder (grandilocuencia, exceso, oscuridad, ralentís continuos), bueno. Si la producción buscaba un tono más jovial, luminoso o ligero, caca. Finalmente podríamos decir que el DCEU cayó por encontrarse entre dos fandoms que disparaban con balas envenedadas, las hordas Marvelitas que despreciaban sistemáticamente todo lo que no llevara cameo de Stan Lee incorporado y los quintacolumnistas a los que el Universo DC les importaba un rábano y sólo querían que su pope Zack Snyder (recuerden, su mejor película sigue siendo, sí, LA PRIMERA) siguiera jugando con los personajes.


    Ver Justice League en cualquiera de sus versiones es como mirar un mural a medio pintar. En la versión de 2017 ves las pinceladas nerviosas, el borrón, el intento de contentar a todos. En la de 2021 ves el trazo firme, la intención artística, pero también la obsesión de quien quiere levantar una catedral sobre un solar en ruinas. Quizá Snyder no sea un gran narrador, pero sí es un visionario. Sus superhéroes no caminan: desfilan. No hablan: declaman. No se ríen: se confiesan. Y en un género saturado de ironía, eso, paradójicamente, se agradece. Porque detrás de toda su pompa y oscuridad hay algo que ninguna otra adaptación reciente ha tenido: fe. Fe en que estos personajes pueden significar algo, aunque el mundo ya no lo merezca. El gran pecado de Warner fue no entenderlo a tiempo. Tratar de “arreglar” una visión autoral para convertirla en producto genérico. Lo que podría haber sido su Vengadores acabó siendo su Frankenstein. Aun así, me quedo con una imagen que resume todo lo que pudo ser y no fue: la de Superman descendiendo del cielo, envuelto en luz, mientras los demás lo observan con esa mezcla de reverencia y alivio que uno siente cuando por fin regresa alguien que creías perdido para siempre.

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