Mañana de sábado para ponerme al día, con reseña de We3 lista y recién salida del horno... y en Zona Negativa se me adelantan. Así que para que no parezca que chupo rueda, que uno tiene su ego, he decidido posponerlo, y aprovecho hoy para recuperar el hilo de algo que llevaba mucho tiempo sin aparecer por aquí. ¿Creíais que ya no tenía nada más que decir sobre el tío John... Carpenter? Estabáis muy equivocados. La verdad es que parece mentira, pero ahora mismo tengo como cuatro o cinco cosillas en proceso para colgar esta semana, así que quizá vuelva a batir mi propio record. En fin, os dejo con el maestro...
Volviendo a los orígenes
Ya al margen de los grandes estudios Carpenter decide volver a la serie B donde obtuvo sus mejores resultados con la productora Alive Films (ya toda una declaración de intenciones) y firma tan sólo con la major Universal la distribución de sus películas, que vuelven a adquirir un tono cínico, pesimista, nihilista en ocasiones y donde los finales felices volverán a ser la excepción y no la regla.
El príncipe de las tinieblas (1987) -dirección, guión, música-, marca el regreso triunfal del tío John al cine de terror, aunque el referente en este caso sea el terror italiano de los 70 y 80, lo que se plasma en ambientes sucios, casi pútridos, situaciones cercanas a lo grotesco (esa conversión del hombre en masa de insectos, el empalamiento con la bicicleta).
El argumento está bien de partida, ofreciendo suficientes momentos de tensión, sustos y puro terror, aunque en algunos momentos los personajes hablan demasiado y puede parecer que dicen demasiadas tonterías seudo-científico-filosóficas: un grupo de estudiantes acompañados de varios profesores y un sacerdote van a una vieja iglesia a investigar un extraño contenedor cilíndrico escondido durante siglos por una orden ancestral, que contiene un liquido verde que acabará resultando ser... el líquido seminal del Demonio, que engendrará al Anticristo. Asediados desde el exterior por unos sin hogar poseídos, y desde el interior por sus propios compañeros muertos-resucitados-por-el-líquido, avisados desde el futuro por extrañas visiones oníricas, los estudiantes deberán evitar la llegada del Príncipe de las Tinieblas a nuestro mundo.
Llama la atención el diseño de producción, que busca la suciedad, la putridez, para enmarcar un relato que, prescindiendo de alardes verbales, consigue en su parte final generar un ambiente opresivo, tenso, incómodo para el espectador y plenamente eficaz a la hora de asustar o incomodar en sucesivos visionados.
Están vivos (1988) -dirección, guión, música-, es una eficaz alegoría sociopolítica que critica despiadadamente los EE.UU. de Reagan y su devastadora polçitica socioeconómica (reagonomic).
La patada en el culo al sistema es sencilla y está enunciada con claridad. Las elites yanquis ocupan su posición gracias a su obediencia a un grupo de infiltrados que copan los puestos de poder y responsabilidad, en realidad alienígenas a los que solo se puede ver mediante unas gafas especiales que un obrero en paro roba de "la resistencia" escondida en un campamente de desempleados y homeless. A partir de ahí, tiros, persecuciones, mucha mala baba contra el capitalismo salvaje, el consumismo y la publicidad; todo oculta mensajes subliminales visibles con las dichosas gafas, desde los billetes hasta los anuncios de las vallas o la televisión. Una muy buena premisa de partida –basada en el relato corto de Ray Nelson A las 8 en punto de la mañana- quizá no contada con la suficiente garra. Que el protagonista, Roddy Piper, fuera luchador de lucha libre quizá contribuyera también a que el film resultara algo fallido, aunque no podemos negarle garra y tensión a escenas como la del asalto final a la emisora o el descubrimiento de las gafas como instrumento para vislumbrar la realidad más allá de la ilusión.
El príncipe de las tinieblas (1987) -dirección, guión, música-, marca el regreso triunfal del tío John al cine de terror, aunque el referente en este caso sea el terror italiano de los 70 y 80, lo que se plasma en ambientes sucios, casi pútridos, situaciones cercanas a lo grotesco (esa conversión del hombre en masa de insectos, el empalamiento con la bicicleta).
El argumento está bien de partida, ofreciendo suficientes momentos de tensión, sustos y puro terror, aunque en algunos momentos los personajes hablan demasiado y puede parecer que dicen demasiadas tonterías seudo-científico-filosóficas: un grupo de estudiantes acompañados de varios profesores y un sacerdote van a una vieja iglesia a investigar un extraño contenedor cilíndrico escondido durante siglos por una orden ancestral, que contiene un liquido verde que acabará resultando ser... el líquido seminal del Demonio, que engendrará al Anticristo. Asediados desde el exterior por unos sin hogar poseídos, y desde el interior por sus propios compañeros muertos-resucitados-por-el-líquido, avisados desde el futuro por extrañas visiones oníricas, los estudiantes deberán evitar la llegada del Príncipe de las Tinieblas a nuestro mundo.
Llama la atención el diseño de producción, que busca la suciedad, la putridez, para enmarcar un relato que, prescindiendo de alardes verbales, consigue en su parte final generar un ambiente opresivo, tenso, incómodo para el espectador y plenamente eficaz a la hora de asustar o incomodar en sucesivos visionados.
Están vivos (1988) -dirección, guión, música-, es una eficaz alegoría sociopolítica que critica despiadadamente los EE.UU. de Reagan y su devastadora polçitica socioeconómica (reagonomic).
La patada en el culo al sistema es sencilla y está enunciada con claridad. Las elites yanquis ocupan su posición gracias a su obediencia a un grupo de infiltrados que copan los puestos de poder y responsabilidad, en realidad alienígenas a los que solo se puede ver mediante unas gafas especiales que un obrero en paro roba de "la resistencia" escondida en un campamente de desempleados y homeless. A partir de ahí, tiros, persecuciones, mucha mala baba contra el capitalismo salvaje, el consumismo y la publicidad; todo oculta mensajes subliminales visibles con las dichosas gafas, desde los billetes hasta los anuncios de las vallas o la televisión. Una muy buena premisa de partida –basada en el relato corto de Ray Nelson A las 8 en punto de la mañana- quizá no contada con la suficiente garra. Que el protagonista, Roddy Piper, fuera luchador de lucha libre quizá contribuyera también a que el film resultara algo fallido, aunque no podemos negarle garra y tensión a escenas como la del asalto final a la emisora o el descubrimiento de las gafas como instrumento para vislumbrar la realidad más allá de la ilusión.
La pelea entre Pipper y Keith David, 20 segundos en el plan de rodaje, fue escenificada de forma tan realista por los actores –que sólo fingieron los golpes en la cara- que Carpenter decidió dejar los cinco minutazos que pudimos ver todos y que se hacen eternos. Para el friki-recuerdo la frase de Roddy Pipper cuando entra a atracar el banco: “He venido a mascar chicle y patear culos... ¡y se me ha terminado el chicle!” Una película de estas características se queda en una tierra de nadie absoluta, ya que no satisface ni al gran público, ávido de espectáculos más vistosos y mensajes rimbombantes aunque vacuos, ni a la crítica especializada, que prefiere -o suele hacerlo, no generalicemos- pretenciosidad, intimismo y complejidad manierista en este tipo de mensajes de denuncia. Una pena.
1 comentario:
Adivina quien también había preparado una semi reseña de WE3 y al ver que en Zonanegativa lo han hecho (y bastante mejor que yo, para que mentir...) ha decidido dejarlo (no mucho porque la tengo apalabrada para "otro sitio")
Por lo demás, me siguen encantando tus comentarios sobre Carpenter. Me asustan un poco, porque igual sin querer, me estoy dando cuenta de que las pelísculas de este señor me gustan mucho más de lo que yo creía (que ya era bastante)
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