sábado, marzo 20, 2010

Star Wars New Trilogy. Plissken's Top Ten Moments: Calentando motores para el concierto del año

En noviembre del año 2005 y con motivo del estreno del Episodio III en DVD hice una especie de repaso a mis diez momentos favoritos de la nueva trilogía que funciona como precuela de "la sagrada". Sin entrar en más consideraciones que las del gusto subjetivo y la devoción más absoluta dejé unas líneas de las que hoy día, a cinco años vista, aún me siento orgulloso y me ha apetecido recuperarlas con motivo de la celebración, esta noche -[Por la del sábado. Por un pequeño fallo técnico guardé la entrada como borrador y no como programada. En cualquier caso, ahí queda eso], de un concierto conmemorativo de la saga acompañado de imágenes de la misma, efectos de luz y una exposición de trajes y modelos. Repasando el post, lo único que me falta es otro que refleje mis diez momentos favoritos de la vieja saga... Demonios... ¿porqué no se me habrá ocurrido antes?


10. Duelo de destinos
El clímax del Episodio I fue, creo, el más espectacular visualmente de los vistos hasta entonces. Mediante un cuádruple montaje paralelo asistimos al asalto de la Reina Amidala al Palacio de Naboo, al ataque de los cazas a la estación de control droide, a la maniobra de distracción gungan... y al duelo de sables más vistoso (hasta ese momento, ojo) de la saga. Qui-Gon y Obi-Wan se enfrentan a Darth Maul, y la agilidad de Ray Park y la coreografía de la pelea te hacen pensar que, en efecto, se trata de una lucha en desigualdad de condiciones... para los jedi. Como ya ocurriera en Arma Letal 4, el hecho de que los "buenos" deban enfrentarse en superioridad numérica al villano de turno (en aquel caso Jet Li), no hace sino demostrar su inferioridad frente a él. Planificada como si de un duelo al sol en el Far West se tratara, los contendientes se despojan de sus ponchos y túnica antes de mostrar sus armas. Más adelante, Lucas nos mostrará un primer plano del rostro de cada uno de ellos estudiando al contrario, mostrando la determinación de Qui-Gon, la rabia de Obi-Wan o el odio de Darth Maul en una especie de stand-up mexicano, tan querido a Leone o Tarantino. Planificada a través de un vasto escenario, determinante para el desarrollo de la pelea (los haces de energía a modo de barrera, el pozo de ventilación, los pasillos que comunican los distintos niveles). La agilidad y energía que los duelistas presentan hereda la magia de los clásicos del género como Scaramouche o Robin Hood. Si a todo ello le sumamos un montaje basado en planos generales o medios que lo único que pretenden es mostrar la acción, sin mareos ni montaje videoclipero, y la impresionante composición minimalista de Williams apoyada por un estremecedor coro, este momento merece estar entre lo mejor de la saga.


9. La sombra de Vader es alargada

Meridiano del Episodio II, y por tanto de la nueva trilogía. Anakin ha regresado a Tatooine en busca de su madre, desoyendo los consejos de sus maestros y actuando impulsivamente, al igual que obrará su hijo 25-30 años más tarde, afrontando algo para lo que no está preparado. Shmi Skywalker, ahora desposada con el granjero de humedad Lars, ha sido secuestrada por los moradores de las arenas. Los intentos de rescate han sido infructuosos y su angustia y miedo han contagiado los sueños de su hijo desde la distancia. En el momento de despedirse de una Amidala bellísima en ese traje inmaculado sobre el desierto, Anakin, contrariado, estático bajo los soles gemelos, refleja su sombra contra la pared, y sí señores, es la sombra de un futuro oscuro y sombrío, de ominosos sucesos por venir que afectarán fatalmente a la vida de todos ellos... A partir de ahí, los acontecimientos no harán más que ahondar la herida en la que se plantará la semilla de Vader: el fallecimiento de su madre en sus brazos, la ira desbocada que le conduce a la masacre de todo un campamento Tusken, el dolor, la impotencia durante el funeral, el resentimiento, la soberbia de querer creerse omnipotente... El reverso tenebroso se ha hecho un hueco en el corazón del joven Skywalker, y a veces el diablo sólo necesita una rendija para entrar en la casa.


8. Felpudos con malas pulgas y buen corazón

Una de esas historias de lo que pudo haber sido y no fue es la de que la luna de Endor debía haber estado habitada por Wookies y no por Ewoks. La batalla de los bosques de Endor habría sido otra cosa, sin duda alguna. A George Lucas debió quedarle el gusanillo de tener a decenas de wookies en pie de guerra. En el Episodio III Yoda viaja al planeta Kashyyyk para hacer frente a las fuerzas independentistas droides. Con la ayuda de Tarfful, un guerrero bravo y poderoso al que se adivina veterano en mil batallas, y un joven a la sazón Chewbacca, los wookies se enzarzan en una violenta escaramuza. La escena no es todo lo larga que me hubiera gustado, pero permite hacerse una idea clara de que los wookies son una raza de guerreros temibles. Pero la parte de Kashyyk que me encanta es la final. Cuando el emperador ha ejecutado su orden 66 y las tornas giran peligrosamente para los jedi y sus aliados, cuando Yoda debe huir del planeta para salvar su vida y a los wookies se les avecina un periodo de lucha por la libertad o la esclavitud. En ese momento incierto y peligroso, Chewie le tiende el brazo a Yoda con delicadeza para subirlo a sus hombros y conducirlo hasta su cápsula de huida. Reflejando los lazos que existían entre el maestro y los wookies, y la veneración por un gran guerrero en trance de perderlo todo. La despedida entre ellos es triste y premiosa. Deja la sensación de que realmente se trata de un adiós entre amigos. Y que desde ese mismo instante las cosas ya no serán fáciles para ninguno de ellos.



7. El insidioso Darth Palpatine

La infamia justa en el momento adecuado. La pregunta lanzada con malicia. La orden perentoria en el instante preciso. La insinuación, la mentira encubierta por preocupación amistosa. Desde el principio una oculta mano Sith ha manejado los hilos de políticos, clonadores, diplomáticos, militares e incluso jedi, encaminando el sistema hacia un peligroso punto de inestabilidad, el que encontramos en el comienzo de La venganza del Sith. El encapuchado Darth Sidious, que desde la sombra impulsara el bloqueo de la federación de comercio a Naboo o la creación de una alianza independentista que amenazara a la República, busca ahora lo que perdió a manos de los jedi: un aprendiz. Y nadie mejor que el elegido, “aquel que traería el equilibrio a la fuerza” (a eso se le llama acertar con una profecía; claro que Anakin traería el equilibrio al exterminar a todos los demás: dos jedi contra dos sith). Habiendo desplegado ya sus fichas sobre el tablero del senado de la República, Palpatine, canciller supremo con un poder cada vez mayor gracias a la guerra en curso, siempre con inteligencia artera y sutileza suprema comienza a pulsar las emociones de Anakin: el odio y la rabia acumulados, el miedo a perder a aquella que ama por encima de todo. El paralelismo de la primera aparición de Palpatine en el Episodio III con las escenas de El retorno del Jedi son un guiño al espectador en el continuo juego de espejos invertidos entre una y otra trilogía. La escena en la ópera resulta especialmente importante en el proceso de manipulación, al igual que la que tiene lugar en las estancias del futuro emperador, cuando Palpatine, ya seguro de su victoria moral sobre su pupilo, se revela a a Anakin como el lord Sith que toda la Orden andaba buscando, sin éxito, a lo largo y ancho de la galaxia. Skywalker no ve venir mucho de lo que le sucede en la película, y cae cada vez con más fuerza bajo el magnético influjo del Canciller, hasta que finalmente, lo inevitable sucede: “De ahora en adelante... serás conocido como Darth Vader”.

6. Génesis

Lo que mucha gente esperaba, junto con el duelo fratricida entre caballeros jedi, era ver cómo nacerían los mellizos Skywalker. Y Lucas, que cuando quiere es tan listo y apañado como el que más, se las ingenia para, después de toda la acción que nos sirve el Episodio III, y en un larguísimo epílogo, mostrarnos la génesis de lo que será la siguiente trilogía (aquella que primero conocimos, la que a muchos nos robó el corazón). Y así, en un montaje paralelo somos testigos de dos partos antitéticos. Por un lado, sobre la mesa de operaciones está el mutilado Anakin, al que unas máquinas limpian sus heridas y quemaduras sin ningún cuidado, a la vez que recubren su carne cubierta de ampollas con las prótesis biónicas que darán lugar al Vader “de toda la vida”. Por otro, en un entorno esterilizado, unos droides relucientes con voces atercipeladas atienden a una desfallecida y desfalleciente Amidala, ya sin ánimo para seguir viviendo, en el parto de lo que serán hermanos mellizos, Luke y Leia. Lo cierto es que ambas escenas tienen sus pegas (ese primer paso a lo Frankenstein de Vader, si bien tiene excusa argumental queda horrible en pantalla, y la niñera-robot es ridícula con los corazones en la frente y las manos fórcep), pero tienen todo el terreno ganado, ya que eso es precisamente lo que se esperaba que ocurriese. Que se podía hilar más fino, cierto. La muerte de Amidala, cuya única explicación es que se deja ir por desamor, podía haber sucedido de muchas otras maneras, al igual que la elección de los nombres podía haber sido rodada con algo más que monosílabos y miradas tiernas. Si en algo funciona el montaje es en la oposición de dos formas de ver la vida, y en ambos casos se produce una pérdida; en propiedad se podría decir que Anakin Skywalker fallece al tiempo que su mujer, y tendrán que pasar más de dos décadas hasta que un atisbo de su humanidad vuelva a aflorar por encima de la máscara.

5. Atardecer Binario

Y a modo de continuación de la anterior. Fantaseé durante meses con cual sería el plano final perfecto para las precuelas de Star Wars, y una imagen me venía a la mente clara y hermosa... La de ese gran personaje trágico que es Obi-Wan, zarandeado por los avatares del destino en su juventud y madurez, y que durante 20 años permanece oculto cerca de aquél a quien ha jurado proteger y educar llegado el momento (y a quien mentirá contando medias verdades y mandará de un lado a otro de la galaxia hasta ver cumplida finalmente la famosa profecía del equilibrio). Tras el nacimiento de los niños, y ya sin decir una sola palabra en los últimos minutos de proyección, Leia es encomendada al senador Bail Organa de Alderaan y Luke es llevado por Obi-Wan hasta Tatooine, planeta natal de su padre, donde el hermanastro de éste se hará cargo de él. Momento bellísimo de imágenes a la vez espectaculares (los planos generales descriptivos de Alderaan y de Tatooine) e intimistas (los bebes con sus respectivos padres adoptivos) que se ve apoyado por el inteligente –obvio, podríamos decir- montaje musical que mezcla los temas de Leia y Luke de la trilogía clásica. Y en Tatooine, antes de que el jedi Kenobi desaparezca por el horizonte, contemplamos como un Owen Lars absorto ve ponerse los soles gemelos tras las dunas del desierto en esa pose tan característica. Un personaje que ha sido circunstancial, al que se adivinaba apocado –y aún así, noble- en el Episodio II, pero que aquí, en dos planos, aparece determinado y seguro de sí mismo, tal vez alimentando los mismos sueños que su sobrino abrigará en un fututo no muy lejano, pero sacrificándose a una existencia gris en el culo de la galaxia, pasando todo lo desapercibido que una granja de humedad permite, y criando a un bebé ajeno como si fuera propio. Creo que la formación de un niño es muy importante en el desarrollo de su personalidad y de su forma de ser. Y con únicamente esos dos planos, apenas dos minutos de metraje, me gustaría pensar que parte de la generosidad, valentía, entrega, dedicación y tantas otras cosas que –al margen de la fuerza- harían tan grande a Luke Skywalker en el futuro, provenían en parte, sólo en parte, del abnegado Owen y de la tierna y no menos esforzada Beru Lars.

4. Sangre en la arena de Geonosis

El Ataque de los Clones, narrativamente, tenía una doble intención, necesaria para el desarrollo de la historia: mostrar a Anakin como un jedi valiente, a la altura de su maestro, y dejar establecida su relación sentimental con Padme. La venganza del Sith pivotará sobre esos dos puntales: la corrupción de un gran guerrero utilizando como excusa el miedo a perder aquello que ama por encima de todo. Y dejando de lado conversaciones mal traducidas (“cuanto más me acerco, más crece”... la angustia claro, pero parece otra cosa) y prados idílicos con vacas gigantes, la escena del circo en Geonosis supone la plasmación perfecta de ese doble objetivo. En un momento similar al clímax del Imperio Contraataca –de nuevo los espejos- Padme y Anakin, antes de afrontar una más que posible muerte se confiesan su amor, sincero y trágico por las implicaciones que tiene. El emotivo tema de Williams “Across the stars” ahonda en la intensidad del instante, y la cámara abre plano mientras el carro que les conduce a la arena se pone en marcha. Allá les espera un impasible Obi-Wan y la gloria de la batalla desesperada, el apoyo de amigos y camaradas que afrontarán la lucha desigual con bravura y osadía sin límites, la llegada in extremis del viejo general con los refuerzos -que a la postre no serán tales- y la primera vez que vemos en acción a dos personajes cuya destreza con el sable láser será determinante años más tarde, pero que aún no habíamos tenido ocasión de comprobar. Primero, en su enfrentamiento con Dooku y Jango Fett, Mace Windu demuestra que su reputación está a la altura de sus habilidades. Más tarde, Yoda, el maestro Yoda que conocimos viejo y achacoso (entonces no sabíamos cuán mal le había tratado el destino) y que esconde lo que es bajo el disfraz de anciano encorvado con bastón planta cara a un Dooku que se ha limpiado de un plumazo a los dos jedi que le habían atacado simultáneamente. Espectacular traca final la del Episodio II, pero yo me sigo quedando con ese momento, esa mirada de entrega y ternura antes de la muerte.


3. La caída de los Jedi

“Ejecuten la Orden 66”. Con esa orden seca, transmitida a todos los miembros del ejército clon de la República se sella el destino final de la orden Jedi. Planificado con décadas de antelación, y en espera del momento justo, Palpatine se asegura, ya con un aprendiz digno de sus oscuras y vastas artes, tanto el poder absoluto como la eliminación de aquellos que pueden suponer la más leve amenaza para su nuevo orden galáctico. Los jedi mueren solos, a traición, en la mayoría de los casos acribillados por la espalda y superados abrumadoramente en número, siendo sus enemigos aquellos que tomaban por fieles compañeros de batalla. De nuevo Williams subraya con una estremecedora composición, elegíaca, las imágenes terribles de una casta de nobles guerreros exterminados sin honor ni dignidad. Un ejemplo claro de ello sería la muerte de la jedi Aayla Secura, abatida por la espalda y rematada en el suelo, mientras, con pudor, la cámara inicia un travelling hacia lo alto, omitiendo el detalle de su muerte, pero transmitiendo toda la tristeza y la crueldad de lo que acaba de suceder. Lo mismo podríamos decir del asalto por parte de Anakin y las tropas clon al Templo Jedi de Coruscant, del que sólo llegamos a ver las consecuencias –terribles, bien es cierto-, la aniquilación absoluta de todos los cadetes jedi o caballeros que allí permanecían. Viendo lo terrible de los actos de Anakin –seguidos por otros igualmente execrables en años venideros, a buen seguro- se hace un poco más difícil entender esa redención milagrosa en el Episodio VI a bordo de la agonizante Estrella de la Muerte. O por contra, engrandece su gesto, ya que ahonda el pozo de vileza, maldad y degradación del que la escasa humanidad de Anakin Skywalker debe emerger para sobreponerse a sus pecados y ayudar a su hijo a derrotar a Palpatine definitivamente.


2 y 1. Duelo de titanes, batalla de héroes

Me niego a elegir entre estos dos momentos, sería incapaz de discriminar a uno por encima del otro. Ambos tienen fuerza, tienen emoción, son visuales espectacularmente y suponen el dignísimo colofón a estos casi 30 años ya de Star Wars.
De nuevo con esa estructura tan querida a Lucas del montaje paralelo, ofreciéndonos alternativamente situaciones que están ocurriendo simultáneamente, asistimos al desesperado envite final de la Orden Jedi, o más bien de lo que queda de ella, para restaurar el orden recientemente perdido y evitar que los designios del malvado sith Palpatine sean los que rijan el gobierno del nuevo Imperio. Todo muy pulp, muy de blanco y negro. Si los propios jedi se planteaban en un momento dado, un golpe de estado de transición para frenar a un Palpatine aún no desenmascarado, la única solución que Yoda y Obi-Wan adivinan en medio de la desesperación y la derrota absolutas es la eliminación física del maestro y del aprendiz Sith, del nuevo emperador y del recién ordenado lord sith Vader.
Las constantes de la contienda serán varias: la implicación emocional de los luchadores será total, a la desesperación y determinación de Yoda y Kenobi se opondrá una rabia y un odio de magnitud absoluta; el escenario elegido para la contienda tendrá una doble importancia, por un lado simbólica, por otro estratégica; la igualdad en los combates es manifiesta, de ahí lo incierto del resultado final (incierto si nosotros no supiésemos de antemano el resultado de cada uno de ellos). Vayamos por partes, y sin un orden concreto.
Anakin y Obi-Wan se despiden antes de partir éste último a la caza del temible Grievous. En una conversación tremenda, por lo que significa para ellos y para nosotros –sabemos que es la última vez que se ven como amigos-. Sincerándose mutuamente Anakin reconoce que su impulsividad a veces le ha colocado por debajo de lo que se esperaba de él, mientras que Obi-Wan le dice –y yo llego a creerle, ojo- que pese a ello, Anakin es mejor que él mismo, que en potencia todos los jedi de la orden, que sólo es cuestión de tiempo alcanzar ese potencial... Tiempo que les es arrebatado por unos acontecimientos que absorben a ambos en un torbellino de traiciones, violencia y pérdida que culmina en su siguiente encuentro, en el planeta Mustafar. Será en ese planeta volcánico y ardiente donde el odio y el miedo de Anakin se desborden, donde ya ni siquiera el amor que siente por Amidala podrá frenar su irremisible caída en el reverso tenebroso de la fuerza, y donde su mentor y amigo hará todo lo posible por evitar precisamente que eso suceda, aun cundo la única manera de lograrlo sea acabando con la vida de su pupilo. Es una lucha violenta, apasionada, impulsiva por parte de ambos. Patadas, golpes de fuerza, puñetazos, empellones, zancadillas, todo vale con tal de derrotar al contrario. A lo largo y ancho de las instalaciones siderúrgicas llevan su destrucción sin preocuparse de nada, sin enfocar más que al “otro”... hasta que se encuentran rodeados de lava sobre una plataforma que ha perdido sus anclajes y que se hunde lentamente en el magma. Sin dejar de luchar un solo momento esquivan rocas de lava, cruzan sus sables sobre tambaleantes plataformas cada vez más cerca del abismo o agarrados a cables en el vacío. La sensación de incertidumbre y agobio que va creando ese escenario, cada vez más precario, más inestable, es total. Era imposible que de ahí saliera nada bueno.
Ni siquiera ya en su tramo final, la lucha en el río de lava, sobre una exigua plataforma y ocupando apenas medio metro cuadrado de espacio contienen la ira y la fuerza de sus golpes. Será la suerte, la anticipación de Obi-Wan la que le coloque en esa posición de superioridad, “la altura me da ventaja”, dirá. Y será la obcecación de Anakin, el odio irracional que se ha apoderado de él, el que le impida contemplar otra opción más ventajosa para él que el absurdo y expuesto –a la postre casi suicida- ataque frontal. Y al final, los reproches que Obi-Wan lanza al mutilado Anakin se ven respondidos sólo por la ira y el odio casi animal de éste. Ni siquiera es capaz del acto último de misericordia para con su antiguo amigo, dejando inconclusa por tanto su misión última.
Al otro lado de la galaxia, las cosas no le irán mucho mejor al maestro Yoda. Para frenar de raíz el golpe de estado institucional el anciano Jedi acudirá a la fuente del mal, que muy apropiadamente tiene su base en el seno mismo del sistema que ha corrompido. En el despacho de Palpatine, éste y Yoda iniciarán una contienda que primero se basará en el empleo de la Fuerza, y luego en una combinación de lucha de sables luz y ataque con objetos que adquirirá una nueva dimensión cuando, sobre el escaño del Canciller Supremo, la lucha se traslade al propio senado. Es esa imagen mejor que ninguna otra, la que refleja el Episodio III. Un amplísimo plano general de los escaños vacíos y en el centro, dos pequeñas figuras, batiéndose a cara de perro por el destino de la galaxia, continente y contenido perfectamente unidos, una simbología muy clara que subraya perfectamente los acontecimientos mostrados. Dos facciones políticas se enfrentan al margen del sistema, dirimiendo no sólo el destino político del universo sino las ancestrales diferencias de dos castas, los jedi y los sith, en lo que parece su definitivo encuentro.
Finalmente, y pese a todos los esfuerzos de un Yoda colosal en el manejo de la Fuerza y la espada, Sidious/Palpatine consigue una pírrica victoria sobre el jedi, que abandona el Senado sabiendo que ha desperdiciado la última oportunidad real de acabar con el naciente nuevo orden. Antes de eso Lucas nos regala ese plano, ese gran plano de Yoda agarrado con uñas y dientes a la última posibilidad de resistir y a un paso del abismo, de perder todo por lo que los caballeros jedi han luchado durante siglos, un orden basado en el respeto de todo lo vivo. Con el chirrido de sus uñas resbalando milímetro a milímetro y su mirada triste poco antes de caer estamos siendo testigos del fin de una era.
“Fracasado he. Al exilio obligado me veo” dirá un nuevo Yoda, cansado, derrotado, a Bail Organa. En una escena eliminada del montaje final, pero que veremos mañana, Yoda llega al pantanoso Dagobah, lugar que ya no abandonará hasta el momento de su muerte. Pero aún en medio del momento más oscuro de la Galaxia, surgirá una nueva esperanza.

Caballeros, la Fuerza nos acompañará... Siempre.

3 comentarios:

Pep dijo...

Este post me gustó mucho... incluso creo que prometí hacer un equivalente con la trilogía original. Creo que es momento de saldar cuentas!

Plissken dijo...

Pues si te animas hacemos un crosssoveeeeer ;D Yo creo que lo dejaré para esta Semana Santa, pero me comprometo a elegir esos diez momentazos de "la sagrada". ¡Un abrazo!

Francisco dijo...

Que grandes momentos!! me quedo con los duelos finales de episodios I y III y la frase "Execute order 66". Saludos!

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