viernes, abril 07, 2006

Hostel: el paraiso de los pastosos bastardos

<>Cada año me obsesiono con una peli de terror que magnifico imaginándola mucho más terrorífica de lo que puede que finalmente acabe siendo. En algunos casos consigo superar mis reparos y verla y en otros soy incapaz. Dentro de la primera categoría incluiría La bruja de Blair (que a mí si me gustó) o The Ring (version usa). Entre mis "ausencias" consta casi todo el cine de fantasmas oriental; no puedo con esos pelos largos y esos ominosos silencios. Próximamente se estrenará Silent Hill, film basado en la terrorífica saga -y esto es una verdad como una casa, lo de terrorífico- de videojuegos de Konami, saga de la cual yo era un adicto jugón hasta que terminé con éxito la tercera parte y decidí por el bienestar de mis nervios y la placidez de mis sueños no volver a transitar por las calles de tan "tranquilo" pueblo.
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<>Hostel tenía todos los números para pasar a engrosar la segunda parte de la lista. Y eso pese a que Cabin Fever, el debut en la dirección de Eric Roth, resultó una sorpresa en tanto que de una situación tópica (cinco idiotas en una casa rural con alcohol, drogas y hormonas desatadas) obtenía una gtrotesca y desesperada situación que no recurría ni al slasher con psicópata ominoso ni al monstruo convocado por accidente ni al espíritu en pena. El azar, la mala suerte, la idiotez, porqué no decirlo, llevaban a la tumba a estos chavales que no sabían cómo afrontar una enfermedad muy contagiosa contraida fortuitamente. Con algunas situaciones malsanas (depilación, perrito comiendo, ejem) y un final definitivamente grotesco repleto de humor negro, sin ser una maravilla te dejaba la sensación de haber visto algo, si no maravilloso, sí distinto.
Tarantino, que además de director en franca progresión es un tío con un olfato comercial que -a veces- funciona, decidió poner su nombre delante de la producción de este film de bajísimo presupuesto, avalando con su presencia el éxito del segundo film de Eric Roth. Porque todo estaba medido para que fuera un éxito. Presunción de estar basado en vagos rumores de hecho real, fotos estratégicamente repartidas con mucho rojo y mucho instrumento ominoso, pases previos donde los asistentes salían diciendo o maravillas o barbaridades... Y yo empapándome de todo. Dos meses antes del estreno español ya sabía quién moría y cómo lo hacía a qué altura de metraje, y qué tipo de ambientillo malsano se podía esperar de la película. Ya me iba yo haciendo una idea de horrores gráficos sin cuento y violencia psicológica insoportable con personas sollozando frente a torturas sin cuento y horrores sin fin. Y algo de eso hay, no se puede negar.
A partir de aquí, quien no la haya visto y quiera verla, que continue por propia voluntad, pienso revelar cosillas.


Nos situamos en Amsterdam, donde Paxton, Josh (yanquis ambos) y Oli (islandés) fuman buena hierba, beben como cosacos e intentan ligar en discos a adorables jovencitas. Como no lo consiguen, se van a un buen establecimiento del Barrio Rojo donde seguro que ligarán, previo pago, claro. Muchos han querido ver esta parte como una crítica de la autocomplacencia yanqui, de la mercantilización del sexo, de la banalización de la juventud y el hedonismo reinante en esa sociedad. Cierto. Ahora abramos el plano de la crítica y observemos a los jovencitos ingleses o alemanes que vienen a Barcelona. O a Mallorca. O a los italianitos o españoles que marchan al Caribe. Hostel devendría casi en una crítica de la juventud actual, a nivel global casi sin proponérselo. De un grupo amplio, que tampoco somos todos iguales. Siempre que voy a una ciudad nueva me preocupo de visitar sus tres centros culturales más importantes: los museos, las cervecerías, y las librerías especializadas.

Pero volvamos al asunto. En su búsqueda de sexo gratis, los tres mochileros oyen de boca de un simpático muchachote un cuento que suena a música celestial. Recuerda un poco al cuento que le colaban a DiCaprio sobre una playa. El sonriente Alex encamina a los tres amigotes a un hostal eslovaco ubicado en un pueblecito de postal donde se reunen preciosas hembras deseosas de sexo con extranjeros, ante la falta de población masculina ("debido a la guerra"¿?). Sexo gratis. Y fácil. No hace falta decir que los muchachos pierden el culo por dirigirse hacia ese paraíso, que resulta tal cual se lo han descrito. Apenas llegan unas hembras de infarto les invitan al spa donde se dan una sauna comunal en bolas, van a la disco, drogan a los muchachotes (cual si de Paris Hilton eslovacas se tratara) y de vuelta al hostal se los pasan por la piedra de buena manera. Algo debería oler a podrido en Eslovaquia pero estos tipos se pierden en la angelical superficie.


La desaparición de Oli y de una japonesita no les hace plantearse demasiadas preguntas, pero dando un paseo acaban en un Museo de la Tortura. Las piezas se van disponiendo, y esa noche en la disco uno de ellos se queda accidentalmente encerrado en un cuartucho mientras su compi retorna al Hostel de los huevos donde asistimos a la primera set piece de tortura del film, cuatro minutos intensos que acaban fatal para el protagonista. El compañero, al dia siguiente, ya francamente mosqueado, exige saber donde llevaron a su amigo. Y le llevan. Y el tío va. Como un cordero al matadero. Como uno de los seiscientos cabalgando hacia la boca del infierno. Sólo diré que quien se cruza con él en la entrada del edificio donde se hacen los "negocios" es el director japonés Takashi Miike (Audition, Ichi The Killer). "Podrías gastar todo tu dinero ahí dentro". A modo de curiosidad decir que el escenario de esa parte de la peli es el ala abandonada de un hospital psiquiatrico, en concreto donde recluían a los dementes peligrosos. Dale caña Eric Roth, dale más morbo a la cosa.


Lo que sigue es un paseo por el pasillo de la tortura infernal, y una segunda set piece de tortura intensa, una huida de infarto, tensa y rodada con mucha sobriedad, y la tercera escena de tortura, la peor y más explícita del film, que incluye un ojo y unas tijeritas, francamente insoportable. El asunto viene a ser que el Hostal es una tapadera para captar turistas y conducirles a una nave abandonada, donde pastosos hijos de mala madre aburridos de ganar dinero a paladas dan reinda suelta a sus más depravados instintos, previo pago. Las tarifas son, para los curiosones, de 10.000 $ por un europeo y 25.000 $ por un yanqui. A partir de ahí Roth casi repite el mismo esquema de Cabin Fever en cuanto que un azar con mala leche va disponiendo los hechos para que muera hasta el apuntador, de la forma más chunga posible, y para que al espectador no le quede una sensación demasiado nihilista al final del film, haciendo uso de una especie de justicia poética, que no se yo si no resulta una pirueta demasiado arriesgada que convierte a víctima en verdugo y a cordero en lobo.

En resumen, no tan explícita como habían querido vender, sí que es cierto que hay sangre y amputaciones, pero también una historia que habría funcionado mejor si los primeros 50 minutos no hubieran sido "Viaje Europeo de Pirados 2 -Despelote en Eslovaquia". El esquematismo de los personajes resulta quizá muy adecuado, ya que por un lado no vuelve insoportable la eliminación de los que caen -aunque se empatiza con ellos, no crean, en plan "ostras qué chungo si estuviera yo en esa sillita..."- y por otro convierte en imprevisibles alguna de sus reacciones, generando más tensión e incertidumbre conforme se acerca el climax del film. En resumen, me alegro de haber superado esta vez mis reparos, ya que sin ser de nuevo una gran película cumple con su cometido de sobra, que es el de incomodar a la audiencia y acongojar al respetable durante media horilla. Por cierto una curiosidad. Resulta que en los foros yanquis muchos espectadores estaban más molestos con las teticas gratuitas ( y digo yo, ¿existe eso de los desnudos gratuitos en el cine??) y con las drogas que con las decapitaciones, evisceraciones y demás sadismos extremos que ofrece Hostel.

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