martes, octubre 30, 2012
Sketch-busters CCX: Enrique V. Vegas (y III)
domingo, abril 04, 2010
La sonrisa del pirata: Un cuento de Star Wars
La sonrisa del pirata
Pedro de la Ossa Antón sobre caracteres creados por George Lucas

Muchos fueron los que oyeron hablar del Outrider, muchos los mozalbetes imberbes que hallaron en la figura del valiente piloto un modelo a emular, una inspiración a la hora de encaminar sus pasos. Y precisamente uno de esos muchachos, ya adulto, pensaba en Rendar y en fragatas corellianas modificadas para viajar más rápido que ninguna otra nave, y en cómo le diría a su amigo Lando que aquella mano la iba a perder, y que jamás debería haber apostado una astronave como la suya, aunque hubiese estado seguro de recibir mil manos ganadoras. Sentados cómodamente frente a la consola de juego, degustando una copa de hidromiel traída directamente de Coruscant, dos viejos amigos se miraban fijamente a los ojos. En el centro del tablero electrónico había gran cantidad de créditos imperiales, monedas de oro y alguna piedra preciosa de las lunas de Endor.
-Me has oído perfectamente viejo amigo. La partida de hoy se me ha dado bastante mal, pero con estas cartas es imposible perder.- Lando Calrissian abrió los brazos con energía y sonriendo abiertamente, continuó hablando hacia las espaldas de su oponente.- Vamos, Chewie, dile a este cabezota que lo deje ahora. Recogeremos las ganancias del día y nos iremos a casa.
Desde un rincón de la sala un gruñido cauteloso hizo llegar a Han Solo una clara advertencia. Estaban a punto de perder muchos créditos, tantos como para poder pasar una cómoda temporada en algún planeta del círculo exterior, sin necesidad de trabajitos urgentes y peligrosos para aquella babosa Hutt. Pero en la mente de Solo únicamente aparecía la cromada figura del Halcón Milenario, la mítica nave heredera de las excelencias del Outrider. Como algunas otras veces a lo largo de su vida, la vista de Solo se nubló un instante antes de cometer una temeridad, una locura... o un gesto de abierta y desinteresada heroicidad, aunque cierto es que éstos últimos actos aún tardarían años en producirse.
-Lando, amigo mío, tienes toda la razón, pero ya conoces a este viejo pirata de las estrellas, y una apuesta como la que has hecho, poniendo al Halcón encima de la mesa, cuando menos se merece que destapemos nuestras cartas.


Todos esos recuerdos eran imágenes brumosas del pasado. Hace toda una vida, pensaba Han Solo mientras miraba preocupado el panel de mandos del Halcón. Los dispositivos de velocidad hiperlumínica estaban fuera de servicio, quién sabe si quizá permanentemente; el estabilizador no respondía como debiera, y por si fuera poco la potencia había quedado seriamente disminuida. Chewbacca continuaba frenéticamente intentando soldar en la sentina la mayor cantidad posible de componentes estropeados. El casco también había sufrido serios daños; había recibido impactos directos durante la evacuación de Hoth y la huida del bloqueo imperial. Además, aquellos malditos y persistentes cazas TIE le habían obligado a realizar la temeraria maniobra del campo de asteroides, algo que no volvería a repetir mientras viviera si podía evitarlo. Y encima, todo había conducido a aquella maldita caverna... y a los mynocks. Había sido un día para olvidar, todo lo cual se reflejaba en el tenso y serio rostro de la mujer que se hallaba sentada a su lado en la cabina del Halcón, la princesa Leia, la princesita guerrera, la mujer que había comenzado a despertar punzadas de nerviosismo en su vientre cada vez que estaba cerca de ella. Todavía le latían con fuerza las sienes, y el corazón corría desbocado ante el recuerdo de aquel fugaz beso, un instante de paz, y algo más, en medio de aquella debacle de Hoth y aquella locura de la Rebelión en que se había metido casi sin darse cuenta plenamente de lo que hacía. Maldito montón dorado de hojalata petulante. Si hubiese llegado unos segundos antes, nada habría pasado. Unos segundos después habría podido disfrutar de aquel momento, hablar con ella de Luke, de lo que estaba empezando a sentir por ella.
-Tranquila princesa. Esta nave aún puede dar algo de guerra al Imperio.-Unos gruñidos agudos llegaron de la sentina, seguidos por la charla incesante del androide de protocolo. Seguramente Chewie habría detectado una nueva avería y el entrometido robot dorado no podía tener cerrados sus circuitos de voz demasiado tiempo indicando la mejor forma de reparar la avería o las escasas posibilidades de salir con éxito del aquel desastre.- Ese adorable montón de pelo con garras lo tendrá todo bajo control en unos momentos. De todos modos, creo que lo mejor será buscar un puerto amigo o neutral para realizar las reparaciones necesarias con el equipo adecuado. Déjame que mire en la carta estelar dónde nos hallamos exactamente...

Las manos de Han volaron por el panel de mando, mientras la mirada de Leia se apaciguaba un poco, al ver la seguridad y tranquilidad con que aquel mercenario tan desconcertante buscaba con mirada escrutadora entre los cientos de planetas, estrellas y sistemas binarios un lugar donde descansar y lamerse las heridas. Apoyó con calma una mano en el hombro de Solo, notando cómo se tensaba al instante, para después, casi instantáneamente, relajarse.
La estancia era fría, glacial. La estación entera estaba dominada por el color blanco, la síntesis ciega de todos los colores. Leia miraba por la ventana, mientras Han y Chewie seguían preguntándose qué le había sucedido a C3-PO. El wookie le había encontrado desguazado y desconectado en un basurero de la Ciudad de las Nubes. Había algo raro en la colonia minera, en los extraños y mudos sirvientes mejorados biónicamente del barón administrador de la ciudad. Y la actitud del propio Lando... Por unos momentos Leia pensó que les arrestaría y les entregaría a Vader, aquel maníaco torturador sediento de poder. Incluso creyó ver cómo la pose de osado aventurero de Han titubeó por un instante fugaz, justo antes de recibir aquel abrazo caluroso de bienvenida que disipó la mayor parte de sus dudas. Pero C3-PO no aparecía por ningún lado, y Han, lejos de tranquilizarse, había aguzado su instinto de contrabandista al máximo, presto a responder ante la menor señal de peligro. Las puertas se abrieron con un suave susurro, y Lando Calrissian entró en la habitación seguido por su fiel mano derecha en el gobierno de la colonia, Lobot. Han y Chewbacca levantaron la vista de los componentes deslucidos e inanimados del dorado androide de protocolo, y contemplaron con atención la figura elegante del viejo amigo, del consumado tramposo y hábil superviviente que hacía años desapareció de sus vidas. Continuaba luciendo una capa de suave tejido aterciopelado y grisáceo color perla. Un fino y cuidado bigote contribuía a ofrecer una imagen de respetabilidad a su oscura tez. Han se sonrió, y palmeó el hombro de Lando.
-Vaya, Lando, viejo amigo, menudo tinglado tienes montado aquí.- Guiñó un ojo con aire cómplice mientras miraba a Leia, ahora de espaldas al amplio ventanal que ofrecía una deslumbrante panorámica de las nubes anaranjadas y ocres que rodeaban la estación.- Veo que te has ablandado con todas estas comodidades... La verdad es que en los viejos tiempos dábamos las gracias si podíamos dormir un par de horas en una incómoda litera entre turno de pilotaje y guardias. Y ahora... seguro que ni siquiera eres tú quien se encarga de establecer las guardias.
-Ya lo ves, Solo, supe recuperarme bien de aquel revés que me depararon las estrellas y prosperar. Tenemos aquí una colonia de gas Tibanna que produce los suficientes beneficios como para hacer rentable su explotación, pero no lo bastante como para llamar la atención del Imperio.

Precedidos por su anfitrión, los tres viajeros dejaron la habitación y al desmantelado androide a sus espaldas. La princesa caminaba entre Han y Lando, que mantenían una animada conversación sobre los viejos tiempos y sobre el Imperio. Chewbacca, algo apartado husmeaba el aire con una afán casi animal, sintiéndose azotado por una sensación incómoda de nerviosismo y expectación. La huida continua de los caza-recompensas enviados por Jabba había afinado sus sentidos hasta límites difíciles de alcanzar por el resto de wookies. Había una presencia extraña en la estación, algo difuso oculto en los márgenes de su percepción que le impulsaba a aullar de miedo. Con un par de gruñidos secos comunicó esa rara sensación a su camarada, el cual le indicó con la mano que se calmara, y continuó conversando con Lando. Leia había dejado de admirar la funcional belleza del lugar, y observaba de reojo cómo Han se reajustaba su chaqueta corta azul marino, cómo las brillantes botas parecían posarse suavemente sobre el suelo en lugar de pisarlo, o cómo su mano derecha apenas se separaba lo justo del blaster DL-44 ajustado a máxima potencia que siempre llevaba algo caído por debajo de la cadera.
Llegaron frente al comedor y Calrissian se colocó a un lado de la puerta. Su mano dudó unos instantes, quieta en el aire, pero luego apretó el interruptor de apertura. Los paneles corredizos se abrieron, dejando ver el amplio comedor, la larga mesa con todo dispuesto... y una figura oscura y alta, de respiración grave y sonora, enfundada en un manto de tinieblas en el otro extremo. Antes de que Han supiera conscientemente lo que hacía su mano había asido con fuerza el blaster y disparado dos ráfagas a plena potencia contra aquella aparición demoníaca y pesadillesca que amenazaba todo cuanto había empezado a vislumbrar en los últimos días. No dejaría que hicieran daño a Leia mientras le quedara un hálito de vida en sus pulmones. Con un ademán casi de desdén, impasible, Vader repelió los disparos y habló con una voz de desagradables resonancias metálicas:
-Estaré muy honrado de disfrutar de su compañía...-Tras el lord de Sith una figura metálica y grisácea salió de entre las sombras precedida por una carcajada de triunfo. Boba Fett había alcanzado al fin a su presa, y Han ya veía en su mente cómo Jabba pasaría su babosa lengua por sus labios amarillentos cuando contemplara su cadáver exangüe en la sala de trofeos de su palacio de Tattoine. Los pocos retazos de esperanza que le quedaban desaparecieron entre tinieblas.
Los finos sensores metálicos y puntiagudos del Scan Grid comenzaron a brillar cuando su temperatura alcanzó los diez mil grados. Han Solo estaba atado sobre una plataforma rectangular dispuesta verticalmente. Los soldados de asalto habían estado golpeando duramente diversas partes de su anatomía, en un fútil intento por extraer algo de información útil que ofrecer a Vader en su búsqueda por hallar a Skywalker. Con el pelo caído sobre la frente perlada de sudor, y un sabor intenso a sangre en la boca, Solo alzó la vista para mirar a Vader. Toda su vida había tenido una máxima: Aquel que va siempre un paso por delante de sus enemigos, siempre estará un paso más cerca de la victoria. Y la mayor parte de su vida había sido fiel a ese principio, sin atarse a casi nadie, sin tener posesiones materiales que le retuvieran en algún planetoide del anillo exterior, vigilando el siguiente paso a dar en cada situación. Y ahora, había sido derrotado en toda regla. El Imperio ya no estaba a sus espaldas, sino que le tenía bien cogido. Y no solo eso, sino que también tenían en aquella maldita colonia minera todo aquello que él amaba o que le importaba: Leia, Chewie, el Halcón, incluso aquel maldito trozos de hojalata dorada había empezado a caerle bien. Únicamente le quedaba la satisfacción de no ceder ante ellos, de no desmoronarse delante de Darth Vader, de no darle el placer de verle gritar. Vader no preguntó nada. El muchacho vendría a él, lo había sentido en la Fuerza, y ya no necesitaba la información que el tozudo contrabandista pudiera ofrecerle. Aun así, debía asegurarse todavía un par de cuestiones, atar los cabos sueltos para complacer al Emperador... y quizá todavía más, pero lo que ocultaba el futuro se hallaba protegido por nebulosas brumas, y no podía dejar nada al azar. Aprendió la dura lección que Tarkin recibió tras la destrucción de la Estrella de la Muerte: nada había de confiarse al ciego devenir del destino; muchos acontecimientos a lo largo de su azarosa vida habían sido impulsados o motivados por otras personas, pero ahora era él el auténtico amo de su destino, de su futuro... de las estrellas. Cuando las agujas penetraron a nivel molecular en la carne de Han, cuando descargas eléctricas sacudían sus células y hacían hervir su sangre, cuando los órganos internos se vieron traspasados una y otra vez, todo atisbo de resistencia se quebró ante las intensas y espesas oleadas de dolor que ocupaban por entero su cerebro. No había nada más en el universo que las luces brillantes que explotaban en su cabeza, quizá, tan sólo llegaba a vislumbrar un par de rostros difuminados, el muchacho y la princesa. La oscuridad de la inconsciencia alivió el sufrimiento de Solo arropándolo con el manto del olvido.
La celda era oscura y fría, vacía por entero. Chewie gemía quedamente mientras miraba a su amigo y compañero de correrías y peleas por medio universo, el hombre al que en último término debía su libertad y su vida. Todo asomo de vitalidad y energía parecía haber abandonado a Han Solo, cuyo cuerpo yacía casi sin vida sobre una plancha metálica. La puerta se abrió dejando paso a Leia y a Lando. La princesa corrió a abrazar el cuerpo de Han al tiempo que Chewie se abalanzaba contra Calrissian que iba acompañado de Lobon. El amor y el odio entrecruzándose con fuerza en el mismo lugar y momento, alterando la percepción sensorial de los presentes, haciendo reflexionar sobre actitudes seguidas y sucesos pasados y presentes. Una encrucijada vital de la que dependería el futuro de todos ellos.
La sala de congelación de carbonita estaba inundada por los vapores tóxicos y ardientes que surgían de los conductos inferiores de la cámara. Allí se almacenaba el gas y se congelaba para facilitar su traslado y manipulación. Allí era donde Vader planeaba empaquetar su regalo para el Emperador, pero para ello debía asegurarse por entero de que funcionaría su plan... Y Solo sería el medio para ello. Han casi no podía caminar, la tortura había doblegado su cuerpo y casi quebrado su mente, pero un rincón pequeño y apartado de bravura y fortaleza se resistía tercamente a rendirse ante la adversidad y la derrota. El cazarrecompensas Bobba Fett discutía con Vader en un lado de la plataforma circular. Lando permanecía en segundo término, con el rostro cabizbajo y apesumbrado, sopesando todo lo que le había costado llegar hasta donde estaba y lo cerca que se hallaba de perderlo todo. Había sido un trato pésimo para la colonia minera, y aún peor para él. Chewie sostenía con dulzura a Han, que se apoyaba contra el fuerte y peludo brazo del wookie. A su espalda, C3-PO intentaba desesperadamente ver algo de la dramática escena que se desarrolla en la sala, sin conseguirlo. Leia no creía que aquello estuviera sucediendo de verdad, que tras un desastre del calibre de Hoth pudiera llegar otro aún mayor, la pérdida del hombre que amaba sincera y plenamente, el heroico y altruista luchador oculto bajo la dura cáscara de un contrabandista cínico y sin escrúpulos. Los soldados de asalto los separaron sin contemplaciones, con rudeza. Aún así, separados apenas unos centímetros, rodeados de aquellos chorros de ardiente vapor, prisioneros del Imperio, Leia y Han lo dejaron todo detrás, ignorándolo por entero, concentrando toda su atención el uno en el otro. Leia adelantó su mano y acarició la áspera mejilla de Solo con dulzura, mientras pugnaba por contener las lágrimas. Con voz entrecortada, ahogada, surgida de lo más profundo de su ser, dijo:

Han no sabía como actuar. Todo estaba perdido. El muchacho llegaría pronto a una estación espacial completamente tomada por el Imperio, con una elaborada trampa dispuesta contra él, y con Vader el despiadado al frente de todo. Para él se había acabado. No había esperanza alguna, pero aún entreveía algún leve resquicio en aquella situación mortal. El arrojo de Chewie, el brillo taimado en los ojos de Lando que llevaba viendo los últimos minutos, y la endiablada suerte de Luke, quizá propiciada por la vieja religión de los Jedis, la Fuerza... Si todo salía bien, no quería que Leia lo recordara derrotado, vencido. Situado ya sobre la plataforma de congelación que pronto comenzaría a descender, erguido por entero, extrayendo de manera agónica los últimos resquicios de energía que pudo hallar en su maltrecho cuerpo, esbozó la cínica media sonrisa que le había convertido en un piloto popular en la mayor parte de tabernas de la galaxia, y miró con fijeza a Leia, mientras hablaba con voz firme, sin titubear ni una sola vez.
-Lo sé.
miércoles, marzo 24, 2010
Star Wars in Concert: La música de las galaxias

’Star Wars in concert’: La música de John Williams en Madrid

sábado, marzo 20, 2010
Star Wars New Trilogy. Plissken's Top Ten Moments: Calentando motores para el concierto del año
10. Duelo de destinos

Meridiano del Episodio II, y por tanto de la nueva trilogía. Anakin ha regresado a Tatooine en busca de su madre, desoyendo los consejos de sus maestros y actuando impulsivamente, al igual que obrará su hijo 25-30 años más tarde, afrontando algo para lo que no está preparado. Shmi Skywalker, ahora desposada con el granjero de humedad Lars, ha sido secuestrada por los

8. Felpudos con malas pulgas y buen corazón

7. El insidioso Darth Palpatine
La infamia justa en el momento adecuado. La pregunta lanzada con malicia. La orden perentoria en el instante preciso. La insinuación, la mentira encubierta por preocupación amistosa. Desde el principio una oculta mano Sith ha manejado los hilos de políticos, clonadores, diplomáticos, militares e incluso jedi, encaminando el sistema hacia un peligroso punto de inestabilidad, el que encontramos en el comienzo de La venganza del Sith. El encapuchado Darth Sidious, que desde la sombra impulsara el bloqueo de la federación de comercio a Naboo o la creación de una alianza independentista que amenazara a la República, busca ahora lo que perdió a manos de los jedi: un aprendiz. Y nadie mejor que el elegido, “aquel que traería el equilibrio a la fuerza” (a eso se le llama acertar con una profecía; claro que Anakin traería el equilibrio al exterminar a todos los demás: dos jedi contra dos sith). Habiendo desplegado ya sus fichas sobre el tablero del senado de la República, Palpatine, canciller supremo con un poder cada vez mayor gracias a la guerra en curso, siempre con inteligencia artera y sutileza suprema comienza a pulsar las emociones de Anakin: el odio y la rabia acumulados, el miedo a perder a aquella que ama por encima de todo. El paralelismo de la primera aparición de Palpatine en el Episodio III con las escenas de El retorno del Jedi son un guiño al espectador en el continuo juego de espejos invertidos entre una y otra trilogía. La escena en la ópera resulta especialmente importante en el proceso de manipulación, al igual que la que tiene lugar en las estancias del futuro emperador, cuando Palpatine, ya seguro de su victoria moral sobre su pupilo, se revela a a Anakin como el lord Sith que toda la Orden andaba buscando, sin éxito, a lo largo y ancho de la galaxia. Skywalker no ve venir mucho de lo que le sucede en la película, y cae cada vez con más fuerza bajo el magnético influjo del Canciller, hasta que finalmente, lo inevitable sucede: “De ahora en adelante... serás conocido como Darth Vader”.

6. Génesis
Lo que mucha gente esperaba, junto con el duelo fratricida entre caballeros jedi, era ver cómo nacerían los mellizos Skywalker. Y Lucas, que cuando quiere es tan listo y apañado como el que más, se las ingenia para, después de toda la acción que nos sirve el Episodio III, y en un larguísimo epílogo, mostrarnos la génesis de lo que será la siguiente trilogía (aquella que primero conocimos, la que a muchos nos robó el corazón). Y así, en un montaje paralelo somos testig


5. Atardecer Binario
Y a modo de continuación de la anterior. Fantaseé durante meses con cual sería el plano final perfecto para las precuelas de Star Wars, y una imagen me venía a la mente clara y hermosa... La de ese gran personaje trágico que es Obi-Wan, zarandeado por los avatares del destino en su juventud y madurez, y que durante 20 años permanece oculto cerca de aquél a quien ha jurado proteger y educar llegado el momento (y a quien mentirá contando medias verdades y mandará de un lado a otro de la galaxia hasta ver cumplida finalmente la famosa profecía del equilibrio). Tras el nacimiento de los niños, y ya sin decir una sola palabra en los últimos minutos de proyección, Leia es encomendada al senador Bail Organa de Alderaan y Luke es llevado por Obi-Wan hasta Tatooine, planeta natal de su padre, donde el hermanastro de éste se hará cargo de él. Momento bellísimo de imágenes a la vez espectaculares (los planos generales descriptivos de Alderaan y de Tatooine) e intimistas (los bebes con sus respectivos padres adoptivos) que se ve apoyado por el inteligente –obvio, podríamos decir- montaje musical que mezcla los temas de Leia y Luke de la trilogía clásica. Y en Tatooine, antes de que el jedi Kenobi desaparezca por el horizonte, contemplamos como un Owen Lars absorto ve ponerse los soles gemelos tras las dunas del desierto en esa pose tan característica. Un personaje que ha sido circunstancial, al que se adivinaba apocado –y aún así, noble- en el Episodio II, pero que aquí, en dos planos, aparece determinado y seguro de sí mismo, tal vez alimentando los mismos sueños que su sobrino abrigará en un fututo no muy lejano, pero sacrificándose a una existencia gris en el culo de la galaxia, pasando todo lo desapercibido que una granja de humedad permite, y criando a un bebé ajeno como si fuera propio. Creo que la formación de un niño es muy importante en el desarrollo de su personalidad y de su forma de ser. Y con únicamente esos dos planos, apenas dos minutos de metraje, me gustaría pensar que parte de la generosidad, valentía, entrega, dedicación y tantas otras cosas que –al margen de la fuerza- harían tan grande a Luke Skywalker en el futuro, provenían en parte, sólo en parte, del abnegado Owen y de la tierna y no menos esforzada Beru Lars.

4. Sangre en la arena de Geonosis
El Ataque de los Clones, narrativamente, tenía una doble intención, necesaria para el desarrollo de la historia: mostrar a Anakin como un jedi valiente, a la altura de su maestro, y dejar establecida su relación sentimental con Padme. La venganza del Sith pivotará sobre esos dos puntales: la corrupción de un gran guerrero utilizando como excusa el miedo a perder aquello que ama por encima de todo. Y dejando de lado conversaciones mal traducidas (“cuanto más me acerco, más crece”... la angustia claro, pero parece otra cosa) y prados idílicos con vacas gigantes, la escena del circo en Geonosis supone la plasmación perfecta de ese doble objetivo. En un momento similar al clímax del Imperio Contraataca –de nuevo los espejos- Padme y Anakin, antes de afrontar una más que posible muerte se confiesan su amor, sincero y trágico por las implicaciones que tiene. El emotivo tema de Williams “Across the stars” ahonda en la intensidad del instante, y la cámara abre plano mientras el carro que les conduce a la arena se pone en marcha. Allá les espera un impasible Obi-Wan y la gloria de la batalla desesperada, el apoyo de amigos y camaradas que afrontarán la lucha desigual con bravura y osadía sin límites, la llegada in extremis del viejo general con los refuerzos -que a la postre no serán tales- y la primera vez que vemos en acción a dos personajes cuya destreza con el sable láser será determinante años más tarde, pero que aún no habíamos tenido ocasión de comprobar. Primero, en su enfrentamiento con Dooku y Jango Fett, Mace Windu demuestra que su reputación está a la altura de sus habilidades. Más tarde, Yoda, el maestro Yoda que conocimos viejo y achacoso (entonces no sabíamos cuán mal le había tratado el destino) y que esconde lo que es bajo el disfraz de anciano encorvado con bastón planta cara a un Dooku que se ha limpiado de un plumazo a los dos jedi que le habían atacado simultáneamente. Espectacular traca final la del Episodio II, pero yo me sigo quedando con ese momento, esa mirada de entrega y ternura antes de la muerte.
3. La caída de los Jedi
“Ejecuten la Orden 66”. Con esa orden seca, transmitida a todos los miembros del ejército clon de la República se sella el destino final de la orden Jedi. Planificado con décadas de antelación, y en espera del momento justo, Palpatine se asegura, ya con un aprendiz digno de sus oscuras y vastas artes, tanto el poder absoluto como la eliminación de aquellos que pueden suponer la más leve amenaza para su nuevo orden galáctico. Los jedi mueren solos, a traición, en la mayoría de los casos acribillados por la espalda y superados abrumadoramente en número, siendo sus enemigos aquellos que tomaban por fieles compañeros de batalla. De nuevo Williams subraya con una estremecedora composición, elegíaca, las imágenes terribles de una casta de nobles guerreros exterminados sin honor ni dignidad. Un ejemplo claro de ello sería la muerte de la jedi Aayla Secura, abatida por la espalda y rematada en el suelo, mientras, con pudor, la cámara inicia un travelling hacia lo alto, omitiendo el detalle de su muerte, pero transmitiendo toda la tristeza y la crueldad de lo que acaba de suceder. Lo mismo podríamos decir del asalto por parte de Anakin y las tropas clon al Templo Jedi de Coruscant, del que sólo llegamos a ver las consecuencias –terribles, bien es cierto-, la aniquilación absoluta de todos los cadetes jedi o caballeros que allí permanecían. Viendo lo terrible de los actos de Anakin –seguidos por otros igualmente execrables en años venideros, a buen seguro- se hace un poco más difícil entender esa redención milagrosa en el Episodio VI a bordo de la agonizante Estrella de la Muerte. O por contra, engrandece su gesto, ya que ahonda el pozo de vileza, maldad y degradación del que la escasa humanidad de Anakin Skywalker debe emerger para sobreponerse a sus pecados y ayudar a su hijo a derrotar a Palpatine definitivamente.
2 y 1. Duelo de titanes, batalla de héroes
Me niego a elegir entre estos dos momentos, sería incapaz de discriminar a uno por encima del otro. Ambos tienen fuerza, tienen emoción, son visuales espectacularmente y suponen el dignísimo colofón a estos casi 30 años ya de Star Wars.
De nuevo con esa estructura tan querida a Lucas del montaje paralelo, ofreciéndonos alternativamente situaciones que están ocurriendo simultáneamente, asistimos al desesperado envite final de la Orden Jedi, o más bien de lo que queda de ella, para restaurar el orden recientemente perdido y evitar que los designios del malvado sith Palpatine sean los que rijan el gobierno del nuevo Imperio. Todo muy pulp, muy de blanco y negro. Si los propios jedi se planteaban en un momento dado, un golpe de estado de transición para frenar a un Palpatine aún no desenmascarado, la única solución que Yoda y Obi-Wan adivinan en medio de la desesperación y la derrota absolutas es la eliminación física del maestro y del aprendiz Sith, del nuevo emperador y del recién ordenado lord sith Vader.
Las constantes de la contienda serán varias: la implicación emocional de los luchadores será total, a la desesperación y determinación de Yoda y Kenobi se opondrá una rabia y un odio de magnitud absoluta; el escenario elegido para la contienda tendrá una doble importancia, por un lado simbólica, por otro estratégica; la igualdad en los combates es manifiesta, de ahí lo incierto del resultado final (incierto si nosotros no supiésemos de antemano el resultado de cada uno de ellos). Vayamos por partes, y sin un orden concreto.

Anakin y Obi-Wan se despiden antes de partir éste último a la caza del temible Grievous. En una conversación tremenda, por lo que significa para ellos y para nosotros –sabemos que es la última vez que se ven como amigos-. Sincerándose mutuamente Anakin reconoce que su impulsividad a veces le ha colocado por debajo de lo que se esperaba de él, mientras que Obi-Wan le dice –y yo llego a creerle, ojo- que pese a ello, Anakin es mejor que él mismo, que en potencia todos los jedi de la orden, que sólo es cuestión de tiempo alcanzar ese potencial... Tiempo que les es arrebatado por unos acontecimientos que absorben a ambos en un torbellino de traiciones, violencia y pérdida que culmina en su siguiente encuentro, en el planeta Mustafar. Será en ese planeta volcánico y ardiente donde el odio y el miedo de Anakin se desborden, donde ya ni siquiera el amor que siente por Amidala podrá frenar su irremisible caída en el reverso tenebroso de la fuerza, y donde su mentor y amigo hará todo lo posible por evitar precisamente que eso suceda, aun cundo la única manera de lograrlo sea acabando con la vida de su pupilo. Es una lucha violenta, apasionada, impulsiva por parte de ambos. Patadas, golpes de fuerza, puñetazos, empellones, zancadillas, todo vale con tal de derrotar al contrario. A lo largo y ancho de las instalaciones siderúrgicas llevan su destrucción sin preocuparse de nada, sin enfocar más que al “otro”... hasta que se encuentran rodeados de lava sobre una plataforma que ha perdido sus anclajes y que se hunde lentamente en el magma. Sin dejar de luchar un solo momento esquivan rocas de lava, cruzan sus sables sobre tambaleantes plataformas cada vez más cerca del abismo o agarrados a cables en el vacío. La sensación de incertidumbre y agobio que va creando ese escenario, cada vez más precario, más inestable, es total. Era imposible que de ahí saliera nada bueno.

Al otro lado de la galaxia, las cosas no le irán mucho mejor al maestro Yoda. Para frenar de raíz el golpe de estado institucional el anciano Jedi acudirá a la fuente del mal, que muy apropiadamente tiene su base en el seno mismo del sistema que ha corrompido. En el despacho de Palpatine, éste y Yoda iniciarán una contienda que primero se basará en el empleo de la Fuerza, y luego en una combinación de lucha de sables luz y ataque con objetos que adquirirá una nueva dimensión cuando, sobre el escaño del Canciller Supremo, la lucha se traslade al propio senado. Es esa imagen mejor que ninguna otra, la que refleja el Episodio III. Un amplísimo plano general de los escaños vacíos y en el centro, dos pequeñas figuras, batiéndose a cara de perro por el destino de la galaxia, continente y contenido perfectamente unidos, una simbología muy clara que subraya perfectamente los acontecimientos mostrados. Dos facciones políticas se enfrentan al margen del sistema, dirimiendo no sólo el destino político del universo sino las ancestrales diferencias de dos castas, los jedi y los sith, en lo que parece su definitivo encuentro.


Caballeros, la Fuerza nos acompañará... Siempre.