El capitán Colter Stevens (Jake Gyllenhaal) se despierta de forma brusca. Se encuentra desorientado, viajando en un tren al que no recuerda haberse subido y sentado frente a una atractiva muchacha que le habla como si le conociera de toda la vida. Los nervios se apoderan de Stevens que inspecciona el vagón, va al baño a despejarse... Y contempla en el espejo un rostro que no es el suyo. El miedo, la angustia y la desorientación aumentan, la muchacha le busca preocupada y los pasajeros le miran con cierto recelo... Stevens no tiene tiempo para descubrir que está sucediendo porque el tren explota en una bola de fuego.
Pero todo ha sido una simulación. Stevens forma parte del programa militar Castillo Escondido, como le informa la competente capitana de las Fuerzas Aéreas Colleen Goodwin (Vera Farmiga) a través de unos monitores. Su misión es la de insertar su conciencia dentro de un programa, el Código Fuente, que recrea mediante arquitectura informática cuántica la realidad de lo ocurrido sólo unas horas antes: el brutal atentado a un tren que se dirigía a Chicago. Pero no hay un mero interés forense en esa investigación, sino una verdadera urgencia. El terrorista ha amenazado con que explotaría una bomba sucia en el centro de esa misma ciudad unas horas después, y sólo Stevens puede averiguar quién y porqué está detras de esos atentados.
A partir de ese momento, y sin contar con excesiva ayuda del creador y director del proyecto, el doctor Rutledge, (Jeffrey Wright), Colter Stevens se ve abocado una y otra vez al cuerpo del pasajero muerto para investigar su entorno. En qué lugar está escondida la bomba, cómo la hace explotar el terrorista, quién es este, y sobre todo, cómo poner freno a una situación que potencialmente puede acabar con la vida de cientos de miles de personas. Para ello sólo contará con ocho minutos de tiempo cada vez que entre en el Código Fuente, donde le espera esa muchacha de sonrisa cautivadora (Michelle Monaghan), un vagón repleto de potenciales asesinos y una situación en la que la vida y la muerte se hallan a sólo ocho minutos de distancia.
Código fuente es la segunda película dirigida por Duncan Jones (qué demonios, recordemos, hijo de David Bowie) tras uno de los más celebrados e impresionantes debuts fílmicos de los últimos años, la cautivadora Moon. Si en aquella contó con la ayuda de Nathan Parker para escribir el libreto aquí recurre al guión de Ben Ripley, autor entre cuyos escasos créditos se cuentan maravillas de la categoría de Species III y IV, el cual elabora un tenso thriller de ciencia ficción contenido en tres espacios cerrados y con un puñado de personajes (apenas una docena que tengan peso específico en la trama), pero con los que construye una historia que va evolucionando poco a poco, que mantiene la capacidad de sorprender al espectador sin engañarlo en ningún momento y que para cuando ha mostrado todas sus cartas ya ha creado la suficiente empatía y simpatía con los protagonistas como para que las últimas entradas en el Código Fuente sean angustiosas, tensas, emocionantes y emotivas. En esta producción Jones ya maneja un presupuesto más holgado que en su anterior producción, y deja de lado las maquetas tradicionales para recurrir a efectos digitales, pero hay varios elementos que unen a Código Fuente con Moon de manera muy significativa.
En primer lugar, parece que Duncan Jones se maneja como pez en el agua a la hora de encuadrar sus historias dentro del género de ciencia ficción, lo cual no es óbice para que desarrolle inquietudes universales dentro de escenarios y tramas codificados y reconocibles por el gran público. Así, mientras que en Moon asistíamos a una búsqueda de la propia identidad y de los factores que nos permitían asegurar la propia humanidad, en Código Fuente, al ritmo frenético de una investigación antiterrorista somos testigos de cómo Stevens llega a anteponer la preocupación por los demás a su propia seguridad y cómo su visión del mundo, negativa, maniquea, marcada por la sospecha, acaba evolucionando hasta alcanzar un nuevo punto de vista sobre todo aquello que le rodea y llega a una suerte de equilibrio kármico en el que recibirá aquello que proyecte a los demás: miedo, ira, sospecha, agresión... o gratitud, cariño, respeto o alegría.
Lo cual nos lleva a para mí, hasta el momento, la piedra angular del cine de Duncan Jones. Este debe ser un tipo al que sus padres quisieron mucho y sus compañeros de estudio no molestaron y todavía no le han puesto demasiadas zancadillas en la vida, porque la máxima de su cine me recuerda a aquella gloriosa cita de Starman que, para que vean ustedes, también es uno de mis mantras personales: Esperar lo mejor de los demás cuanto peor están las cosas. Decía de Moon hace año y medio que la película "nos presentan una historia de decisiones personales, de añoranzas y anhelos que, aún incluso en el filo del precipicio encuentra una salida para sus actores, una opción de humanidad escogida en el peor trance posible. En este sentido, Moon es una película hondamente humanista y optimista en su planteamiento y resolución, algo que servidor agradece en tiempos más propicios para el nihilismo o el exhibicionismo de fuegos artificiales". Parece que pueda aplicar sílaba por sílaba esas palabras a Código fuente, película de la que salí con una sonrisa en el cine y cuyo poso ha ido mejorando día a día, y es que una buena película es como un buen vino, lo disfrutas y saboreas en el momento, pero es luego, cuando recuerdas la sensación que te causó, es cuando la aprecias verdaderamente. Espero que Duncan Jones no se pierda por el camino, que la industria le deje un hueco para seguir buscando y ofreciendo en pantalla lo mejor de lo que somos capaces los seres humanos y que su próxima película esté, cuando menos, a la altura de esta Código fuente que les recomiendo encarecidamente.
5 comentarios:
Tiene muy buena pinta caballero, a ver si la veo. Ya me quedé en su momento con las ganas de ver Moon, que todavía tengo pendiente, saludos.
Una peli que me sorprendió muy gratamente y que, no sé, me dió la sensación de ver una peli de ciencia ficción con sabor añejo y bien hecho. Como decimos últimamente, para bien o para mal, al menos no toma por tonto al espectador y no lo engña con triquiñuelas baratas. Un gran ejercicio fílmico rodado con mucho pulso y un acertadísimo ritmo que hace que el interés por la historia y los personajes vaya en aumento.
Ésta peli y Sin Límites me han devuelto la fe en el cine de sci-fi moderno.
Un abrazo para usted y su costilla!.
Jaime, creo que las dos películas te van a gustar. Se nota un cariño y un saber hacer en el director muy de la vieja escuela :D
Me apunto la de Sin límites. Quería verla pero en principio el rollo Jekyll/Hyde no me llamaba lo suficiente como para pagar la entrada. La veré en dividi, y Código Fuente es más que probable que pase a hacer compañía a Moon en la videoteca. Oye, que cuanto más pienso en ella y más la recuerdo más me gusta, y esos planos ralentizados o congelados del vagón me parecen una puñetera maravilla.
Buena reseña, me gustó mucho Moon y creo que con Código Fuente Duncan Jones se consagra dentro del cine de ciencia ficción.
¡Saludos!
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