Ya les comenté que en verano fui seleccionado finalista en un pequeño certamen literario convocado por la Asociación de Amigos de los Molinos de Mota del Cuervo. No les miento, yo de molinos ni pum. Pero santa Wikipedia y un par de páginas en Internet me proporcionaron el armazón teórico necesario para saber por lo menos de qué demonios iba a escribir, y mi irredenta fascinación romántica por los perdedores con estilo y las causas perdidas me llevaron a fabular sobre el molino de don Iñigo de Castro. La cuantía del premio como finalista era casi simbólica, y bastaba para cubrir el desplazamiento y la noche de hotel, pero lo interesante para mí, además de conocer un lugar bucólico y tranquilo, era que todos los cuentos serían recopilados en un pequeño volumen, del que se entregarían diez copias a cada uno de los finalistas.
Como la Asociación me dio permiso para difundir el citado relato –y de paso dar a conocer la asociación en sí y sus actividades en pro de la conservación de ese patrimonio histórico-, pero no creo que sea lo más adecuado publicarlo aquí, porque ocuparía demasiado, estoy considerando varias opciones para que el relato vea la luz “virtual”. De todos modos, si todo fallara lo colgaría igualmente. Por lo demás, de ese fin de semana nos queda el paseo por un pueblo donde todos se conocen y saludan por la calle, el recuerdo de los molinos sobre una colina cercana –a la cual subimos, por supuesto, cual cabras montesas-, el cordero al horno que nos metimos entre pecho y espalda, el baño en la piscina climatizada del hotel el día de Nochebuena por la mañana, y la sensación sobre todo durante la cena, de estar en un parque virtual de la Hora Chanante poblado por primos lejanos del “Gañán”. A mi Leti Sparks todos los YÉÉÉJÁAAA y otobús le hacían gracia, pero yo no me quitaba de la cabeza el principio del sketch de Cómo hablar en gañán: “Podéis venir al pueblo, y reíros de cómo hablamos por aquí… ¡Y también os podéis llevar una hostia!”
En fin, que al margen de esa distorsión cultural provocada por La Hora Chanante, la experiencia resultó muy positiva en tanto que nos trataron con suprema amabilidad en todo momento, nos hicieron sentir como en casa, pudimos comprobar lo difícil que es para el escritor aficionado abrirse camino en el mundo editorial, o simplemente darse a conocer, y, por supuesto, nos quedó esto…
Post-scriptum aclaratorio: Quiero dejar muy claro que dentro de la categoría de "gañanes" sólo entran los trogloditas que nos amenizaron la cena del sábado, una panda de animales que abochornaron al local entero hasta tal extremo que el camarero nos pidió disculpas a la hora de cobrar. Tanto los "molineros" como el personal del hotel y el bar fueron un modelo de amabilidad y cortesía.
4 comentarios:
me encantaría poder leer el relato
Ternin:
Y lo hará, caballero, lo hará. ¡Ya buscaremos el mejor modo! Y por cierto, ¡Feliz año!
No te metas con los de la Mota... que te puedes llevar una hostieja
Anónimo:
¡Dios me libre de faltarles al respeto! Como comento, el trato de la Asociación de Amigos de los Molinos y del Hotel fue exquisito. Ahora, que los energúmenos que nos dieron la cena el sábado por la noche sí eran otro cantar. Una ciudad entrañable y unos molinos preciosos.
¡Y cuanto daño ha hecho la Hora chanante en ese aspecto y Joaquín Reyes y Ernesto Sevilla exagerando los tipos y los acentos manchegos!
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