Con esta serie, y lo digo ya desde el inicio para dejar clara mi opinión, nos encontramos con la última gran obra -hasta el momento, claro- de Garth Ennis, y la tercera en calidad general de su trayectoria profesional, sólo por debajo de Predicador y rallando al mismo nivel de Hitman como obra cerrada, repleta de filias y fobias personales y contando una historia de tipos duros, personajes repletos de aristas, historias de amor reales y bien desarrolladas y momentos escatológicos de altísimo vuelo y de difícil digestión. Y si esto es así, ¿a qué se debe la relativa poca repercusión de la misma? Pues a lo de siempre, pero vamos por partes, como diría Billy Butcher...
The Boys se inició a nivel editorial como serie dentro del sello Wildstorm del Universo DC, contando con sus creadores como propietarios de la cabecera, estando Garth Ennis firmando como guionista y Darick Robertson realizando las labores de dibujante. Decir que los ejecutivos de DC se asustaron ante el contenido de la serie sería quedarse corto, y le pusieron poco menos que una alfombra roja al equipo creativo para que llevara sus bártulos y sus personajes a otra parte tras la publicación del primer arco argumental. Afortunadamente, la editorial Dynamite Entertainment no le hizo ascos al material repleto de mala leche, humor cafre, acción bestia y macarradas varias propuesto por Ennis y Robertson, y reemprendieron la singladura editorial de The Boys con una colección regular que ha constado de 72 números, más tres series limitadas, Herogasm, Highland laddie y Butcher, Baker, Candlestick Maker, con lo que se eleva el montante total de la historia a 90 números. En este caso, hay que congratularse de que la mojigatería editorial y el riesgo de un producto relativamente difícil para el público mayoritario haya logrado encontrar su hueco bajo el sol tanto en las estanterías de las librerías como en el corazoncito de un nutrido grupo de lectores que han apoyado esta historia y la han disfrutado como merecía.
Lo cierto es que a la hora de entrar en materia y reseñar algunos de los aspectos más destacados de The Boys, voy a quitarme presión de encima y avisarles de antemano que voy a pasar por encima de muchos elementos que me han gustado o llamado la atención pero en los que no voy a entrar de la manera exhaustiva que quizá merecerían. Y es que en The Boys hay muchísima más tela que cortar de lo que en principio el lector podría pensar, y al igual que en Predicador, los niveles de lectura se van superponiendo de forma fluida y uno puede quedarse con aquel que prefiera. En el caso del Predicador el lector podía escoger a voluntad: ¿historia de amor?, sí; ¿road movie?, también; ¿historia de conspiraciones seculares y crítica a estamentos anquilosados en el pasado?, por supuesto; ¿reflexiones sobre la naturaleza de la religión, de la divinidad o de la necesidad del hombre por basar su existencia en cualquier sistema de creencias?, pues claro... Y a pesar de ello el lector podía quedarse con la simple aventura, con la historia de amor de Jesse y Tulip, con la relación de camaradería viril con Cassidy, con la búsqueda de Dios, o con todo, disfrutando de forma plena e integral de una epopeya religiosa a través del corazón del gótico americano que aún sigue cautivando a los lectores casi 20 años después de su publicación.
Pero volvamos a The Boys y centrémonos en alguno de los aspectos que la convierten en la gran serie que es. El primer aspecto a destacar, el primer gran nivel que golpea al lector, es la crítica despiadada al mundo de los super-héroes, que no son tales en este mundo de ficción, y a la subversión de muchos de los tópicos a los que los lectores pijameros estamos acostumbrados. Para empezar, no sería tan demoledoramente subversiva si los modelos deconstruidos no fueran reconocibles para el lector,y aquí Ennis se deja de zarandajas y nos presenta arquetipos claros y meridianos: Los Siete son una Liga de la Justicia desatada y salvaje (Superman, Wonder Woman, Batman, Flash, Aquaman, Linterna Verde y Detective Marciano tendrían sus contrapartidas en Patriota, Reina Maeve, Negro Oscuro, A-Tren, El Profundo, El Farero o Jack de Jupiter), y así con otros grupos como los G-Men, liderados por un John Godolkin que remeda a Charles Xavier y mantiene muchos grupos a la sombra del principal (a imagen y semejanza de la Patrulla X, los Nuevos Mutantes, Excalibur, etc, etc), Fantastico (más obvio imposible), Payback (héroes a imagen y semejanza de los Vengadores) o Teenage Kix (una suerte de Nuevos Titanes).
Con esta plantilla de elementos familiares para el lector, Ennis realiza la jugada inversa a la propuesta por Busiek en Astro City, tornando el homenaje en burla y el respeto en parodia, y ofreciendo una mirada cruel y hasta cierto punto cínica sobre convencionalismos como la inmaculada vida sexual de los héroes, las dobles identidades, la asunción de pupilos jóvenes a los que malear y emplear en la lucha contra el crimen, las escisiones de grupos, el reclutamiento de nuevos miembros... Con todo ello mezclado en la febril mente de Ennis nos encontramos con un mundo salvaje e incierto por descubrir. En el mundo de The Boys, por ejemplo, los Nuevos Mutantes son poco menos que una panda irresponsable de alcoholizados pajilleros, Charles Xavier un pederasta con tendencia a acoger a cuantos más niños mejor bajo su techo, Iron Man/Batman un homosexual reprimido con tendencia a ver muertos a sus compañeros jóvenes... No hay títere que quede con la cabeza intacta tras pasar por la batidora Ennis, ni siquiera los grandes eventos editoriales que cruzan héroes y colecciones una vez al año, y que aquí no es más que una excusa para que los "héroes" pasen una semanita en un complejo turístico de lujo donde las prostitutas y las drogas campan a sus anchas -Herogasm-.
Esto nos llevaría a otro nivel, que sería el reflejo de la industria editorial de ese mundo ficticio, una cortina de humo que convierte los desastres organizados por Los Siete y compañía en coloridas aventuras serializadas mensualmente y comercializadas con vistas a generar ingresos adicionales mediante merchandising y adaptaciones varias, todo con vistas a sustentar una ficción dentro de la ficción que no deja de ser la gran mentira contra la que luchan los personajes de The Boys y que está personificada en otro gran personaje que no había mencionado hasta el momento, la Leyenda. Este tipejo anciano y de modales bruscos vive en el sótano de una librería de comics regentada por dos irlandeses obesos. Durante años la Leyenda fue el editor en jefe y guionista de las andanzas de Los Siete, G-Men y equipos derivados, y coordinador en general de toda la cortina de humo que Victory Comics lanzaba a la opinión pública para ensalzar y enaltecer los valores heroicos de los sujetos protagonistas del lucrativo negocio, aun cuando la realidad fuera otra completamente distinta. El personaje es una mezcla a partes iguales de dos figuras homólogas e históricas de la industria yanqui, nada menos que Stan Lee y Julius Schwartz, mostrando el aspecto anciano del segundo y la verborreica y grandilocuente convicción del primero, añadiendo un punto de desencanto y amargura a un personaje con profundas conexiones en el entramado empresarial de la historia y conocedor de algunos de los entresijos más ocultos de la misma, verdadera arma secreta en la sombra.
Y hablando de entresijos, llegamos a un tercer nivel de la historia, una gran trama de conspiración corporativa y política que hunde sus raíces en los comienzos del siglo XX, extiende sus tentáculos a grandes conflictos como la II Guerra Mundial o Vietnam y acaba estallando a lo grande en un 11 de septiembre algo particular que no acaba con el WTC sino con otra seña de identidad neoyorquina como es el puente de Brooklyn. Esta trama de fondo, personificada por la compañía Vought American y por su representante frente a los Siete, Stillwell, ofrece una visión desencantada y aterradora sobre cómo funcionan las corporaciones en relación al poder social, económico y político estadounidense, controlando diversos sectores económicos, colocando hombres de paja en la administración, actuando como lobbys sibilinos que manejan entre bambalinas las políticas de estado y al fin y a la postre, crean a voluntad cortinas de humo o estrategias directas con las que conseguir sus propios fines. Stillwell, un personaje humano sin poder alguno, dotado de modales exquisitos y de una mente maquiavélica, maneja los hilos como un gran titiritero y afronta con absoluta frialdad desde los desastres más escandalosos hasta las amenazas a su propia vida, desviando en todo momento cualquier asomo de amenaza que la compañía pueda sufrir y buscando soluciones incluso cuando todo parece perdido para él y sus superiores. Una gran trama conspiranoica que habría hecho las delicias de Mulder y Scully o más recientemente de Olivia Dunham y los Bishop, y que aquí encaja a la perfección con los elementos anteriores, ofreciendo una historia sin fisuras y con progresión implacable hacia un clímax brutal, plenamente satisfactorio para el que les habla.
Y no podían faltar, además, algunas de las obsesiones de Ennis, que ha venido mostrando a lo largo de todos sus trabajos a poco que se le ha dado ocasión y que aquí nuevamente, encontramos a placer. Por un lado, el permanente gusto por la escotología alcanza cotas inusitadas merced a la publicación en un sello menor, que no ejerce la censura de las grandes editoriales y que no se escandaliza ante contenidos que incluyen sexo explícito en todas sus variantes, comportamientos pedófilos -estos sugeridos, nunca mostrados abiertamente-, sexo con animales, orgías, y cualquier clase de parafilia que puedan ustedes pensar que se encuentra en los límites de su tolerancia. La misma alegría que se muestra con el sexo se aplica a la violencia, y así nos encontramos con escenas que son realmente una prueba para estómagos más o menos curtidos, con cimas como el trauma que convirtió al Carnicero en lo que es, las pruebas fotográficas de la locura del Patriota o el enfrentamiento final entre estos dos personajes que resulta tan explícito como salvaje y, a la postre, satisfactoriamente catártico para el lector y el personaje. La camaradería masculina, otra constante de Ennis, y más concretamente la que se plasma en el campo de batalla, encuentra aquí varios exponentes, como las historias narradas por Mallory o la Leyenda, o los sucesos que llevan a un joven Billy Butcher a las Malvinas (con una anécdota que parece casi real). Los lazos de confianza, no exento de puñetitas ni pullas, que se establecen entre Hughie, Leche Materna, Francés y Billy son profundos, forjados en el fuego del campo de batalla y en un conocimiento total de los camaradas de armas que se hacen extensibles a la Hembra de la Especie, un personaje patético en su concepción y terrible en su desarrollo pero por el que el lector no puede dejar de sentir una simpatía lastimera.
Como ven, podría estar soltando palique sobre la serie aún durante unos cuantos párrafos más, pero me contendré. La edición española está a dos tomos de alcanzar la conclusión de la serie, tremenda, redonda para el que les habla, y es tan buen momento como cualquier otro para subirse al barco y darse una vuelta por la Nueva York de The Boys -otra de las filias del guionista, que no pierde ocasión para poner en boca de sus personajes la grandiosidad de la capital urbanita del mundo-, conocer a un puñado de personajes tan excéntricos como divertidos y entrañables y embarcarse en una aventura con todas las de la ley que les llevará a lugares donde el género no se había permitido llegar antes. Sólo la sombra de Marshall Law, otra parodia del género proveniente de las islas británicas puede compararse a The Boys, y servir al mismo tiempo de preparación para lo que nos vamos a encontrar. Para finalizar, ahora sí, solo me cabe destacar el último aspecto que podría hacerles hincar el diente a esta serie, que no es otro que el excepcional trabajo desarrollado en el apartado gráfico por los dibujantes de la misma, comenzando por Darick Robertson, co-creador gráfico de la serie y de sus personajes, responsable del aspecto por ejemplo de un Simon Pegg -Spaced- convertido en personaje de tebeo, y de la mayoría de alocados diseños con que los personajes de toda la vida aparecen travestidos en sus reversos tenebrosos. Junto a él, e ilustrando ya sea números sueltos o alguna de las miniseries, encontramos a artistas de la talla de mi adorado Peter Snejbjerg, el grandísimo Carlos Ezquerra, o el siempre eficaz John McCrea. Mención especial merece el dibujante Russell Braun, que dibuja el tramo final de la colección y que realiza un trabajo tan bueno que hace que en algún momento lleguemos a desear que hubiese sido él y no otro el dibujante regular de The Boys. Señores, qué viaje... No me sean moñas y denle una oportunidad a The Boys...
2 comentarios:
Me daba lástima que una disección tan buena de The Boys no tuviera un miserable comentario, así que... ¡Gracias, Plissken!
Estoy un poco amodorrado y no sé qué más añadir sin entrar en spoilers locos. Bueno, sí: que al final acabé prefiriendo a Braun que a Robertson (y mira que éste me encantaba en Transmetropolitan... Será que desde que se entinta a sí mismo tiene una "suciedad" añadida que a mí no me hace tilín). El bueno de Braun se mueve en un registro casi que más expresivo, y era una delicia disfrutar de su dominio de las expresiones faciales.
Pues muchas gracias por haberse tomado el tiempo y la molestia no sólo de leer la reseña, si no de compartir algunas de sus impresiones sobre la serie. Lástima que parezca que ha pasado de tapadillo por el panorama español. Tuve bastante cuidado en evitar algunos de los spolers más espectaculares que habrían podido arruinar grandes momentos de la historia, y coincido al cien por cien en la apreciación sobre los dibujantes. Admirador total de Robertson en Transmet, aquí me ganó la limpieza y la expresividad del trabajo de Braun. Por lo demás, de nuevo, gracias por su comentario, y espero que nos sigamos leyendo!!!
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