Hace unos días se hacía público que el actor y director Sylvester Stallone había sido premiado con el Jaeger-LeCoultre Glory to the Filmmaker Award que le sería entregado en el marco de la 66ª edición de la Mostra de Venezia. Las reacciones han sido variopintas: desde ofrecer la noticia con la ceja enarcada y la sonrisa de sorna mientras detrás del presentador aparecía el cartel de Cobra hasta bromitas exageradas en las que sólo se destaca la faceta de Stallone como actor de acción. Nada más lejos de la realidad, y a lo largo de sus treinta años de trabajo en la industria del cine, la carrera de Stallone ha pasado por altibajos, ha recibido premios, ha caído en baches infectos marcados por la coyuntura socio-política de su país, y finalmente ha resurgido cual ave fénix de sus cenizas para reclamar su puesto como actor solvente -pese a sus limitaciones- y como director con estilo y personalidad propios. Hace dos años se estrenaba esta Rocky Balboa, la última entrega centrada en la historia del boxeador hecho a sí mismo a base de esfuerzo, tesón y valentía. Si uno ve esta película que ronda las dos horas y luego sólo recuerda los cinco minutos de boxeo finales es su problema. Stallone refleja en su trasunto Rocky el vivir de rentas, el recordar un pasado que estuvo lleno de gloria y del que ahora es sólo un pálido reflejo, la devoción por los seres queridos que ya no están a nuestro lado -si a alguien no le emociona la escena de la fotografía de Adrian es un jodido cyborg-, el cariño por la familia y la entrega a los amigos que, por muy cafres y canallas que sean, han sido eso, amigos. Esta película cierra un díptico excepcional junto con Rocky y no obvia, pero sí minimiza, el impacto coyuntural de unas secuelas exigidas por la industria y el público que fueron perdiendo calidad conforme aumentaba el numeral que acompañaba al nombre del boxeador. Rocky no es el enfrentamiento a ostia limpia con Clubber Lang (Mr. T) o la glorificación reaganiana de la pírrica victoria estadounidense en la guerra fría ejemplificada en el combate con Ivan Drago (Dolph Lundgren). Rocky es la historia de un perdedor que un día le regaló un cachorro a la hermana de su mejor amigo y que años después, muchos años después, recorrió junto a él los viejos lugares que marcaron la relación con su verdadero amor. Sólo por estas dos películas Sylvester Stallone ya merecería sobradamente el premio de marras. Ahí queda eso, señores. Por cierto, y remedando las palabras de otro boxeador destinado al fracaso que se obstinó en ganar aun a costa de su propia vida, esta va por ti, Pep.
En el año 1976 una película de pequeño presupuesto, protagonizada -y escrita- por un actor desconocido y centrada en la vida de un púgil en los suburbios de Philadelphia sorprendía a propios y extraños. Protagonizada por personajes claramente marginales en busca de un lugar en el mundo donde sentirse realizados y queridos, los retratos desarrollados por Stallone eran bastante complejos en su patetismo cotidiano. Así, la película se centraba en el cobrador de deudas Rocky Balboa, un tipo simple y honesto -a pesar de su ocupación- cuyo sueño es alcanzar la gloria pugilística sobre los rings de segunda, y que para ello se machaca en viejos y destartalados gimnasios regentados por viejas glorias como Mickey. Rocky sentirá una fuerte atracción por Adrian, la tímida -casi autista- solterona dependienta de una tienda de mascotas, que vive con su malhablado y grosero hermano Poli, empleado en el matadero. La oportunidad de oro surgirá en forma de un combate con Apollo Creed, soberbio campeón que sufrirá para ganar a Balboa a los puntos tras quince asaltos brutales para ambos. Decir que la fanfarria de Bill Conti está entre las diez melodías más reconocibles de la historia del cine es una obviedad, al igual que afirmar que escenas como la del ascenso de las escaleras del Museo de Arte de Filadelfia o el boxeador machacado con los brazos en alto llamando a gritos a Adrian forman parte de los grandes momentos de la historia del cine.
En el año 1976 una película de pequeño presupuesto, protagonizada -y escrita- por un actor desconocido y centrada en la vida de un púgil en los suburbios de Philadelphia sorprendía a propios y extraños. Protagonizada por personajes claramente marginales en busca de un lugar en el mundo donde sentirse realizados y queridos, los retratos desarrollados por Stallone eran bastante complejos en su patetismo cotidiano. Así, la película se centraba en el cobrador de deudas Rocky Balboa, un tipo simple y honesto -a pesar de su ocupación- cuyo sueño es alcanzar la gloria pugilística sobre los rings de segunda, y que para ello se machaca en viejos y destartalados gimnasios regentados por viejas glorias como Mickey. Rocky sentirá una fuerte atracción por Adrian, la tímida -casi autista- solterona dependienta de una tienda de mascotas, que vive con su malhablado y grosero hermano Poli, empleado en el matadero. La oportunidad de oro surgirá en forma de un combate con Apollo Creed, soberbio campeón que sufrirá para ganar a Balboa a los puntos tras quince asaltos brutales para ambos. Decir que la fanfarria de Bill Conti está entre las diez melodías más reconocibles de la historia del cine es una obviedad, al igual que afirmar que escenas como la del ascenso de las escaleras del Museo de Arte de Filadelfia o el boxeador machacado con los brazos en alto llamando a gritos a Adrian forman parte de los grandes momentos de la historia del cine.
Rocky supuso un éxito de público y de crítica inesperado (avalado por tres oscars -dirección, montaje y película- y un globo de oro a la mejor película dramática), el encumbramiento al estrellato de su protagonista y el nacimiento de un icono cinematográfico, el del boxeado italoamericano Rocky Balboa que logra a base de esfuerzo, tesón e ilusión alcanzar su "sueño americano". Hasta cuatro secuelas (todas ellas escritas y dirigidas por Stallone, salvo Rocky V que contó con el retorno de John G. Avildsen a la silla de director) vieron la luz entre 1979 y 1990, menguando en calidad progresivamente, sobretodo de las dos últimas, siendo Rocky IV hija de los últimos tiempos de la guerra fría y del conservadurismo de la era Reagan y Rocky V un intento de adaptar la franquicia a los nuevos tiempos (canciones rap, inclusión de elementos teen en el argumento). El público dio la espalda a Balboa, y a Sylvester Stallone le quedó la espinita clavada de que el Potro Italiano no tuviese una despedida fílmica digna, así que maduró un proyecto que nos llega dieciséis años después.
Adrian lleva muerta cuatro años. Visitando su tumba en el aniversario de su fallecimiento está un Rocky Balboa sentado y melancólico y un impaciente Paulie. Tras dejar la silla convenientemente escondida (en un sólo detalle se nos revela el pragmatismo del personaje y la añoranza por la esposa ausente plasmada en lo frecuente de sus visitas) Rocky marcha a su pequeño restaurante de comida italiana (cocinada por hispanos) donde ameniza a los comensales con anécdotas de sus viejos combates. La sombra de su hijo, que no ha ido al cementerio ni al restaurante, ni al tour por todos los lugares que significaron algo en la relación para Adrian, es una sombra que entristece aún más al melancólico Balboa. Una recreación virtual de un combate entre el Balboa de treinta años y el campeón actual, Mason Dixon (puesto en la picota por la facilidad con la que gana a sus contrincantes) da la victoria a Rocky. Inmediatamente los agentes de publicidad de Dixon huelen la audiencia y los ingresos y ofrecerán a Rocky la posibilidad de un combate de exhibición en Las Vegas, un combate que, como siempre, Rocky llevará a la distancia corta y a la resistencia, hasta el final.
Todos los elementos que hicieron de Rocky una excelente película están presentes en la despedida cinematográfica del púgil más famoso de la historia del cine (con permiso de Toro Salvaje). El tono crepuscular de unos personajes sobradamente conocidos para los seguidores de la saga se acentúa por la sensación de melancolía y ausencia, por la añoranza de unos tiempos de gloria pasados que difícilmente podrían repetirse. Las visitas a la tumba y a los lugares que frecuentaron Adrian y Rocky suponen el brutal contrapunto entre lo que fue y lo que es: la antaño vital tienda de mascotas es ahora una tienducha sucia, la pista de patinaje un solar lleno de escombros, el gimnasio en el que se entrenara tan duramente durante años abandonado... En la rememoración de ese tiempo y de esos acontecimientos también surgirá la pena de Paulie por el modo en que trataba a su hermana. Antes de que Rocky se calce los guantes de nuevo Stallone se permite ese homenaje sentido y sincero a todo lo bueno que sus personajes vivieron con los años. A partir de ahí, los intentos de reconducir la relación con su hijo y de entablar amistad con Marie serán los acicates que ayudarán a Rocky a reverdecer viejos laureles.
La anécdota argumental es tan sencilla como eficaz, y el único objetivo es volver a subir a Rocky a un ring. El personaje de Dixon, muy bien tratado, es otro luchador cuya calidad y fuerza le colocan tan por encima de sus rivales que la facilidad de sus victorias provoca silbidos entre los espectadores. El hecho de no convertir a Dixon en una bestia, en el "malo" de la función es todo un acierto, y de esa forma, estamos ante dos caras de una misma moneda, ante dos púgiles que son muy parecidos, pero que se hallan en dos momentos bien distintos de su carrera: el uno en la plenitud de sus faculdes físicas y en la cima de su carrera; el otro derrotado por la edad y la vida y retirado tiempo ha, rodeado de los recuerdos de sus viejas victorias (divertido y patético a la vez ese viejo boxeador al que noqueara años atrás y al que Rocky invita a cenar a diario). Ambos vuelven a sus raíces, al esfuerzo, a los viejos preparadores, "a la vieja escuela".
Decir que la película está llena de momentos que me encogieron el estómago es decir poco. La película es un regalo para los que disfrutamos durante años con las aventuras fílmicas de este italiano cabezota y honesto. Las escenas del cementerio, la forma en que la gente de Philadelphia para a Rocky para saludarle, la anécdota del viejo púgil Spider, el perro salvado de la perrera (que subirá las escaleras con Rocky al son de las trompetas de Bill Conti), la foto de Adrian que Marie le entrega a Rocky antes del combate, la rabia y el dolor interior del boxeador, plasmados en esa "bestia del sotano", el beso que Paulie -el viejo Paulie- da a su amigo antes de salir al ring, el choque generacional plasmado en la elección de canciones antes de la pelea (Sinatra versus Three 6 Mafia), el plano del boxeador, tras la pelea, estrechando la mano de un espectador anónimo, la verdadera despedida del personaje, el agradecimiento de Stallone a un público que durante años le fue fiel disfrutando con sus películas.
Me quedo corto, muy corto con estas líneas. Decir que disfruté como un cosaco con la película es lo mismo que decir que lo de abajo es una caricia de enamorados.
Finalmente, los créditos son -aún- otra agradable sorpresa: al son de Gonna Fly Now personajes de toda raza, sexo y condición suben las escaleres del Museo de Arte de Philadelphia e imitan al mito cinematográfico en el que es su gesto más reconocible. Alzan los puños al cielo en señal de superación, de triunfo, en otro divertido homenaje, el último antes de que un fotograma congelado nos diga definitivamente adios desde 1976. Treinta años después Rocky nos dice adiós para siempre.
4 comentarios:
Un post genial. Yo he disfrutado mucho con toda la saga de Rocky y la verdad es que hace dos años me llegué incluso a emocionar viendo Rocky Balboa. que gran película!
Es precisamente por esa capacidad de emocionar más allá de hacer saltar por los aires a decenas de malosos por lo que hay que ratificar un premio más que merecido. ¡¡Viva tito Sly!!
De la saga Rocky me quedo con Rocky I y la II, son las que mas me gustaron
Saludos
Coincido contigo Anwar, pero añadiendo Rocky Balboa como el digno y necesario colofón a la historia ;D
Publicar un comentario