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miércoles, noviembre 07, 2012

El molino que se alzó en las estrellas: De arcas espaciales, molinos y cuartos lugares

Hace justo dos años les hablaba de un certamen literario organizado por la página web Zona eReader con el patrocinio de Luarna Ediciones, en el que tuve la suerte de conseguir el segundo puesto con un viejo relato de ciencia ficción llamado La fiesta de despedida. Dicho relato, junto con el ganador, finalistas y algunos más seleccionados por su nivel de calidad fueron editados posteriormente en formato ebook y han estado disponibles para su descarga gratuita en este enlace. Con el paso del tiempo la página organizó un par de certámenes temáticos más, pero no encajaban con ninguno de los relatos que tuviese escritos o me apeteciese escribir. Hasta hace unos meses... Este verano pasé un par de semanas escribiendo un cuento para ese certamen sobre molinos al que Leti Sparks y yo nos hemos presentado varias veces, resultando en cuatro visitas diferentes a Mota del Cuervo como finalistas. El año pasado ya había escrito un relatillo en el que el doctor Víctor Von Frankenstein visitaba la localidad en busca de un lugar donde continuar sus experimentos en búsqueda de un arma efectiva contra su Criatura, que finalmente acababa encontrándolo y teniendo un enfrentamiento bajo los molinos de viento castellanos. Quizá un relato demasiado de género o demasiado pulp para la convocatoria.


Este año decidí que quería seguir jugando con los géneros y, obviando las habituales referencias históricas y cervantinas -bueno, estas no del todo- decidí escribir un relato fantástico con ambientación de ciencia ficción en el que la figura del molino sería más una inspiración y un recurso argumental que el protagonista central de la historia, colocando en ese lugar a un escritorzuelo de noveluchas de quiosco en una situación desesperada. Para nuestra desgracia este año el certamen literario de los molinos se declaró desierto por escasa participación -podrían haber premiado todos los relatos presentados y aún así quizás se habrían quedado cortos-, y me encontré con un relato completamente adscrito a un género con escasas salidas en certámenes literarios hasta que los amigos de Zona eReader y el patrocinador de este segundo certamen, bq readers, me ofrecieron la posibilidad de encontrar un hogar digno para otro de mis hijos literarios, un cuento que podría muy bien estar relacionado a su vez con La fiesta de despedida y aquella flota de naves espaciales que partieron de la Tierra en busca de un hogar mejor a millones de kilómetros de distancia de su antiguo hogar. Finalizado el plazo de votaciones, el recuento de las mismas y cerrado el tiempo estimado para las reclamaciones, el fallo ha sido el siguiente:

Resultados definitivos del II Concurso de Relato Corto de Literatura Fantástica y Ciencia Ficción.

ZonaEreader con el patrocinio de bq readers.

Terminado a las 18:00 el periodo de reclamaciones, es un placer para el equipo de coordinación de ZonaEreader, con el patrocinio de bq readers, anunciar los vencedores de este concurso:
Ganador del concurso: Relato 15, “Estrellas y cajas azules”.
Autor: Javier Ferández Bilbao.
Primer accésit: Relato 43, “Fisterra”.
Autor: Adolfo Segovia de Aisa.
Segundo accésit: Relato 49, “Consecuencia lógica”.
Autor: Ángel Revuelta Pérez.
Tercer accésit: Relato 37, “El molino que se alzó en las estrellas”.
Autor: Pedro de la Ossa Antón.


Si tienen ánimo y paciencia, pueden perderse un momento bajo las estrellas, en la quietud de una inmensa nave con problemas mecánicos y seguir a su protagonista en un particular viaje por la imaginación, la literatura y los vientos del espacio.... Aquí les dejo con El molino que se alzó en las estrellas...


miércoles, marzo 21, 2012

El martillo de Ernest (Relato breve)

Un relato corto sobre Hemingway y el vino. Esa era la única premisa que solicitaban los organizadores de un certamen de relato breve, que el tema uniera al escritor y al caldo en menos de mil palabras. La verdad es que enseguida monté una historia que mezclara la épica del perdedor con la participación de Hemingway en la Guerra Civil, así como su pasión por las bebidas alcohólicas en general y su estancia en Cuba. El relato no fue seleccionado, y para evitar que duerma el sueño de los justos en cualquiera de mis carpetas virtuales, he preferido compartirlo con vosotros. Si os habéis quedado con sed de más Hemingway y vino, podéis leer los relatos seleccionados como finalistas en este enlace.

El martillo de Ernest
Pedro de la Ossa Antón

El atardecer es suave en Punta Vigía, una transición tenue entre el día y la noche con el mar como testigo. A Ernest muchas veces le sorprende escribiendo en una libreta con cubiertas de cuero a orillas del océano. Esos días en que está perdido en el blanco de la hoja y su realidad se torna oscura como tinta, el escritor puede seguir y seguir garabateando hasta que su compañera, Martha, le besa en el cuello o le abraza desde atrás con cariño. Esos días largos y perezosos del invierno cubano que Ernest y Martha dejan pasar a comienzos de 1939 están llenos de recuerdos de pena y dolor, de muerte y derrota, y la pluma del americano deja retazos y más retazos en su cuaderno, en sus cuadernos, a borbotones, como si la sangre de la memoria se volcara sobre el papel tras recibir una herida mortal provocada por las balas de la infamia. Nada calma el espíritu de Hemingway, que pesca como si cada expedición fuese la última, y bebe y come y ama como si no pudiese volver a hacerlo más.


Por las noches, rodeados de una oscuridad húmeda, empalagosa, hablan de las fiestas en París, de las costumbres españolas, de la deriva terrible de los acontecimientos en Europa. Entonces Ernest, si ha tomado su par de copas reglamentarias, se permite recordar algunos de los episodios más oscuros de sus tiempos de camillero en Italia. Con un trago de mojito refrescando la garganta puede hablar de las temerarias carreras en ambulancia, de los hospitales de campaña, de los gritos en la noche y los relinchos de los animales de tiro yaciendo agonizantes en las cunetas del progreso. Son recuerdos para una bebida dulce como el mojito, que a veces Ernest juega a hacer suya variando los ingredientes tanto como la ortodoxia del buen bebedor le permite. Una noche de tormenta, el escritor se prepara una de sus bebidas más contundentes. Ha pasado todo el día escribiendo y rasgando las hojas de papel como si quisiera apuñalarlas, y Punta Vigía ya no parece estar tan lejos del lugar que se esconde en el fondo de sus pensamientos. En un vaso ancho mezcla por onzas ron blanco, ron moreno, coñac y licor de plátano y fresa. En sus manos sostiene el martillo con el que quiere machacar sus recuerdos y esconderlos en el fondo de su mente, pero sabe que no va a ser capaz. Ernest piensa en el vino español y ese sabor que deja en la boca, ese regusto a sol y a viña y a tierra y madera, la esencia de una civilización, la sangre de Europa. Pero no recuerda los mejores caldos, probados en mil y un bares y bodeguillas, ni los mejores buqués o las añadas más destacadas. Hemingway piensa en el trago más amargo que jamás diera a una copa de vino.


No deja de recordar una noche de finales de 1938, con el cielo iluminado por los fuegos artificiales que cañones y morteros se escupían mutuamente entre las trincheras enfrentadas a la vera del Ebro. Para un escritor las metáforas tan flagrantes son un atentado al arte y a la vida, y ver una de las arterias de España desangrarse con el fluido vital de sus hijos, enfrentados hermano contra hermano, resulta tan doloroso como la retirada forzosa que emprendían aquella noche. La prensa extranjera destacada entre las tropas republicanas abandonaba el frente, una línea poblada por mártires de una causa perdida a punto de ser arrollados por el contrario. En sus horas finales Ernest pasea por uno de los hospitales de campaña, viendo las mismas caras de dolor y la misma angustia que dos décadas atrás contemplara en otra guerra, más lejana. Reparte un pitillo aquí y allá, intenta hacerse entender con gestos o chapurreando un bronco español, y recibe sonrisas esforzadas y desmayados apretones. Casi en el umbral se arrodilla en el suelo, junto a un hombre de unos cuarenta años sentado en una caja que vela el cuerpo sangrante y apenas con vida de un muchacho. Las lágrimas abren surcos entre la arena y la pólvora que cubren el rostro ajado del soldado. El reportero ya no tiene nada más que reportar, el sueño ha caído allí, y quién sabe si podrá volver a levantarse después de tamaña derrota. Tiende un cigarro al hombre, que lo enciende con manos temblorosas. De su cinto desprende una cantimplora, llena a medias con vino peleón que un paisano de Tarragona le cambió por unos calcetines nuevos. Lleva la cantimplora a los labios del muchacho y vierte poco a poco el líquido rojo por su boca, luego le tiende la cantimplora al hombre, al padre o hermano o amigo de un cadáver que apura sus últimos tragos de vida. Tras pegar dos buenos tragos el hombre devuelve la cantimplora a aquel americano de mirada penetrante, que bebe con esos desconocidos como si de una comunión íntima se tratase. Bebe y el vino sabe a sangre, sudor y lágrimas, y al mismo tiempo que apura el sorbo postrero es consciente de que él mismo ha derramado una lágrima. Nadie dice nada en ese final de un mal relato escrito por plumíferos de ramplona imaginación y burdo estilo, una opereta con un clímax terrible en la que pocos afortunados pueden hacer mutis por el foro. Hemingway musita en voz alta ese torrente de recuerdos sin percatarse de que Martha está unos pasos tras él, firme como la roca que le acompañó por los frentes de la guerra española, con un vaso lleno en la mano. Toma este martillo, Ernest, bébelo y mañana entierra a ese muchacho como merece, en un libro donde las campanas repiquen a muerte de cobardes y traidores, y saluden a los caídos. Y Ernest Hemingway apura el trago a sabiendas de que el sabor que siente ahora vuelve a ser el de aquella noche, el del vino, la sangre… y la tinta.

miércoles, septiembre 21, 2011

El libro de las vidas que fueron: Relato finalista en el I Concurso Literario Casa Eolo

Hace unos meses participé en un certamen literario digital organizado por Casa Eolo, una editorial en línea que quería ofrecer la oportunidad de ver publicado su trabajo a los esforzados juntaletras y soñadores que participaran en dicha convocatoria. Este año mi objetivo ha sido dar difusión o salida a algunos de los relatos que llevaban dando vueltas años por mi disco duro, acumulando polvo digital y escapando por los pelos de las garras del olvido. De esta manera, se entiende que buscara convocatorias en las que no primara tanto la calidad artística intrínseca de cada relato sino la impresión que el mismo causara a sus lectores potenciales. En diciembre conseguí que mi único esfuerzo real en el campo de la ciencia ficción resultara finalista en el I Concurso de Ciencia Ficción patrocinado por Luarna Ediciones, y un par de meses después conseguí a duras penas impresionar a los suficientes lectores como para que el relato El libro de las vidas que fueron entrara entre los cincuenta finalistas del I concurso literario Casa Eolo. Además de ese cuento presenté un viejo conocido de los lectores de este blog, La mujer de ayer, la chica de hoy, que no tuvo la misma suerte ni contó con el favor de los usuarios de la página. Hace unos días la editorial Casa Eolo publicaba de forma digital el primer volumen antológico dedicado a los finalistas, dentro del cual se incluye el relato antes mencionado.



Como ha sido habitual en otras ocasiones, en cuanto el relato ya no posee categoría inédita, lo comparto aquí con todos ustedes, ya sea en su enlace directo o descargándose de forma gratuita el volumen dedicado a los finalistas, en el cual pueden disfrutar además de los esfuerzos literarios de otros escritores hispanos. El relato, ya les avanzo, no es una fiesta. Concebido originariamente como una reflexión sobre la enfermedad, la pérdida, la pena y la memoria, sufrió una reescritura demasiado personal y dolorosa acomodando el espíritu, que no los hechos, a sucesos vividos por un servidor de ustedes en primera persona. Espero que no les amargue demasiado su lectura y que en el fondo, al final, encuentren ese rayo de alegría y esperanza que un servidor suele encontrar incluso en los momentos de mayor oscuridad.

martes, diciembre 14, 2010

La fiesta de despedida: De asteroides, planes ocultos y segundos premios

Me permitirán que por una entrada me ponga a medio camino entre el abuelo cebolleta al que le gusta contar batallitas y el escritor frustrado que se autopromociona cuando algo le sale bien. Sabido es por los lectores habituales de este blog que a un servidor siempre le ha tirado el tema de la escritura, aunque le han fallado dos elementos clave en sus aspiraciones: el verdadero talento y la constancia. A pesar de eso, he intentado aprovechar las pocas buenas ideas que he tenido de la mejor manera que he sabido, y a lo largo de los años he conseguido colocar algunos relatos como finalistas o ganadores de certámenes temáticos sobre pintura, molinos de viento o la navidad. Uno de mis primeros esfuerzos como escritor fue un relato de ciencia-ficción que llamé La fiesta de despedida (Un fin del mundo), en el que traté de rendir homenaje al que por aquel entonces era mi referente literario, nada menos que Ray Bradbury. El relato se pasó de extensión y pese a ofrecer algunos buenos momentos se quedó un tanto cojo al carecer del contexto necesario para dotarlo de pleno sentido. Y me explico. Concebí una especie de historia marco que desarrollaría a través de una serie de relatos interconectados y del que La fiesta de despedida sería el penúltimo capítulo. Crónicas de la Tierra y la Luna se habría llamado. No hace falta que les comente que el modelo de Crónicas Marcianas sobrevolaba sobre la concepción del proyecto de forma demasiado clara y ominosa, por lo que acabé descartándolo y me conformé con pulir La fiesta de despedida tratando de darle el máximo sentido posible como relato independiente. Dada su extensión (hasta el momento el segundo relato más largo que he escrito) y su temática, la proyección del cuento de cara a certámenes y concursos quedaba muy reducida: demasiado largo para un concurso de cuentos, demasiado corto como para presentarlo como novela corta. Han tenido que pasar diez años para que La fiesta de despedida encontrara su hogar literario, pero finalmente ha llegado a buen puerto.




Hace unos meses el portal dedicado al mundo del libro electrónico Zona eBook, organizaba el I Concurso de Ciencia Ficción patrocinado por Luarna Ediciones, un certamen en el que mi relato encajaba como un guante. Dadas las características del concurso (el relato se publicaba de forma anónima en la red y los usuarios de la comunidad lo comentaban y valoraban) no he podido compartir antes con vosotros la participación del mismo, hasta este momento en que ya se ha producido la finalización del certamen y el fallo del mismo, en el que La fiesta de despedida ha logrado un más que meritorio segundo lugar. Al margen del segundo premio, lo más importante para mí ha sido la valoración hecha por lectores anónimos sin conexión alguna conmigo que han encontrado en el relato los elementos suficientes para afirmar cosas como las que se pueden leer en el hilo de comentarios y votaciones del cuento y que el pudor me impide reproducir. Pero dejo de daros la vara. Si os apetece sumergiros en una epopeya de éxodo planetario, exilio cósmico y regreso al hogar perdido, me gustaría que me acompañaseis en tan particular viaje.

domingo, abril 04, 2010

La sonrisa del pirata: Un cuento de Star Wars

Siempre he querido recuperar este cuento y compartirlo en condiciones con todos vosotros. Lo escribí en el año 2000 con el fin de participar en una convocatoria local de relatos sobre La guerra de las galaxias organizada por la asociación alicantina juvenil Supervivientes de Endor. El relato fue escrito por un fan rendido de la saga pero no por un experto en la misma, y de ahí que hubiera algunos errores -como la exactitud de la jugada de cartas o la historia del Outrider- o fallos de continuidad, el más clamoroso de los cuales he decidido corregir -colocar a R2-D2 en Bespin junto a Solo y compañía cuando debía estar en Dagobah acompañando a Luke-. El cuento no descubre nada nuevo, sino que intenta ofrecer una retrato épico y legendario de mi personaje favorito de la saga original, el contrabandista más adorable de la historia del cine. Espero que no os asuste tanta letra y que perdáis unos minutos en este relato que fue escrito hace casi una década y que hoy finalmente sale a la luz pública.

La sonrisa del pirata
Pedro de la Ossa Antón sobre caracteres creados por George Lucas

El Outrider fue una de las naves más rápidas y conocidas de su época. Antes de la caída de la República, durante la consolidación del Imperio como régimen galáctico, Dash Rendar y su fragata corelliana ya eran leyenda entre los contrabandistas espaciales. De acuerdo con su nombre, el aventurero exterior visitó los incontables mundos que poblaban el anillo externo de la galaxia. Fueron incontables los actos de piratería, robos, secuestros de bellas damiselas, contrabando de materias especialmente valiosas que fueron atribuidos al Outrider de Rendar, toda una leyenda que se transmitía gracias a conversaciones de taberna de pilotos. Sus peripecias eran susurradas en cualquier rincón donde la penumbra invitara a compartir secretos, donde amparara la difusión de un mito que no cesaba de crecer. El propio Dash se vio absorbido por la estela de su propia reputación, y cometió el mayor error de todos. Abandonó las cómodas fronteras del espacio exterior y se lanzó sin pensar en las consecuencias a la lucha contra el Imperio. La Rebelión no era en esos momentos sino una loca cruzada idealista que necesitaba desesperadamente pilotos hábiles y osados tanto como necesitaba naves veloces y bien armadas, y Rendar cumplía ampliamente con ambos requisitos. Un viejo piloto, con una cicatriz morada cruzando transversalmente su rostro y un brazo amputado, contaba una y otra vez en una tabernucha de Mos Eisley cómo el Outrider fue alcanzado por un impacto directo en la campaña contra el príncipe Xizor. Una estela de fuego indicaba el rumbo de la fragata, que se ocultó tras un planetoide cercano poco antes de explotar. Pronto surgieron los rumores indicando que tanto Rendar como el Outrider habían sobrevivido. De la amarga hiel de la derrota y la muerte resurgió con mayor fuerza si cabe el mito del héroe, aunque otra leyenda se iba imponiendo entre susurros temerosos y miradas por encima del hombro para comprobar que no hubiera espías del Imperio en las proximidades. Sólo el nombre de Darth Vader, señor oscuro de Sith y mano derecha del Emperador, ascendido a comandante tras la debacle de la Estrella de la Muerte y el fallecimiento de Moff Tarkin, uno de los más competentes y fieles servidores con que Palpatine contaba en su ejército, podía rivalizar con el de Dash Rendar. La imponente figura envuelta en su capa de sombras, precedida su atemorizadora presencia en todo momento por su ominosa y profunda respiración, la oscuridad del alma que se escondía tras ese envoltorio semi-humano de carne y hierro, desterró de la memoria colectiva a Rendar y la épica, para instaurar el temor, el odio.


Muchos fueron los que oyeron hablar del Outrider, muchos los mozalbetes imberbes que hallaron en la figura del valiente piloto un modelo a emular, una inspiración a la hora de encaminar sus pasos. Y precisamente uno de esos muchachos, ya adulto, pensaba en Rendar y en fragatas corellianas modificadas para viajar más rápido que ninguna otra nave, y en cómo le diría a su amigo Lando que aquella mano la iba a perder, y que jamás debería haber apostado una astronave como la suya, aunque hubiese estado seguro de recibir mil manos ganadoras. Sentados cómodamente frente a la consola de juego, degustando una copa de hidromiel traída directamente de Coruscant, dos viejos amigos se miraban fijamente a los ojos. En el centro del tablero electrónico había gran cantidad de créditos imperiales, monedas de oro y alguna piedra preciosa de las lunas de Endor.

-Me has oído perfectamente viejo amigo. La partida de hoy se me ha dado bastante mal, pero con estas cartas es imposible perder.- Lando Calrissian abrió los brazos con energía y sonriendo abiertamente, continuó hablando hacia las espaldas de su oponente.- Vamos, Chewie, dile a este cabezota que lo deje ahora. Recogeremos las ganancias del día y nos iremos a casa.

Desde un rincón de la sala un gruñido cauteloso hizo llegar a Han Solo una clara advertencia. Estaban a punto de perder muchos créditos, tantos como para poder pasar una cómoda temporada en algún planeta del círculo exterior, sin necesidad de trabajitos urgentes y peligrosos para aquella babosa Hutt. Pero en la mente de Solo únicamente aparecía la cromada figura del Halcón Milenario, la mítica nave heredera de las excelencias del Outrider. Como algunas otras veces a lo largo de su vida, la vista de Solo se nubló un instante antes de cometer una temeridad, una locura... o un gesto de abierta y desinteresada heroicidad, aunque cierto es que éstos últimos actos aún tardarían años en producirse.

-Lando, amigo mío, tienes toda la razón, pero ya conoces a este viejo pirata de las estrellas, y una apuesta como la que has hecho, poniendo al Halcón encima de la mesa, cuando menos se merece que destapemos nuestras cartas.

Han apretó un botón y apareció un tres, luego un dos... La sonrisa de Lando había desaparecido, dejando en su lugar un rictus de preocupación indisimulada. Finas gotitas de sudor perlaban su frente. Con una suave presión se destapó la última carta. El wookie lanzó un aullido de alegría mientras abrazaba con sus brazos peludos a su amigo. Lando no pudo reprimir su disgusto, dando un fuerte manotazo sobre el panel electrónico, que despidió algunas chispas. La suerte había sonreído a Han Solo con una de las jugadas más raras del Sabacc, la Estrategia del Idiota, al conseguir un veintitrés literal con un dos, un tres, y la cara del idiota, como usualmente se conocía al comodín con valor cero. Pese a la alegría que inundaba su pecho, Solo intentó reprimir las manifestaciones de júbilo lo máximo posible, intentando no causar más daño del que ya había provocado a uno de los pocos hombres de la galaxia que podía calificar de amigo, y casi el único –sin contar a Chewie- al que confiaría su vida en caso de extrema necesidad. No lo sabría hasta años después, pero aquella noche Lando Calrissian derramó lágrimas de dolor y rabia en el hangar del Halcón Milenario. Con un apretón de manos firme y un abrazo cauteloso los amigos se separaron un par de días después. Solo, esbozando una sonrisa de triunfo pícaro y presuntuoso, se colocó a los mandos de su nueva nave y aspiró profundamente el metálico interior del pájaro más rápido de aquel cuadrante del universo. Cuando la nave se elevó hacia el cielo abierto, Han hizo que el Halcón diera varios bandazos a izquierda y derecha, una última y amarga despedida para el hombre que envuelto en una capa gris perla permanecía estático, solo, en el centro del hangar, con los hombros caídos y la mirada perdida.


***

Todos esos recuerdos eran imágenes brumosas del pasado. Hace toda una vida, pensaba Han Solo mientras miraba preocupado el panel de mandos del Halcón. Los dispositivos de velocidad hiperlumínica estaban fuera de servicio, quién sabe si quizá permanentemente; el estabilizador no respondía como debiera, y por si fuera poco la potencia había quedado seriamente disminuida. Chewbacca continuaba frenéticamente intentando soldar en la sentina la mayor cantidad posible de componentes estropeados. El casco también había sufrido serios daños; había recibido impactos directos durante la evacuación de Hoth y la huida del bloqueo imperial. Además, aquellos malditos y persistentes cazas TIE le habían obligado a realizar la temeraria maniobra del campo de asteroides, algo que no volvería a repetir mientras viviera si podía evitarlo. Y encima, todo había conducido a aquella maldita caverna... y a los mynocks. Había sido un día para olvidar, todo lo cual se reflejaba en el tenso y serio rostro de la mujer que se hallaba sentada a su lado en la cabina del Halcón, la princesa Leia, la princesita guerrera, la mujer que había comenzado a despertar punzadas de nerviosismo en su vientre cada vez que estaba cerca de ella. Todavía le latían con fuerza las sienes, y el corazón corría desbocado ante el recuerdo de aquel fugaz beso, un instante de paz, y algo más, en medio de aquella debacle de Hoth y aquella locura de la Rebelión en que se había metido casi sin darse cuenta plenamente de lo que hacía. Maldito montón dorado de hojalata petulante. Si hubiese llegado unos segundos antes, nada habría pasado. Unos segundos después habría podido disfrutar de aquel momento, hablar con ella de Luke, de lo que estaba empezando a sentir por ella.

-Tranquila princesa. Esta nave aún puede dar algo de guerra al Imperio.-Unos gruñidos agudos llegaron de la sentina, seguidos por la charla incesante del androide de protocolo. Seguramente Chewie habría detectado una nueva avería y el entrometido robot dorado no podía tener cerrados sus circuitos de voz demasiado tiempo indicando la mejor forma de reparar la avería o las escasas posibilidades de salir con éxito del aquel desastre.- Ese adorable montón de pelo con garras lo tendrá todo bajo control en unos momentos. De todos modos, creo que lo mejor será buscar un puerto amigo o neutral para realizar las reparaciones necesarias con el equipo adecuado. Déjame que mire en la carta estelar dónde nos hallamos exactamente...



Las manos de Han volaron por el panel de mando, mientras la mirada de Leia se apaciguaba un poco, al ver la seguridad y tranquilidad con que aquel mercenario tan desconcertante buscaba con mirada escrutadora entre los cientos de planetas, estrellas y sistemas binarios un lugar donde descansar y lamerse las heridas. Apoyó con calma una mano en el hombro de Solo, notando cómo se tensaba al instante, para después, casi instantáneamente, relajarse.

-Yo... -comenzó la princesa titubeante- quería agradecerte que te hayas quedado tanto tiempo con nosotros. Teniendo en cuenta el precio que tiene tu cabeza, has sido muy generoso con la Rebelión. Además, quería decirte...

-¡¡¡Aquí!!! ¡Maldita sea mi suerte! Hace apenas un instante pensaba en él y míralo, ahí lo tienes, el viejo y taimado Lando Calrissian. ¡Y al frente de una colonia minera de gas en Bespin, nada menos! La vida le ha sonreído al bribón desde que me separé de él. ¿Qué decías, Leia?

La princesa miró a las estrellas con gesto de nuevo serio y distante. Nada, musitó mientras movía la cabeza con lentitud a derecha e izquierda. La oscuridad del espacio, el frío y estéril vacío estelar siempre la habían hecho sentirse empequeñecida. Ahora, además, se sentía aislada, alejada de Luke, el atento y dubitativo Luke, que había corrido en pos de quimeras místicas olvidadas desde hacía décadas. La nave tomó el rumbo de Bespin, la ciudadela de las nubes, con una suave inclinación y un ligero ronroneo de los motores. En silencio, Solo y Organa se dirigían a afrontar su cita con el destino, no sólo de sus propias vidas, sino de la Galaxia entera.

***

La estancia era fría, glacial. La estación entera estaba dominada por el color blanco, la síntesis ciega de todos los colores. Leia miraba por la ventana, mientras Han y Chewie seguían preguntándose qué le había sucedido a C3-PO. El wookie le había encontrado desguazado y desconectado en un basurero de la Ciudad de las Nubes. Había algo raro en la colonia minera, en los extraños y mudos sirvientes mejorados biónicamente del barón administrador de la ciudad. Y la actitud del propio Lando... Por unos momentos Leia pensó que les arrestaría y les entregaría a Vader, aquel maníaco torturador sediento de poder. Incluso creyó ver cómo la pose de osado aventurero de Han titubeó por un instante fugaz, justo antes de recibir aquel abrazo caluroso de bienvenida que disipó la mayor parte de sus dudas. Pero C3-PO no aparecía por ningún lado, y Han, lejos de tranquilizarse, había aguzado su instinto de contrabandista al máximo, presto a responder ante la menor señal de peligro. Las puertas se abrieron con un suave susurro, y Lando Calrissian entró en la habitación seguido por su fiel mano derecha en el gobierno de la colonia, Lobot. Han y Chewbacca levantaron la vista de los componentes deslucidos e inanimados del dorado androide de protocolo, y contemplaron con atención la figura elegante del viejo amigo, del consumado tramposo y hábil superviviente que hacía años desapareció de sus vidas. Continuaba luciendo una capa de suave tejido aterciopelado y grisáceo color perla. Un fino y cuidado bigote contribuía a ofrecer una imagen de respetabilidad a su oscura tez. Han se sonrió, y palmeó el hombro de Lando.

-Vaya, Lando, viejo amigo, menudo tinglado tienes montado aquí.- Guiñó un ojo con aire cómplice mientras miraba a Leia, ahora de espaldas al amplio ventanal que ofrecía una deslumbrante panorámica de las nubes anaranjadas y ocres que rodeaban la estación.- Veo que te has ablandado con todas estas comodidades... La verdad es que en los viejos tiempos dábamos las gracias si podíamos dormir un par de horas en una incómoda litera entre turno de pilotaje y guardias. Y ahora... seguro que ni siquiera eres tú quien se encarga de establecer las guardias.

-Ya lo ves, Solo, supe recuperarme bien de aquel revés que me depararon las estrellas y prosperar. Tenemos aquí una colonia de gas Tibanna que produce los suficientes beneficios como para hacer rentable su explotación, pero no lo bastante como para llamar la atención del Imperio.

Leia notó un leve estremecimiento cuando oyó estas palabras, como una suave brisa de la noche glacial de Hoth recorriendo su médula espinal. Calrissian sostenía una de sus manos en ese instante, mientras ensalzaba su belleza y elegancia. Hay algo en ti que no me gusta nada, amigo, y no pienso bajar la guardia ni por asomo.

- Y ahora –continuó Lando- he preparado un refrigerio en vuestro honor. Espero que la especiada comida de Bespin sea de vuestro agrado.


Precedidos por su anfitrión, los tres viajeros dejaron la habitación y al desmantelado androide a sus espaldas. La princesa caminaba entre Han y Lando, que mantenían una animada conversación sobre los viejos tiempos y sobre el Imperio. Chewbacca, algo apartado husmeaba el aire con una afán casi animal, sintiéndose azotado por una sensación incómoda de nerviosismo y expectación. La huida continua de los caza-recompensas enviados por Jabba había afinado sus sentidos hasta límites difíciles de alcanzar por el resto de wookies. Había una presencia extraña en la estación, algo difuso oculto en los márgenes de su percepción que le impulsaba a aullar de miedo. Con un par de gruñidos secos comunicó esa rara sensación a su camarada, el cual le indicó con la mano que se calmara, y continuó conversando con Lando. Leia había dejado de admirar la funcional belleza del lugar, y observaba de reojo cómo Han se reajustaba su chaqueta corta azul marino, cómo las brillantes botas parecían posarse suavemente sobre el suelo en lugar de pisarlo, o cómo su mano derecha apenas se separaba lo justo del blaster DL-44 ajustado a máxima potencia que siempre llevaba algo caído por debajo de la cadera.

Llegaron frente al comedor y Calrissian se colocó a un lado de la puerta. Su mano dudó unos instantes, quieta en el aire, pero luego apretó el interruptor de apertura. Los paneles corredizos se abrieron, dejando ver el amplio comedor, la larga mesa con todo dispuesto... y una figura oscura y alta, de respiración grave y sonora, enfundada en un manto de tinieblas en el otro extremo. Antes de que Han supiera conscientemente lo que hacía su mano había asido con fuerza el blaster y disparado dos ráfagas a plena potencia contra aquella aparición demoníaca y pesadillesca que amenazaba todo cuanto había empezado a vislumbrar en los últimos días. No dejaría que hicieran daño a Leia mientras le quedara un hálito de vida en sus pulmones. Con un ademán casi de desdén, impasible, Vader repelió los disparos y habló con una voz de desagradables resonancias metálicas:

-Estaré muy honrado de disfrutar de su compañía...-Tras el lord de Sith una figura metálica y grisácea salió de entre las sombras precedida por una carcajada de triunfo. Boba Fett había alcanzado al fin a su presa, y Han ya veía en su mente cómo Jabba pasaría su babosa lengua por sus labios amarillentos cuando contemplara su cadáver exangüe en la sala de trofeos de su palacio de Tattoine. Los pocos retazos de esperanza que le quedaban desaparecieron entre tinieblas.


***

Los finos sensores metálicos y puntiagudos del Scan Grid comenzaron a brillar cuando su temperatura alcanzó los diez mil grados. Han Solo estaba atado sobre una plataforma rectangular dispuesta verticalmente. Los soldados de asalto habían estado golpeando duramente diversas partes de su anatomía, en un fútil intento por extraer algo de información útil que ofrecer a Vader en su búsqueda por hallar a Skywalker. Con el pelo caído sobre la frente perlada de sudor, y un sabor intenso a sangre en la boca, Solo alzó la vista para mirar a Vader. Toda su vida había tenido una máxima: Aquel que va siempre un paso por delante de sus enemigos, siempre estará un paso más cerca de la victoria. Y la mayor parte de su vida había sido fiel a ese principio, sin atarse a casi nadie, sin tener posesiones materiales que le retuvieran en algún planetoide del anillo exterior, vigilando el siguiente paso a dar en cada situación. Y ahora, había sido derrotado en toda regla. El Imperio ya no estaba a sus espaldas, sino que le tenía bien cogido. Y no solo eso, sino que también tenían en aquella maldita colonia minera todo aquello que él amaba o que le importaba: Leia, Chewie, el Halcón, incluso aquel maldito trozos de hojalata dorada había empezado a caerle bien. Únicamente le quedaba la satisfacción de no ceder ante ellos, de no desmoronarse delante de Darth Vader, de no darle el placer de verle gritar. Vader no preguntó nada. El muchacho vendría a él, lo había sentido en la Fuerza, y ya no necesitaba la información que el tozudo contrabandista pudiera ofrecerle. Aun así, debía asegurarse todavía un par de cuestiones, atar los cabos sueltos para complacer al Emperador... y quizá todavía más, pero lo que ocultaba el futuro se hallaba protegido por nebulosas brumas, y no podía dejar nada al azar. Aprendió la dura lección que Tarkin recibió tras la destrucción de la Estrella de la Muerte: nada había de confiarse al ciego devenir del destino; muchos acontecimientos a lo largo de su azarosa vida habían sido impulsados o motivados por otras personas, pero ahora era él el auténtico amo de su destino, de su futuro... de las estrellas. Cuando las agujas penetraron a nivel molecular en la carne de Han, cuando descargas eléctricas sacudían sus células y hacían hervir su sangre, cuando los órganos internos se vieron traspasados una y otra vez, todo atisbo de resistencia se quebró ante las intensas y espesas oleadas de dolor que ocupaban por entero su cerebro. No había nada más en el universo que las luces brillantes que explotaban en su cabeza, quizá, tan sólo llegaba a vislumbrar un par de rostros difuminados, el muchacho y la princesa. La oscuridad de la inconsciencia alivió el sufrimiento de Solo arropándolo con el manto del olvido.


***

La celda era oscura y fría, vacía por entero. Chewie gemía quedamente mientras miraba a su amigo y compañero de correrías y peleas por medio universo, el hombre al que en último término debía su libertad y su vida. Todo asomo de vitalidad y energía parecía haber abandonado a Han Solo, cuyo cuerpo yacía casi sin vida sobre una plancha metálica. La puerta se abrió dejando paso a Leia y a Lando. La princesa corrió a abrazar el cuerpo de Han al tiempo que Chewie se abalanzaba contra Calrissian que iba acompañado de Lobon. El amor y el odio entrecruzándose con fuerza en el mismo lugar y momento, alterando la percepción sensorial de los presentes, haciendo reflexionar sobre actitudes seguidas y sucesos pasados y presentes. Una encrucijada vital de la que dependería el futuro de todos ellos.

***

La sala de congelación de carbonita estaba inundada por los vapores tóxicos y ardientes que surgían de los conductos inferiores de la cámara. Allí se almacenaba el gas y se congelaba para facilitar su traslado y manipulación. Allí era donde Vader planeaba empaquetar su regalo para el Emperador, pero para ello debía asegurarse por entero de que funcionaría su plan... Y Solo sería el medio para ello. Han casi no podía caminar, la tortura había doblegado su cuerpo y casi quebrado su mente, pero un rincón pequeño y apartado de bravura y fortaleza se resistía tercamente a rendirse ante la adversidad y la derrota. El cazarrecompensas Bobba Fett discutía con Vader en un lado de la plataforma circular. Lando permanecía en segundo término, con el rostro cabizbajo y apesumbrado, sopesando todo lo que le había costado llegar hasta donde estaba y lo cerca que se hallaba de perderlo todo. Había sido un trato pésimo para la colonia minera, y aún peor para él. Chewie sostenía con dulzura a Han, que se apoyaba contra el fuerte y peludo brazo del wookie. A su espalda, C3-PO intentaba desesperadamente ver algo de la dramática escena que se desarrolla en la sala, sin conseguirlo. Leia no creía que aquello estuviera sucediendo de verdad, que tras un desastre del calibre de Hoth pudiera llegar otro aún mayor, la pérdida del hombre que amaba sincera y plenamente, el heroico y altruista luchador oculto bajo la dura cáscara de un contrabandista cínico y sin escrúpulos. Los soldados de asalto los separaron sin contemplaciones, con rudeza. Aún así, separados apenas unos centímetros, rodeados de aquellos chorros de ardiente vapor, prisioneros del Imperio, Leia y Han lo dejaron todo detrás, ignorándolo por entero, concentrando toda su atención el uno en el otro. Leia adelantó su mano y acarició la áspera mejilla de Solo con dulzura, mientras pugnaba por contener las lágrimas. Con voz entrecortada, ahogada, surgida de lo más profundo de su ser, dijo:

-Te quiero.


Han no sabía como actuar. Todo estaba perdido. El muchacho llegaría pronto a una estación espacial completamente tomada por el Imperio, con una elaborada trampa dispuesta contra él, y con Vader el despiadado al frente de todo. Para él se había acabado. No había esperanza alguna, pero aún entreveía algún leve resquicio en aquella situación mortal. El arrojo de Chewie, el brillo taimado en los ojos de Lando que llevaba viendo los últimos minutos, y la endiablada suerte de Luke, quizá propiciada por la vieja religión de los Jedis, la Fuerza... Si todo salía bien, no quería que Leia lo recordara derrotado, vencido. Situado ya sobre la plataforma de congelación que pronto comenzaría a descender, erguido por entero, extrayendo de manera agónica los últimos resquicios de energía que pudo hallar en su maltrecho cuerpo, esbozó la cínica media sonrisa que le había convertido en un piloto popular en la mayor parte de tabernas de la galaxia, y miró con fijeza a Leia, mientras hablaba con voz firme, sin titubear ni una sola vez.

-Lo sé.

Y con estas palabras la figura de Han Solo desapareció entre un repentino estallido de gases, entrando para siempre en el panteón de los mitos de la rebelión y las leyendas del espacio, sin saber, sin soñar siquiera, que aquello no era el final de todo, sino el principio de muchas otras cosas.



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