En el año 2154 la división económica y social ha llegado a un abismo extremo de separación entre aquellos que no poseen más que un mugriento cuchitril donde caerse muertos y aquellos que habitan en un entorno de lujo y privilegio. Los primeros se amontonan en arrabales polvorientos repletos de basura, a lo largo y ancho del planeta Tierra, obligados a sobrevivir en empleos mal pagados y a menudo lesivos para la propia salud, controlados en todo momento por una fuerza de seguridad policial robotizada que atiende a pocas bromas y rompe huesos con la misma facilidad con que obvia críticas o quejas del rebaño que vigila. Por contra, la clase económicamente pudiente -muy pudiente, aquí el concepto de clase media desapareció aproximadamente hace un par de años con cierta crisis de cuyo nombre no quiero acordarme- ha logrado establecer un paraíso orbital conocido como Elysium, una gigantesca estación espacial en cuyo anillo se alojan cientos de mansiones rodeadas de amplios parques, cuyos habitantes solo deben preocuparse de cómo socializar entre ellos y ocupar su valioso tiempo, un tiempo prolongado y mejorado gracias a unas cabinas médicas que curan a nivel molecular cualquier problema de salud que los habitantes de Elysium puedan sufrir.
Abajo en el lodazal malvive Max Da Costa (Matt Damon), un huérfano de vida difícil desde sus comienzos, con un pasado delictivo en el campo del robo de vehículos que trabaja duros turnos en la empresa Armadyne, la constructora de Elysium. Haciendo oídos sordos a las ofertas que su mejor amigo Julio (Diego Luna) le hace para retomar su carrera criminal, y tras un choque fortuito con los robots de seguridad, Max se reencuentra con una vieja relación, Frey (Alice Braga). La vida de Max está a punto de complicarse todavía más cuando un accidente laboral acaba con todas sus esperanzas y le condena a una agonía rápida y una muerte segura, a menos que decida emprender una misión casi suicida para el líder de una banda dedicada a introducir de forma ilegal personas en Elysium, el visionario contrabandista Spider (Wagner Moura).
En una carrera desesperada contra el reloj, la enfermedad, y la sombra de la muerte, Max afrontará con entereza y valor un destino que le enfrentará a las fuerzas de seguridad del Presidente de Armadyne, John Carlyle (William Fichtner), y a sus aliados en Elysium, encabezados por la Secretaria de Defensa Delacourt (Jodie Foster), una decidida, dura hasta el extremo y ambiciosa funcionaria capaz de todo para preservar el edén celestial que se le ha encomendado proteger. Carlyle y Delacourt, ejemplos del poder económico y político alejado de la gente y de cualquier clase de ética o moral mínimamente humanas contarán con un brazo ejecutor temible y aterrador, un mercenario exiliado conocido como Krueger (Sharlto Copley) que recibirá una única directiva. Detener a Max Da Costa a cualquier precio. El premio, lo que todos quieren. Una vida en el cielo, larga y libre de dolor, una vida en Elysium...
Con Elysium nos hallamos ante el segundo largometraje dirigido por el sudafricano Neill Blomkamp, quien hace cuatro años nos ofreciera la muy apreciable y recomendable Distrito 9. Nos encontramos, al igual que en su debut como director de largos, con una película encuadrada en el género de la ciencia ficción, con una sólida ambientación, personajes humanos, grandes escenas de acción, y todo ello enmarcado en un escenario con un contundente mensaje social y económico que acerca la película a un film de denuncia todo lo que permiten las estrictas y no escritas reglas del business hollywoodiense. Si en Distrito 9 las lecturas eran muy claras acerca de las políticas segregacionistas llevadas a cabo en Sudáfrica durante décadas y plasmadas en el conocido Apartheid, transmutándolo todo en el relato de autoconocimiento y redención de un funcionario de inmigración que acababa empatizando con aquellos que tenía que mantener bajo control -y asimilado a los mismos-, en Elysium lo cierto es que tanto el mensaje como el resultado final se dulcifican un poco al tratarse de una gran producción destinada al consumo del gran público. Veamos el porqué.
El proyecto de la película comenzó a ponerse en marcha el año 2011, mostrando una serie de diseños y arte conceptual a diversos estudios, con la intención de vender la idea y conseguir financiación. Dadas las buenas críticas y aceptación de Distrito 9 Sony Pictures decidió quedarse con la película e invertir los 115 millones de presupuesto de la misma, tan solo un presupuesto cuatro veces mayor que el de la primera película de Blomkamp. El proceso de casting también fue duro, y se consideró a los raperos Ninja y Eminem como posibles protagonistas, aunque ambos declinaron el ofrecimiento, momento en que Matt Damon se hizo carne y tomó la forma de Max Da Costa, ofreciendo al personaje su habitual humanidad, buen rollismo, sonrisa característica, y una preparación física ya importante gracias a sus antecedentes como Bourne que aquí completó con un nuevo programa de entrenamiento.
El reparto lo completaron en sus principales papeles un Diego Luna que repite casi exactamente el papel de La terminal u Open Range -ese amigo chicano siempre sonriente-, una bellísima, gélida y dura Jodie Foster a la que la iluminación le juega en una escena una mala pasada y la convierte en Christine Lagarde -la presidenta del FMI y todo lo cerca que puede estar hoy día a un personaje de villana al servicio del sistema como el mostrado en la película-, y Sharlto Copley, el protagonista de Distrito 9 que aquí compone un personaje totalmente opuesto a aquel funcionario apocado y cobarde y nos presenta a un demencial y salvaje mercenario capaz de los actos de brutalidad más descarnados. Los actores brasileños Wagner Moura y Alice Braga ofrecen el contrapunto humano que impulsa a Max a seguir adelante, el primero al forzarle poco menos que a convertirse en un libertador a su pesar, y la segunda al recordarle tanto su infancia como aquello que debería impulsarnos a seguir en la lucha del día a día pese a todas las adversidades que se nos presentan.
Tenemos un sólido equipo técnico, un competente cuerpo de actores... ¿Cómo vamos de historia? El punto de partida desde luego resulta aterrador, en tanto que aunque nos habla de un momento futuro las imágenes que nos muestra resultan de una actualidad aterradora. Aún más terrible resulta el hecho de que los arrabales de la Tierra y parte de las imágenes de Elysium provienen de las localizaciones en un mismo país: el área de infraviviendas de Iztapalapa y la zona de viviendas de lujo de Huixquilucan-Interlomas, ambas en las inmediaciones de ciudad de México. Las imágenes de las extensiones de chabolas polvorientas, de gente malviviendo en los arrabales, de cientos de personas revolviendo en la inmundicia de inmensos basureros, mientras a apenas unos kilómetros unos pocos privilegiados viven en mansiones rodeadas de inmensos jardines protegidas por feroces cuerpos de seguridad es una realidad que a día de hoy se vive y se ve en cualquier gran urbe del mundo, con casos paradigmáticos como la mencionada México, Rio de Janerio o Madrid, si no queremos irnos muy lejos. El propio director afirma ante el escenario planteado en su película lo siguiente: Todo el mundo me pregunta últimamente por mis predicciones sobre el futuro. No, no, no. Esto no es ciencia ficción. No es el futuro. Es ahora.
Planteado el escenario de desigualdad e injusticia social, de explotación laboral y de deshumanización de las estructuras burocráticas y de atención sanitaria, todas ellas en manos de gestión privada -como todo el mundo sabe la idónea y óptima para el mundo contemporáneo, de ahí que nuestros gerifaltes se estén apresurando en implantar esos modelos a lo largo y ancho del planeta-, cabe buscar el conflicto personal y humano que propicie el progreso de la acción y de la historia, y ahí Blomkamp juega con cartas marcadas. Los primigenios motivos de Max no son otros que el interés propio, el egoísmo primordial de todo ser humano de salvar el pellejo a toda costa, pero como nos encontramos en una película destinada al gran público, tenemos que ofrecer ese pequeño motivo personal que nos convierte en buenas personas y ese gran ideal que nos transforma en héroes, aunque sea a nuestro pesar. A mí esas cosas no me molestan a nivel argumental porque no invalidan en modo alguno el planteamiento original ni endulzan las imágenes del primer tercio de la película ni justifican en modo alguno una división socioeconómica que se nos presenta como deleznable, miserable y tristemente real ya hoy en día.
Y llegamos ya a la parte final de la película, un último tercio que al igual que ocurría en Distrito 9 se convierte en un festival pirotécnico repleto de escenas de acción tremebundas, violencia desaforada y gráfica -extremadamente gráfica diría yo para ser una película de Hollywood, con abundantes planos repletos de delicias cárnicas sanguinolentas para los amantes del gore- y enfrentamientos a cara de perro que convierten los últimos 30 minutos de Elysium en una auténtica montaña rusa de destrucción, golpes, tiroteos y explosiones. De nuevo, no me molesta, no me distrae del mensaje que subyace en el fonde de la película y no me hace olvidar que los que tienen nunca abrirán la mano para que aquellos que lo necesitan compartan sus riquezas y su bienestar. Para salvar el abismo alguien al final tendrá que saltarlo, y para que las puertas del edén acaben dejando pasar a todo el mundo tendrán, tendremos, que ponernos ropajes para la lucha y acabar con los perros de los amos. ¿Cuándo acabará por convertirse esta fábula en una aterradoramente completa realidad? Sólo el tiempo lo dirá, pero al paso que vamos, dudo mucho que transcurran los 140 años que nos separan de ese aparentemente lejano 2154, el mismo año, lo que son las cosas, en que Cameron ambientó su Avatar, la película más taquillera de la historia y con un ropaje mucho más confortable de ecologismo new age... Disfruté mucho mucho con Distrito 9 y bastante con esta Elysium, que mantiene a Blomkamp como uno de mis nuevos directores favoritos y como uno de esos nombres que haga lo que haga en su próximo proyecto me arrastrará a las salas de cine para verlo. Siempre y cuando pueda permitirme pagar la entrada, claro...
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