miércoles, noviembre 25, 2009

Relato: La chica de hoy

Como muchos sabréis, de vez en cuando me dedico a juntar letras y a intentar darles forma literaria, una afición o una necesidad que vengo practicando desde bastantes años antes de empezar esta otra aventura bloguera. Muchos de esos cuentos andan en danza ahora misma en diversos certámenes, pero recientemente se ha fallado uno en el que no he resultado afortunado con premio alguno. Dado que el relato lo escribí ex profeso para ese certamen, que fue fruto de un doble experimento (por un lado al tratar un tema completamente marciano y ajeno para mí y por otro al practicar una suerte de escritura automática) y que su carrera literaria empieza y termina con este 2º concurso de relatos de depilación láser, he decidido compartirlo con todos los que os dejáis caer por aquí.para evitar que desaparezca en el limbo del olvido y prolongar aunque sea mínimamente su vida literaria. El título es un burdo juego de palabras a costa de Nacha Pop y el seudónimo, como no podía ser de otra manera, homenaje a mi escritor favorito en la actualidad.

La chica de hoy
Pedro de la Ossa (Chuck)

¿Que te suena mi cara? Pues no sé, chica, tengo unas facciones muy comunes, aunque quizá me hayas visto antes en algún sitio. En el supermercado, en el centro comercial, en la facultad… Sí, yo estudiaba antes allí, hasta que me casé con el catedrático de… ¿Sí? Qué casualidad, mira que estudiar lo mismo… Era una carrera apasionante, con trabajo prácticamente asegurado en cuanto me licenciara, pero, mira por dónde, Cupido se cruzó en mi camino y caí enamorada como una colegiala de ese profesor… Tan atento, tan inteligente, tan romántico cuando quería y tan fogoso como un adolescente en la cama. Al principio todo iba bien, como suele suceder en estos casos. Me regalaba con toda clase de obsequios, salíamos casi todas las noches a cenar fuera o al cine, íbamos juntos a seminarios y convenciones… Era el sueño de una chica como yo. Pero no me daba cuenta de algunos detalles. Como el de que el tiempo no pasaba en balde para mí. Como que paulatinamente las salidas se iban espaciando y él pasaba cada vez más tiempo en la facultad. Como que lo que había sucedido una vez podía volver a pasar. Al final, mis sospechas se fueron confirmando y… ¡¡Tranquila, chica, tranquila!! No hace falta que te muevas de esa manera, las correas que te he puesto son lo suficientemente fuertes como para contener a un demente en pleno ataque de locura, y mucho me temo que ese cuerpo de niñata veinteañera no esconde la fuerza suficiente como para romperlas. ¿Te suena mi historia, verdad, cariño? Te suena porque es la tuya. No te preocupes, puedes gritar todo lo que quieras. Estamos solas tú y yo en la clínica… ¿Creías que te estaba haciendo un favor? ¿Creías que me quedaba un viernes hasta última hora para dejar ese cuerpecito bronceado tuyo sin vello con la suficiente antelación como para que tú y él os vayáis a pasar un romántico fin de semana a Venecia? Ay, cariño, qué equivocadita estás… Fue lo más fácil del mundo establecer vuestra rutina, porque, bueno, fue MÍ rutina cuando empezamos a salir juntos. Días alternos os encontrabais en el despacho donde el sofá da mucho juego y el morbo de ser descubiertos excita la libido hasta extremos insospechados. Cada dos meses había un seminario al que curiosamente yo no podía acudir, pero ya estabas tú ahí para que nadie sospechara que el pobre profesor había perdido su atractivo. No me resultó difícil seguirte después de que él se despidiera en el aeropuerto la última vez que salisteis de viaje juntos… Hace tres meses de aquello. Desde que te seguí hasta tu cuco apartamento en la ciudad universitaria que no necesitabas compartir con nadie porque él se hacía cargo de todos los gastos. Desde que localicé tu nombre en el directorio de estudiantes, tu currículum en el servidor de la universidad, tu página personal en Internet, tu perfil y gustos en esa red social en la que se acepta a cualquier que suene vagamente familiar como amigo… A partir de ahí, encontrar la clínica de estética a la que acudías invariablemente cada semana resultó extremadamente sencillo, y encontrar trabajo a cambio de un sueldo miserable y unas condiciones abusivas no fue difícil con mi currículo. Y aquí estaba cada semana, aplicando cera caliente sobre tu tersa y, no voy a negarlo, atractiva y joven y delicada piel mientras te convencía de las ventajas de la depilación láser. De su inocuidad. De su permanencia. De la oferta especial de tratamiento completo a mitad de precio que yo misma sufragaría con el mismo dinero que había comprado esos dos billetes para Venecia, esa cena de lujo en la Plaza de San Marcos, ese romántico paseo en góndola por los hediondos canales de la ciudad. Y al final aceptaste pese a tus reticencias. Y aquí estamos, la mujer de ayer y la chica de hoy separadas por unas correas y una máquina de láser Alejandrita a la que gracias a mis estudios he manipulado a mi antojo. He aumentado la potencia del haz de luz para que la intensidad de cada aplicación sea igual a la de un puñal al rojo vivo atravesando tu piel. He calibrado los sensores para que consideren tu piel más clara de lo que realmente es y actúen con mayor intensidad. Y lo más interesante de todo. He eliminado el sistema de refrigeración de la piel. Sólo sentirás dolor al principio. Un dolor atroz, eso sí. Como si perdieras el amor del único hombre que has amado en toda tu vida. Como si te arrancarán un trozo de ti a sabiendas que nunca jamás podrás recuperarlo. Como si toda tu vida se esfumara delante de tus ojos y fueras incapaz de hacer nada para evitarlo. Pero luego tus centros de dolor se saturarán. El shock inicial fundirá tus receptores nerviosos y una inconsciencia intermitente irá desconectando tu mente para que no huelas el hedor de tu propia carne chamuscada, para que no sientas deslizarse por tu piel ennegrecida y ajada los icores sanguinolentos con que tu organismo intentará contrarrestar las quemaduras. Pero no te preocupes, cariño. No es mi intención matarte aquí y ahora. No. Mi intención es condenarte a una larga y dolorosa recuperación. A una vida de remordimiento y miedo en la que acabarás creyéndote la culpable última de toda esta situación. Desgraciadamente para las dos, sabemos quién es el culpable. Sabemos quién nos ha metido en este callejón sin salida. Lo malo es que lo sigo queriendo más que a mi vida, y por eso prefiero condenarle a él a la vergüenza y a mí al olvido antes que hacerle daño físico. Adiós, cariño. No me olvides jamás.

8 comentarios:

Pablo dijo...

Realmente genial, D. Pedro. Un gran trabajo.

Mirims dijo...

Que grande eres!

Pep dijo...

Mi más sincera enhorabuena. Chulísimo, Pedro...

Pero ¿¿Cómo eres TAN MACARRA de enviar esto a un certamen organizado por una Clínica de Depilación?? Si te llegan a premiar por mostrar a la gente como sus clínicas te pueden QUEMAR VIVO, te invito a beber durante un año!

Plissken dijo...

Pablo, muchas gracias. Por lo menos os ha gustado a vosotros :D

Plissken dijo...

Mirims, ¡muchas gracias!

Plissken dijo...

Pepico, eso mismo me ha dicho una compañera de curro esta mañana, y es que nunca he sabido venderme. El cuento ganador era más humorístico y centrado en la permanencia de la depilación láser. Como experimento, desde luego, estoy totalmente satisfecho. Lástima de dinerico ;D

Anónimo dijo...

Eres genial!
Qué saben los de la clinica esa de depilación sobre literatura!
Ellos sólo esperan que la gente les haga la pelota y les canten las virtudes de su producto.
A mi me ha encantado tu relato, como siempre, aunque a partir de ahora me lo pensaré dos veces antes de ir a que me depilen...

Plissken dijo...

¿Alicia? En honor a la verdad, creo que el ganador de esa categoría no estaba nada mal. Mucho humor, mucha imaginación y tal. A mí es que ya no me salen cosas bonicas, sólo barrabasadas como esta ;D Y a mí no me depilan ni loco...

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