Gerry Lane (Brad Pitt) es un antiguo trabajador de las Naciones Unidas cuyo trabajo le llevó a algunos de los puntos más calientes del planeta, desde África a Asia pasando por Oriente Medio. La tensión de las misiones y el alejamiento de sus seres queridos provocaron una situación de la que Gerry sólo pudo escapar renunciando a su trabajo y regresando al lado de su esposa Karin (Mireille Enos) y de sus dos hijas, con las que vive en la ciudad de Philadelphia. Las noticias de crecientes disturbios a lo largo y ancho del globo, la instauración de la ley marcial en decenas de países así como los miles de ataques violentos e inexplicables reportados a lo largo y ancho del globo provocan no poca inquietud en la pareja. Durante un desplazamiento rutinario por la ciudad el infierno explota y una multitud furiosa, incontrolable y violenta ataca a sus conciudadanos sin motivo aparente. Las muertes se suceden y al cabo de pocos segundos los cadáveres se levantan y atacan con furia a las personas vivas que encuentran a su alrededor. Es el principio del fin...
Gerry hará todo lo posible para sacar con vida a su familia de Philadelphia, incluso contactar con su antiguo jefe, Thierry Umutoni (Fana Mokoena), para lograr un transporte seguro. La ciudad es un caos sin control, como muchas otras, los supervivientes son cada vez menos y los seres hostiles se cuentan por millones. La experiencia de primera mano de Gerry Lane así como sus habilidades de campo harán que el mando militar le ponga al cargo de un equipo de élite con el objetivo de averiguar qué es lo que está sucediendo. Con la vida de su familia en juego, y la supervivencia de la raza humana en peligro, Gerry recorrerá el planeta en busca de aquellos sucesos significativos que puedan arrojar luz sobre la infección Z: las primeras referencias a los zombis llegadas desde Corea del Sur, la existencia de una zona completamente libre en Israel, las instalaciones de investigación biológica en Cardiff... Pero allá donde vaya, Gerry encuentra siempre lo mismo frente a él, una marea inexorable, furiosa, imparable que extiende la muerte y la destrucción por donde pasa y a la que no parece haber manera de poner freno de ninguna manera.
Guerra Mundial Z, además de ser la adaptación de un libro de éxito del que ya hemos hablado sobradamente, la película de zombis más taquillera en el momento de su estreno y un nuevo producto a mayor gloria del lucimiento de Brad Pitt, ha pasado a convertirse en una de las más tortuosas y conflictivas producciones del cine contemporáneo, hasta el punto de que uno no puede más que sorprenderse ante el hecho de que después de tantos retrasos, reescrituras y modificaciones el resultado final oscile entre lo competente, lo aceptable y lo brillante. Ya desde el primer momento, con dos estrellas de la talla de Brad Pitt y Leonardo DiCaprio pujando por los derechos del libro, el proyecto estuvo lleno de tensiones. Con tratamientos de guión preliminares desde el año 2008 a cargo de J. Michel Straczinsky, una primera reescritura a cargo de Mathew Carnahan, y la contratación de Marc Foster como director parecía que el proyecto estaba encaminado, pero las dificultades económicas y el inspirar el tono de la historia en la saga de Jason Bourne antes que en la trilogía de George A. Romero -por ejemplo- no levantaban unas perspectivas muy halagüeñas.
Partiendo de un presupuesto de 125 millones de dólares, la película comenzó a rodarse en el año 2011. Secundando a Brad Pitt encontramos a James Badge Dale como un militar curtido destinado en Corea del Sur, a David Morse como un prisionero de la CIA con mucho que decir, y a Matthew Fox como un militar aerotransportado. Un año después, con la película ya prácticamente terminada, saltan las alarmas y los ejecutivos de la Paramount exigen una serie de cambios radicales, que llevan a varias decisiones drásticas. Por un lado, Damon Lindeloff y Drew Goddard se encargan de pulir el guión, de reescribir varias escenas y de introducir un nuevo clímax para la película, que obvie por completo el rodado. Para que nos entendamos, eliminan una batalla apocalíptica de quince minutos de duración en la Plaza Roja -lo que habría sido el equivalente de la batalla de Yonkers- y ofrecen un último tercio más contenido y centrado en la figura de Brad Pitt como protagonista absoluto. Entre otros cambios, se eliminan subtramas centradas en la mujer de Gerry y el personaje de Matthew Fox desaparece casi por completo, hasta el extremo de que el actor solo tiene cinco frases en la versión definitiva de la película. Y todo lo anterior, obviamente, eleva los costes y el presupuesto del film, que se cierra con 190 millones y una espada de Damocles inmensa sobre la cabeza de Marc Foster si no es capaz de conseguir una película de éxito después de toda esa serie de cambios y alteraciones sobre la marcha.
¿Cómo afecta el anterior maremágnum a nivel de producción al resultado final de la película? Pues sorprendentemente, no se aprecia demasiado en tanto que el resultado final es sólido y coherente en sí mismo, quedando como incongruencia más evidente la del personaje desaparecido de Matthew Fox. Al optar por un tono a medio camino entre el thriller internacional y el drama intimista de personajes, con el telón de una invasión zombi de fondo, lo que se destaca en todo momento es, primero la investigación llevada a cabo por Pitt en las diversas localizaciones mencionadas anteriormente -todas y cada una de ellas además escenario de una trepidante escena de acción o de una tensa set-piece, y segundo la interacción de los miembros de la familia Lane primero durante su huida y luego en la distancia a través de las sucesivas llamadas por el teléfono vía satélite. El tono se traslada desde el tratamiento de la historia misma al modo de presentar la amenaza Z, que, salvo detalles muy puntuales en el comienzo y final de la película -las escenas del edificio y centro de investigación, más pausadas y convencionales-, nos presenta unos zombis rápidos y furiosos, que se comportan como si de un enjambre se tratara, que infectan pero no consumen a sus víctimas -en tiempo récord, además- y apenas presentan síntomas habituales como laceraciones o putrefacción evidente.
Es ese el mayor punto débil de la película para el lector de Max Brooks o para el aficionado a lo zombi, ya que el modelo es más la saga infectada de Danny Boyle antes que cualquier acercamiento tradicional a los muertos vivientes romerianos. Como me ha acabado sucediendo con la televisiva The Walking Dead, lo que no llego a entender es cómo una serie de productores llega a invertir una cantidad de dinero importante en la compra de unos derechos por unos personajes y unos conceptos que luego, de manera taxativa y abrupta, ignoran, mutilan, alteran y manipulan a su antojo, cuando no directamente los descartan, como en este caso, y emplean un simple concepto para desarrollar lo que querían desde un primer momento: un producto al uso, una historia tradicional con final feliz al servicio de la estrella de turno, con un tratamiento que eluda cualquier clasificación para adultos y no espante a la audiencia mayoritaria, y que no presente aristas de cara a su comercialización futura, ya sea a nivel franquicia o a nivel merchandising. El dueño original de la idea pierde todo el control creativo en esta clase de aventuras desde el primer momento, y los compradores de los derechos consiguen casi desde el primer instante un público potencial cautivo al que dirigirse, y al que habitualmente no pretenden contentar salvo con guiños puntuales, ya que, como siempre, la parte interesante del pastel es el resto de público, el que nunca ha leído un tebeo de super héroes, visto una película de zombis o jugado a un videojuego concreto, tres de los campos que más adaptaciones han sufrido últimamente y que en más ocasiones han sido objeto de esta suerte de síndrome del público cautivo.
Dejando de lado la ausencia completa de sangre a lo largo de todo el metraje -incluso cuando le amputan el brazo a alguien y vendan sus heridas, las gasas permanecen blancas e impolutas-, la presencia de unos infectados rabiosos antes que zombis y un final un tanto abrupto que hace que un servidor espera a ver una especie de versión del director en dvd o br, hay que reconocer que Guerra Mundial Z ofrece un genuino espectáculo de primera al servicio de Brad Pitt, con una secuencia de acontecimientos que presenta varias escenas de acción realmente espectaculares -el aeropuerto de Corea, el muro de Jerusalén-, así como otras más intensas todavía que coquetean con el suspense y el terror como las desarrolladas en el edificio de apartamentos y el centro de investigación. Rápida, sin apenas tiempos muertos, entretenida, sin aristas que espanten a nadie pero con entretenimiento a raudales, por el momento nos encontramos ante la película del verano. La lástima es que después de los cinco años de desarrollo y todos los problemas de producción, y pese a que los resultados finales hayan sido mucho mejor de los esperados por todos los implicados, no parece que ninguno de ellos se muestre demasiado interesado en una II Guerra Mundial Z. Ni siquiera Matthew Fox, y eso que su personaje Paracaidista tenía mucho potencial que desarrollar.
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