viernes, julio 20, 2012

El baile del vampiro: Chupasangres en Barna City

Barcelona, 1996. La ciudad es un hervidero de modernidad, de culturas, de gente venida de todos los lugares del planeta, un crisol en el que se moldean personas de muchas clases y condiciones diferentes. Allí confluyen las vidas de varias personas de una manera fatal, dando lugar a una historia de sangre, muerte y renacimiento de imprevisibles consecuencias. Jacob es un vampiro, uno con 250 años de edad muy lejos de su Prusia natal. No comparte los rasgos románticos con los que la literatura y el cine suelen identificar a los vampiros, pero sí su misma necesidad de consumir sangre para mantenerse no-muerto y la búsqueda de un alma gemela con la que compartir su existencia. Jacob es un romántico y corteja en la distancia a Naomi, dejándole una rosa en el mismo lugar cada noche. En las vidas de ambos se cruzará un grupo de Neonazis y Naomi y Jacob se conocerán finalmente.


Pero hay más historias en la ciudad, tristes, duras, sin final feliz. Como la de Ana, una joven desaparecida que acaba cayendo en los brazos de Inés tras escapar de su secuestrador. El encuentro no sería nada especial si no fuera porque Inés también es una vampira, amiga de Jacob y compañera de fatigas de este, en busca de un bocado que echarse el diente. Su encuentro con Ana, mordida por otro vampiro, hará nacer una relación muy particular entre ambas, primero de tutela y aprendizaje por parte de la veterana vampira hacia la desorientada y desamparada nueva convertida, y más tarde de cariño y amor entre dos almas gemelas.


Como decía, hay pocos finales felices en el lado oscuro de las Ramblas, y estas dos parejas tendrán que afrontar no pocos obstáculos en sus relaciones nacidos del recelo, el miedo, el odio y la continua persecución a la que la sociedad les somete por su condición de vampiros. Un obsesionado cazador de vampiros, el cuerpo de policía de la ciudad condal y la aparición en escena de otro hijo de la noche, el Vampiro Blanco, pondrán el mundo de Jacob, Naomi, Ana e Inés patas arriba en una lucha a muerte que se desarrollará en algunos de los más emblemáticos lugares de Barcelona, y de la que muy pocos lograrán salir bien parados.


El baile del vampiro fue un proyecto publicado dentro de la linea Laberinto en el año 1997 en forma de serie limitada de cuatro números. Dos años más tarde, dentro de la misma línea editorial aparecería la precuela El baile del vampiro: Inés 1994, narrando eventos anteriores a los de la historia original. Esta pequeña saga vampírica patria, desarrollada entre Albacete y Barcelona es obra de Sergio Bleda, autor completo de estas historias que buscan un nuevo acercamiento al mito del vampiro, contemporáneo, despojándolo de muchos de los ropajes góticos y románticos que lo han adornado -y en muchos casos desvirtuado- en la mayoría de acercamientos al mismo, ya fueran literarios, televisivos o cinematográficos. La repercusión indudable de la obra ha permitido sucesivas reediciones de la misma, siendo una de las más identificables y conocidas del autor.


Realmente tiene delito que haya tardado quince años en leer El baile del vampiro, y no en su versión original sino en la edición décimo aniversario publicada por Aleta hace cinco años, un verdadero compendio de El baile del vampiro que incluye tanto la serie como el especial centrado en Inés, de corte diametralmente opuesto, un auténtico slice of life de una chica de Albacete, son sus sueños y aspiraciones, sus devaneos amorosos, y su encuentro con alguien que cambiará radicalmente su vida. Aquí el terror queda para unos breves apuntes al margen de la historia, centrándonos en los sucesos que condujeron a Inés hasta Barcelona. Junto a ese material se recopilan todas las portadas originales y algunas ilustraciones de Bleda, una galería de dibujantes invitados con el arte de Quim Bou, Vicente Cifuentes, Tirso Cons, Rafa Fonteriz, Javier Pulido Kenny Ruiz o Víctor Santos entre otros, una historia breve a color protagonizada por Jacob en su Prusia natal y un relato también protagonizado por él. Estas dos últimas aportaciones cuentan con la pluma de Alberto López Aroca para narrar las desventuras del vampiro Jacob en el XVIII y el XIX respectivamente.


Una lectura bastante divertida y fresca con la que amenizar las tardes de verano -y de cualquier estación del año, no vayan a creer- que ha resistido perfectamente el paso del tiempo y que permite disfrutar de unos vampiros nada lánguidos y llorones, pero con sentimientos y pasiones que les mueven de manera lógica en el contexto de una historia de género que sabe exprimir el ambiente y algunas de las postales más reconocibles de una ciudad que, en el fondo, es una protagonista más de la historia.

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