jueves, julio 17, 2008

El Rey del Kong: Frikis como nosotros

En 1982 la revista Life reunió a algunos de los mejores jugadores de máquinas recreativas del momento. Entre ellos estaba Billy Mitchell, poseedor del record absoluto de la máquina Centipede y que en aquella misma reunión obtuvo la puntuación más alta hasta la fecha conseguida en una máquina del Donkey Kong. Rentabilizando al máximo su imagen personal de ganador Mitchell sería considerado el Mejor Jugador del Siglo y la figura central en torno a la que el árbitro de competición oficial de videojuegos Walter Day fundaría la institución Twin Galaxies, dedicada a organizar competiciones de arcades clásicos y a homologar los records conseguidos en cada una de ellas. El aura mítica de Mitchell en ese mundillo y su popularidad pasajera en los medios de comunicación ayudaron a afianzar su imagen de chico dorado que además de triunfar en su faceta recreativa logró el éxito económico como empresario de salsas para alitas de pollo en Florida, campo en que igualmente Mitchell se consideraba el número uno.


Más de dos décadas después, en el año 2005 y al otro lado del país, en el estado de Washington, encontramos a Steve Wiebe, que es el completo opuesto de Mitchell en todos los sentidos. El retrato de Wiebe resulta desolador en primera instancia: fundó un grupo de grunge en Seattle justo cuando estos florecían como las setas, falló en un partido clave de beisbol y fue despedido del trabajo meses después de adquirir una casa cuya hipoteca pesaba como una losa sobre la economía familiar. La imagen que de él se presenta está a medio camino entre un patético perdedor y un asceta y paciente ermitaño. Si Billy es un ganador que ha sabido hacer de su habilidad en los videojuegos clásicos y de su éxito la piedra angular en torno a la cual ha redefinido su identidad y su forma de ser, Wiebe es por contra la imagen del perdedor absoluto que no ha terminado nada en su vida y que aspira a cambiar su condición... derribando el record de Mitchell por los suelos.


Más como modo de evitar la depresión por el despido y ocupar su tiempo en alguna clase de actividad Wiebe adquirió una máquina de Donkey Kong que instaló en su garaje, y comenzó a jugar. Y a estudiar patrones. Y a diseñar modelos matemáticos. Y a dibujar gráficos con rutas seguras a través de las veinte pantallas del juego. Wiebe llegó a conocer el juego como nadie, y en el mismo momento en que grababa su intento de batir el record mundial -y estaba a punto de conseguirlo- su hijo le llamaba a gritos para que le ayudara a limpiarse el trasero. De nuevo Wiebe entre lo divino y lo humano lograba el record absoluto hasta ese momento en el Donkey Kong y lo remitía a Twin Galaxies para que fuera homologado.



Esta ha sido hasta el momento la historia de dos hombres, Mitchell y Wiebe, pero hay un tercer personaje decisivo y vital para la relación entre ambos y para el modo en que se desarrollarán los acontecimientos desde este momento. Walter Day, dueño de Twin Galaxies, árbitro de competiciones de arcade clásico y cantante en sus horas muertas, será el hombre en cuyas manos estará determinar desde este momento quién es el mejor jugador del Donkey Kong de la historia y cual es la puntuación válida definitiva de mayor cuantía. Desde la llegada de la cinta de Wiebe hasta le resolución de la disputa pasarán varios años, se producirán encuentros y desencuentros entre Wiebe y Mitchell, habrá competiciones físicas y videos sospechosos, envidias de antiguos rivales y artimañas de cortesanos aspirantes al título... Y todo ello en el marco de un mundillo repleto de treintañero y cuarentones que pasan las horas jugando al Missile Commando, al Pac-Man, al Centipede o al Donkey Kong e intentando inscribir sus nombres con letras de oro en las listas de records homologados que la página Twin Galaxies mantiene actualizados en todo momento.


El documental The King of Kong: A fistfull of quarters hace un seguimiento medianamente dramatizado del enfrentamiento de los dos hombres por poseer el record mundial absoluto y de la repercusión que sus acciones tienen en el seno del mundillo de los jugadores especializados, algunos afines a Mitchell hasta el extremo de tenerle informado en todo momento de los avances de Wiebe y de ejecutar hasta sus más discutibles decisiones. Como suele suceder en estos casos, el interés del director Seth Gordon (que gracias al éxito de crítica logrado por este documental ha dado el salto a la dirección comercial con una comedia protagonizada por Reese Witherspoon) por conseguir una estructura dramática al uso -presentación de los personajes, planteamiento de la acción, nudo central y conclusión de la misma- altera en cierta medida algunos de los sucesos y reacciones de los personajes retratados. Sin duda el más perjudicado es Billy Mitchell, retratado como un ser obsesionado con el éxito a cualquier precio y enamorado de la visión que de sí mismo lleva proyectando las últimas décadas y capaz de artimañas de escasa ética con tal de mantener un título que para él resulta lo más importante en su vida. Por oposición, el retrato de Wiebe como el americano medio modelo, sereno, educado, amante de su familia y querido dentro de su comunidad queda ensalzado al máximo.


La progresión de sospechas, juegos dobles, records anulados y nuevos records aprobados con la anuencia de los árbitros de Twin Galaxies, la camarilla de Mitchell... Todo contribuye a generar un sentimiento de simpatía hacia Wiebe que hace que el espectador sufra con todas las perrerías que el pobre desgraciado sufre a lo largo del metraje en su intento por alzarse con la máxima puntuación del Donkey Kong. Además de contar con esa estructura dramática convencional que facilita el visionado del documental este resulta sumamente ameno por la inclusión de imágenes de archivo de hace 20 años y por algunas escenas realmente conseguidas que captan de forma casi hipnótica la atención del espectador. Me gustaría destacar dos que se centran en Steve Wiebe, como son las que le muestran en el garaje de su casa mientras prepara sus estrategias de juego, y que superponen los croquis tomados por Wiebe a las pantallas de juego para facilitar la comprensión del espectador de lo que está pasando, y aquellas en las que rodeado de jugadores que no necesariamente simpatizan con él juega durante horas y horas en las competiciones oficiales en busca del ansiado record.


Al margen de los valores netamente cinematográficos, el otro factor que hace la película destacable y disfrutable es el de mostrar un mundillo desconocido para el común de los mortales tanto como puede serlo el de las convenciones de comic o las ferias de discos raros. Son mundos cerrados, poblados de conneisseurs con sus manías, filias y fobias exacerbadas al máximo y cuyos comportamientos en la mayoría de ocasiones les hace acreedores de la etiqueta de frikis por parte de aquellos que no comparten, y por tanto no pueden entender, la pasión que rige sus vidas. Resulta sumamente esclarecedora la exaltada declaración de un jugador al comienzo de la película "No fumo, no bebo, no tomo drogas.... ¡¡Sólo juego a videojuegos!!" Las reuniones para ver videos de record en casa de uno de los árbitros de Twin Galaxies, el revuelo provocado en el salón de recreativas ante la posible aparición de la kill screen del Donkey Kong (pantalla que supone el fin del juego por un error de programación), la existencia de celebridades en el seno de los jugadores, cada uno de ellos conocido por el nombre del juego cuyo record posee... Todos esos códigos y comportamientos nos son tan comunes y cercanos que no me extrañaría que en unos años apareciese un documental centrado en las convenciones de comic estadounidenses y en las peripecias de un aficionado por conseguir una edición histórica o el dibujo de un artista especialmente inaccesible. Si se hiciera con la mitad de pericia, respeto y sentido del humor que el mostrado en The King of Kong estaríamos hablando de una celebración del medio más que encomiable. Pero como eso no sucederá siempre podremos disfrutar de nuevo de las artimañas de Mitchel, de la épica serenidad de Wiebe, de las disquisiciones esotéricas de Day y de las paranoias de todos y cada uno de los jugadores que nos muestra el documental, cada uno de ellos empeñado en un sueño casi imposible, en un record o en un logro concreto que les permita alcanzar su trocito de fama, notoriedad, y, porqué no, inmortalidad.




Video que muestra, previo empleo de un truco para llegar a la pantalla final, el fallo de programación que provoca el "suicidio" de Mario y el final del juego.

4 comentarios:

BELDARIN dijo...

Mitica es que esta maquina es mitica. Se me daba super mal siempre la cagaba o sacando el martillo. o Subiendo por las escaleras. Bueno lo mejor de todo cuando llegaba a donde kong no sabia que habia que hacer. Pero bueno amigo Pllisken yo soy mas del invaiders del antiguo. Donde suelo veranear hay una maquina de invaiders la clasica y nos echamos unas partidas impresionantes. Todo un clasico de los videojuegos.

Plissken dijo...

Beldarín, a ver si va a tener usted alma de recordman y no lo sabe ;D Lo de los jugadores de máquinas antiguas es algo que desconocía por completo y por eso la peli me hizo tanta gracia. Yo empecé a engancharme ya con la siguiente generación de recreativas, con gráficos un pelín mas elaborados. La de horas que le eché en el colegio a la maquina de Robocop y ya en el instituto al Gemini Wing ;D

Pablo dijo...

jejeje, somos todos unos viciosillos. A mi me dio fuerte con el Double Dragon y el Cabal, que llegamos a terminar a duo.

Plissken dijo...

Yo a la que me enganché fue a la copia del Cabal que estaba ambientada en el oeste. Eso sí, para pasar una máquina yo tenía que echar mano de una abundante reserva de monedas de cinco duros y abusar de "continues" ;D

LinkWithin

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...