sábado, julio 26, 2008

Doomsday: 2033, Rescate en Glasgow

En el año 2008 un brote vírico altamente contagioso y mortal diezma a la población de Escocia, que, aterrorizada, inicia un masivo exodo hacia el sur. Cuando la turba alcanza la frontera con Inglatera se encuentra con un bloqueo militar más expeditivo que humanitario y con un muro infranqueable con contendrá al virus Segador dentro de las fronteras de Escocia y condenará a la extinción a todos los que se encuentren al otro lado del muro. El tiempo pasa y la epidemia queda sumida en el olvido, al igual que los millones de muertos olvidados por el gobierno británico y abandonados a su terrible suerte.


Año 2033. La situación económica en Inglaterra, aislada internacionalmente y con graves problemas de sobrepoblación, comienza a crear el caldo de cultivo del desastre. En las riberas del Tamesis las fuerzas tácticas de la policía londinense descubren que el virus Segador ha contaminado a decenas de vagabundos y que pueden estar ante un brote de similares características que el que condenó a Escocia. Un Primer Ministro timorato se deja convencer por su consejero, Canaris (David O'hara), para declarar la cuarentena en el area metropolitana de Londres y solucionar de esa forma el problema de la superpoblación en la ciudad, al tiempo que organizan una misión de reconocimiento en la zona de exclusión que buscará la existencia de un posible remedio... ya que se han detectado supervivientes en las areas urbanas.


Al mando de un reducido grupo formado por dos doctores, dos conductores de blindado y tres soldados se colocará la mayor de policía Eden Sinclair (Rhona Mitra), una agente letal y eficaz sobre el terreno que mantiene una visión de la vida bastante amarga y escéptica y que no puede olvidar a su madre, perdida en la epidemia del virus Segador. Los requerimientos de Canaris al comandante Nelson (Bob Hoskins) para proporcionarle a su mejor hombre para dirigir la misión culminan con Eden dirigiendo al primer grupo de expedicionarios al otro lado del muro, adentrándose en una zona devastada y abandonada en la que no saben qué van a encontrar pero de la que necesitan desesperadamente extraer algunas respuestas antes de que la población de toda Gran Bretaña acabe sucumbiento como víctima colateral entre los juegos de poder político y las tensiones socioeconómicas latentes.


Lo que sigue a partir de ese momento es un festival de acción desenfrenada, barbarie salvaje, canibalismo cabaretero al son del Good Thing de los Fine Young Cannibals (que no es muy sutil pero sí bastante efectivo), más acción desenfrenada, persecuciones espectaculares e imposibles (lo que aguanta ese Bentley es propio de un coche Bond o del mismísimo K.I.T.T.) y bizarros encuentros con las poblaciones remanentes de Escocia que se han organizado en sociedades completamente antitéticas. Por un lado Eden debe lidiar con el grupo de jóvenes urbanitas, hedonistas, ultraviolentos y caníbales que se asemejan a tribus urbanas neo-punk con un cierto regusto sadomasoquista y que están dirigidos por Sol (Craig Conway), un tarado del quince con dotes para el espectáculo que domina a la jauría de su manada con carne humana y música ochentera. Por oposición, en el área más recóndita de las Highlands encontramos a un grupo humano que vive en pleno medievo, con sus ropas, armas y formas de vida pretéritas, y que siguen los dictados de Kane (Malcolm McDowell), que ejerce de omnímodo señor feudal. Ambos grupos comparten un gusto atávico por la violencia y un odio, en este caso justificado, contra aquellos que los abandonaron a su suerte, y que en este caso están representados por la fuerza militar capitaneada por Sinclair.



Este festín de referencias cinéfagas a lo mejor de la serie B de los últimos 30 años está orquestado por Neil Marshall, que escribe, dirige y ordena cuándo hay que arrojar cabezas decapitadas hacia la cámara o hacer explotar autobuses en marcha con la misma habilidad narrativa y la misma dosificación del crescendo dramático que demostrara en sus anteriores películas, Dog Soldiers y The descent, estimables muestras de un cine de género británico capaz de mojarle la oreja a los blockbusters hollywoodienses únicamente a base de talento, cinefagia y una buena dosis de poca vergüenza. Las andanzas de los soldados de maniobra que se topan con un clan de hombres lobo o la desgraciada excursión espelológica de un grupo de amigas por un complejo entramado de cuevas en el que encontrarán no sólo a un clan -otro- de seres albinos y carnívoros sino todo el resentimiento y el miedo que habían albergado en su interior, comparten un planteamiento muy similar al de Doomsday y muy querido al cine fantástico: un grupo de soldados/amigos/profesionales que se topan con lo extraño o lo fantástico en un entorno ajeno y hostil para ellos en el que, verdaderamente, son el factor invasor a eliminar para que el statu quo previo a su irrupción se mantenga.


El referente absoluto de esta producción es 1997: Rescate en Nueva York, y por extensión, el cine de Carpenter en general, al que homenajea en todo momento hasta el punto de que Doomsday bien pudiera ser un remake de 1997 no sólo por argumento, estética o banda sonora, sino porque comparte el espíritu último de aquella, una crítica feroz y desencantada del poder y la resistencia irreductible y quizá en último término inútil del individuo que, pese a ello, se mantendrá firme en sus convicciones y fiel a sus principios. Desde el planteamiento de la historia en gráficos computerizados narrados por una voz mecánica que describe el muro y la situación en Escocia hasta la pose cínica y cansada de Eden (que incluso luce parche en algunas escenas y pasa el metraje pidiendo un cigarrillo a sus interlocutores), pasando por algunas de las set pieces de la película como la pelea de gladiadores o la persecución motorizada, la sombra de Carpenter planea sobre Doomsday. Lo cierto es que en todo momento parece que estemos viendo la obra de un discípulo aventajado que le rinde pleitesía al maestro, y hay aún otra semejanza con el cine carpenteriano que es un poco más preocupante. La pésima recepción crítica y la escasa recaudación emparentan Doomsday con Fantasmas de Marte en más de un aspecto (violentas, sádicas, frenéticas, protagonizadas por un personaje femenino resuelto), aunque parece que Marshall ya tiene otro proyecto en marcha, con lo que dista de ser un epitafio cinematográfico como que el que Fantasmas sigue suponiendo hasta el día de hoy para Carpenter. Pero dejando de lado al bueno de John el festival referencial sigue para recocijo de los amantes desprejuiciados de la serie B más genuina y de las cintas repletas de acción desenfrenada y salvajadas a cascoporro: la persecución sobre las autopistas escocesas así como la descripción de la tribu de Sol remiten directamente al universo post-apocalíptico de Mad Max, la pelea de gladiadores está rodada con el estilo y la garra de cualquiera que hubiera podido pergeñar Ridley Scott en Gladiator, el aspecto tribal de las bandas y su separación en clanes recuerdan sobremanera a lo descrito en The Warriors por Walter Hill en su peculiar traslación a tiempos modernos de la Anábasis de Jenofonte... En resumen, la película ideal para estas tardes de verano en la que uno busca un poco de entretenimiento saludable y sin complicaciones, bien planteado, mejor desarrollado y excelentemente resuelto y con un puñado de momentos repletos de miembros amputados, quemados, deglutidos o atropellados.

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