Esta es una vieja tonada que hemos cantado varias veces ya. Ya saben ustedes que servidor es un juntaletras frustrado o cuando menos un escritor perezoso metido a labores de esforzado bloguero. Ya hace tiempo que decidí que lo mío era más el consumo de cultura ajena en sus más variadas y diversas formas antes que creador de esas mismas expresiones culturales, y aún así de vez en cuando saco la mano a pasear por el teclado y busco dejar plasmada una historia sobre el papel de la mejor forma posible.
Hace unos años participé en un pequeño certamen literario organizado por la Asociación de amigos de los molinos en la localidad manchega de Mota del Cuervo. Con el molino como tema de fondo escribí un relato casi hawksiano de profesionales de la industria del cine que se mantenían fieles a su trabajo por encima de otros intereses y lograban arrastrar en su amor por el trabajo bien hecho a una cuadrilla entusiasta de tipos duros y honestos. Aquel relato fue seleccionado como sexto finalista, y la experiencia fue tan grata, casi mágica, que decidimos repetir al año siguiente. La afortunada en aquel caso fue miss Sparks, igualmente sexta finalista con la crónica sobre el primer molino de Mota, y de nuevo visitamos aquella tierra acogedora para recoger el premio y el volumen que recopilaba todos los relatos.
Tras un año de descanso, y más con la intención de volver a visitar Mota y pasar allí un día en estas fechas prenavideñas, este verano vomité sobre el teclado un relato con raíz histórica veraz -que no verídico- protagonizado por el mismísimo don Miguel de Cervantes Saavedra. Un par de libertades históricas y otro par de incorrecciones geográficas puestas al servicio de una historia en la que la Inquisición y la intolerancia no frenaban a un tipo de los que se visten por los pies y antepone a cualquier situación su valor, su honor y su gallardía. De nuevo fui seleccionado finalista, primer finalista, y esta vez según el jurado, en dura pugna por el primer premio hasta el final. En cualquier caso, el pasado fin de semana nos acercamos hasta Mota para pasear de nuevo por sus calles, degustar los manjares de su asador, guarecernos a la sombra de las aspas de sus molinos y pasar más frío que un gato sphinx en Siberia.
De la fugaz visita queda, de nuevo, el maravilloso trato de la Asociación y los vecinos moteños, el encanto de un pequeño pueblo que permanece de forma casi idéntica a como lo encontramos por primera vez hace cuatro años (casi, que cuenta con un par de mejoras urbanísticas notables) y la despedida a un certamen en el que somos ya viejos conocidos y al que creo haber dado todo lo que tengo dentro sobre molinos. Y aún así, en el viaje de vuelta, iba dándole vueltas a una idea ambientada en mil setecientos y pico en el que un avejentado noble alemán de nombre Víctor y apellido impronunciable se aposentaba en un molino y comenzaban a suceder en la comarca sucesos extraños y aterradores... Pero no, no me pica la mano lo suficiente.
3 comentarios:
Si te llegas a presentar con el tiro en la frente te lo dan seguro. Aunque sea por puro miedo. Un abrazo!
Yo creo que habríamos tenido dos problemas. Nos habrían dado una hostieja por la broma y se nos habrían congelado los regueros de sangre ;D
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