Han pasado algo más de cuatro años desde que, impulsado por esta elogiosa reseña de Rafael Marín, me decidí a hacerme con el episodio piloto de tres horas de Battlestar Galactica en su edición americana. Aún tuvo el piloto que pasar el filtro de mi buen amigo Pep antes de que me decidiera a verlo. Y desde una noche de verano de aquel verano de 2005 en que miss Sparks y un servidor, asados de calor, fuimos testigos del exterminio del 99'9 % de la raza humana y la desesperada batalla entablada por los escasos supervivientes para hallar un asomo de esperanza en una huída sin fin, ya no hubo remedio. Quedamos enganchados a esta nueva versión de la serie televisiva que en su momento fue todo un bombazo siguiendo la estela de La guerra de las galaxias y que, afortunadamente, establecía las suficientes distancias como para que nos encontraramos con un concepto fresco, adictivo, lleno de buenas ideas y que a la vez establecía una difusa continuidad en la que las andanzas de la primera serie podrían haber constituido esa primera guerra cylon que tanto se menciona, y las primitivas tostadoras podrían ser aquellos gladiadores metálicos con el característico ojo rojo centelleante. Además, la presencia del actor Richard Hacht -el Apollo original- como actor recurrente en la serie daba un marchamo de legitimidad hacia la serie de cara a la legión de fans de la serie que llevaban décadas pidiendo no ya una nueva versión, sino un relanzamiento de la franquicia con el reparto originario.
La premisa es similar, el tono no lo es. Los organismos cibernéticos cylon, tras enfrentarse con los habitantes de las Doce Colonias en una cruenta guerra llegaron a un acuerdo con la raza humana para declarar un inestable y frágil armisticio. Para mantener una suerte de relación diplomática, cada año se debían reunir en una estación espacial construída a tal efecto, pero durante 40 años los cylon faltaron a ese encuentro... Cuando regresan lo hacen con una dolorosa verdad, los cylon han evolucionado y han adquirido forma humana, biológicamente indistinguible de los seres humanos aunque sometidos a unos moldes comunes de clonación. El siguiente paso a esa revelación es declarar la guerra a las Doce Colonias, eliminando sus defensas y exterminando de un plumazo a prácticamente toda la raza humana. Tan sólo la estación de combate Galáctica, un arcaico residuo de las naves previas a la informatización de la flota que estaba destinada al desguace, escapa de la debacle militar y consigue sobrevivir a un ataque casi suicida contra la armada cylon que intentaba rematar el trabajo. La humanidad gana su derecho a existir en una huida interminable por el universo en busca de un sitio seguro al que llamar hogar...
La serie contó desde el primer momento con un reparto sólido en el que junto a actores jóvenes de potente carisma y tirón entre el público joven -Jamie Bamber como Apollo, Katee Sackhoff como Strabuck, Tricia Helfer como Número 6, Grace Park como Boomer- destacaron desde el primer momento los veteranos Edward James Olmos como el comandante Adama y Mary McDonnell como la presidenta Laura Roslin. Ellos han sido el alma de la serie, estuvieron desde el momento en el corazón argumental de la misma, evolucionaron de forma pareja y coherente a lo largo de la misma y ofrecieron en el tramo final de la misma un par de esos momentos hermosos, épicos y melancólicos que el cine reciente está bastante lejos de igualar. No me gustaría dejar de mencionar a dos personajes capitales en el transcurso de la serie, protagonistas igualmente de otros tantos buenos momentos en el transcurso de la serie: Gaius Baltar (James Callis), o el teleñeco por la facilidad con que es manipulado mentalmente por la espectacular y sinuosa Número 6, y el coronel Tigh (Michael Hogan), mano derecha de Adama desde los tiempos de la academia y un cabrón de primer orden que pasa de alcohólico a terrorista a estratega a asesino a infiltrado sin despeinarse ni un solo momento -más que nada porque está tan calvo como un servidor-.
Cuando se tiene un reparto coral tan amplio como el que ha ido manejando Galactica a lo largo de sus cuatro temporadas, hay muchos temas con los que jugar y muchas posibilidades de desarrollar caracteres, tramas secundarias y relaciones personales. La historia, planteada como un todo a largo plazo, se desarrolla a dos niveles, por un lado el del gran tapiz del éxodo de la humanidad, la supervivencia de las colonias oprimidas y la búsqueda de un significado a todo ello que ofreciera un mínimo asomo de esperanza, y el de las historias mínimas de todos aquellos secundarios que en un momento u otro pasan a adquirir una importancia capital en el primer nivel, desde el jefe de mecánicos, hasta el doctor de abordo pasando por el encargado de relaciones públicas de la presidenta o muchos de los pilotos de raptors y vipers que se juegan la vida en cada ataque cylon o en cada misión de reconocimiento o rescate. Son muchas las tragedias pequeñas dentro del gran drama vivido por la humanidad, y conocer de primera mano las primeras permite sentir todo el dramatismo y la desesperación de una situación aparentemente sin salida. En el plano formal, Galactica se ha alejado de otras series como Perdidos o Heroes, ya que el uso del cliffhanger final se ha reservado para casos concretos, como los finales de temporada o los capítulos dobles que alargaban una situación a lo largo de dos capítulos. Pero también encontramos en cada temporada muchos capítulos autocontenidos, no al margen de la trama general pero sí centrados en la situación personal de unos pocos personajes o en la presentación de aspectos de la flota desconocidos hasta el momento.
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