El portaaviones USS Nimitz está ultimando los preparativos para emprender unas maniobras que le llevarán al océano Pacífico y a las proximidades de Hawaii. Un prestigioso contratista militar que permanece en un anonimato casi total envía a un observador civil a bordo del Nimitz, con la misión de supervisar las maniobras y sugerir posibles mejoras para el portaaviones. Desde el primer momento la labor de Warren Lasky (Martin Sheen) despertará no pocos recelos entre la oficialidad del buque, y especialmente entre el Capitán Matt Yelland (Kirk Douglas) y el Comandante de vuelo Richard Owen (James Farentino).
El portaaviones comienza las maniobras y en el transcurso de las mismas se ve inmerso en una inusual y poderosa tormenta eléctrica cuyo vórtice atraviesa. Tras la calma, llega la incertidumbre. Hay silencio en las comunicaciones y sólo se detectan señales de radio convencional que emiten música swing continuamente. Una patrulla aérea de reconocimiento se topa con dos cazas Zero japoneses de la época de la II Guerra Mundial en perfecto estado para sorpresa y estupor de los F-14. Pese a que las reglas de enfrentamiento aconsejan evitar una escaramuza los no menos sorprendidos pilotos japoneses reaccionan violentamente. En el portaaviones, Lasky, Yelland y sus oficiales se debaten entre la sorpresa y la incertidumbre, pero deciden actuar cuando los Zeros atacan un yate con civiles.
Fruto de la explosiva situación, el portaaviones se ve obligado a rescatar a los supervivientes del ataque, el senador Chapman (Charles Durning), su secretaria Laurel (Katharine Ross), su perro y uno de los pilotos japoneses. Otro vuelo de reconocimiento regresa con una noticia asombrosa: la instantánea tomada sobre el puerto de Pearl Harbour revela que la flota y las instalaciones pertenecen a un día muy concreto, el 6 de diciembre de 1941 poco antes de sufrir el ataque de las fuerzas japonesas. El peso de la historia cae sobre Yelland y su tripulación de forma brutal. De algún modo el portaaviones Nimitz dotado con la más moderna tecnología de combate de 1980 ha ido a parar a 1941 en un momento especialmente crítico para la historia de los Estados Unidos.
Enfrentados a una aterradora realidad Yelland, Lasky y Owen tendrán que asumir las posibilidades que la supremacía tecnológica les otorga en tan peculiar paradoja temporal y al mismo tiempo lidiar con las consecuencias que cualquier intervención, por nimia que sea, puede producir en la historia que han conocido, una historia que ya se ha visto brutalmente alterada al rescatar al senador Chapman, desparecido en aquellas aguas durante el ataque a Pearl Harbour y número 2 de Roosvelt que habría ocupado el sillón presidencial a la muerte de este. El dilema moral finalmente quedará en un segundo plano cuando los acontecimientos se precipiten, con un piloto japonés aterrado capaz de todo, un senador desesperado por evitar la infamia definitiva y una tripulación que deberá elegir entre cambiar la historia -con la incertidumbre devastadora que ello conllevaría- y regresar a casa.
El final de la cuenta atrás se estrenó en 1980, y fue dirigida por Don Taylor, todo un profesional todoterreno proveniente de la prolífica cantera televisiva de los años sesenta. Taylor ya había realizado otras películas de género fantástico como la adaptación de La isla del doctor Moreau (1973) protagonizada por Burt Lancaster y Michael York, la tercera entrega de la saga del Planeta de los simios o la segunda parte de La Profecía. Artesano competente, Taylor sabía manejar repartos de peso y ofrecer películas sólidas dentro de su género. The final countdown entraría dentro de la categoría de film de género de prestigio, con un reparto verdaderamente estelar para la época (Sheen, Ross y Farentino estaban en la cima de su carrera y Douglas andaba ya en el olimpo cinematográfico) y un argumento estudiado para entretener y generar cierto debate entre los espectadores, al tratar temas como las paradojas temporales, la posibilidad o el derecho a alterar la historia y la necesidad de asumir las consecuencias de dichos actos.
El libreto, firmado por cuatro guionistas, exprime al máximo las posibilidades de la chocante situación afrontada por el Nimitz, y pone en danza elementos tan interesantes como los aportados por el senador y su secretaria y por el piloto japonés, explorando y explotando la rabia que produce ver la pasividad de sus compatriotas ante la tragedia que está a punto de ocurrir -en el primero de los casos- y el terror que produce comprobar que el enemigo cuenta con una suerte de arma secreta tecnológicamente superior que puede acabar con un conflicto bélico antes siquiera de que este haya comenzado -en el caso del piloto-. Es una película en la que los diálogos tensos, los dilemas que afrontan los personajes y lo límite de la situación provoca un crescendo continuado en el clima de tensión dentro del portaaviones que desemboca en las decisiones a vida o muerte del último cuarto del film.
Esta película se retrotrae en mi memoria a aquellas primeras pelis alquiladas en vhs por mis padres y que no me dejaban ver por ser aún muy niño pero que llamaban poderosamente la atención por su carátula espectacular y sus llamativas frases promocionales. Años después la vimos en familia en un pase televisivo -si no recuerdo mal un sábado por la noche-, con lo que la identifico con lo que yo llamo "pelis de padres", películas que descubres gracias a ellos y que tienen un valor añadido a su calidad intrínseca. En este caso reconozco que no la he vuelto a ver desde hace bastante tiempo, y pese a lo mucho que me gustó en su momento y a las inolvidables imágenes que atesoro de ella -el vórtice eléctrico, Douglas regio en su papel de capitán, la contraposición entre los modernos caza F-14 y los Zero japoneses- no sé si lanzarme a un nuevo visionado para rememorarla como merece. En cualquier caso, iría acompañada en una sesión doble de películas ochenteras con viaje temporal y paradojas de El experimento Filadelfia.
6 comentarios:
Esta película no la he visto, ni siquiera la conocía. La que sí vi en su momento fue El experimento Filadelfia, con la que sospecho guarda muchos puntos en común, saludos.
Es una película que me encanta, aunque más aun a mi padre (es de sus favoritas).
Lo que menos me ha gustado siempre es el "coitus interruptus" que supone el final (tanto, para nada). Hubiera resultado curioso ver que habría pasado... (no entro en detalles para no chafárselo a nadie).
Jaime, si no la has visto nunca, te la recomiendo muy mucho. Como dices, comparte muchos puntos con El experimento Filadelfia, aunque juegan en ligas distintas, y eso es lo que acaba beneficiando a la película protagonizada por Michael Paré, que es un disparate de serie B contado con la suficiente convicción, desvergüenza y ritmo como para tenerte atrapado en la historia desde el comienzo hasta el final de la película. ¡Un abrazo, caballero!
Por cierto, ¿novedades del examen?
Peter, el final es verdad que resulta un tanto brusco, pero no veo otra forma de terminar la película... a menos que hubiesen dejado un final completamente abierto en todos los sentidos :D
Sí, haciéndolo fatal como ya sabes que lo hice, me quedé a punto de aprobar, saqué un 4,737, la próxima vez será.
Recuerdo que vi esta película en Sábado Cine y me gustó. No la he vuelto a ver. Era entretenida por lo menos. Un saludo.
Publicar un comentario