El verano resulta el momento ideal para buscar una sala de cine por diversas razones. Se tiene algo más de tiempo libre, el fresquito del aire acondicionado, la tranquilidad derivada de la menor afluencia de gente, el estreno de producciones con un alto gancho comercial. Poseidon es una de esas pelis “tipicas”. Te sabes el argumento –no por nada se trata de un remake- de pe a pa, las supuestas sorpresas y giros en la trama te los vas viendo venir a la legua… Y aún así, uno consigue distraerse durante 100 minutos viendo a gente sufrir de los lindo, y hasta divertirse con la angustia y el sufrimiento de unos extraños.
Echemos un vistazo al argumento. Un crucero de lujo, el Poseidon, celebra una fiesta de fin de año en mitad del océano. Una ola gigante, que sale de vaya usted a saber dónde, embiste al barco y lo deja boca abajo en el mar, con el casco asomando por la superficie. Mientras que el capitán del barco (André Braugher) decide permanecer con la mayoría de supervivientes en el salón de baile (aquí huele a muertooooo) un grupo encabezado por el decidido jugador de cartas profesional Dylan (Josh Lucas) decide arriesgarse y buscar una salida. El grupo, heterogéneo como manda el género, está compuesto entre otros por el ex-alcalde de New York y bombero retirado Robert Ramsay (Kurt Russell), su hija (Emmy Rossum) y el novio de ésta, un arquitecto homosexual deprimido por un revés amoroso (Richard Dreyfuss), una madre soltera y su hijo (un clon este, oigan, de otros niños de cine ochentenros, parece el chaval de Aterriza como puedas), un capullo ebrio (Kevin Dillon) y una muchacha de origen sudamericano que viajaba como polizón en el barco.
A partir de ahí, se suceden todas y cada una de las situaciones codificadas en el género de desastres con barco hundiéndose, desde salvar abismos infranqueables hasta escapar de pasillos inundados o habitaciones inundándose, pasando por los consabidos cadáveres que van quedando por el camino y los sacrificios heróicos de rigor, sin los que una producción así no merecería la pena. Ejem. Visualmente, no se puede decir que Wolfgang Petersen no haya echado el resto. El diseñador de producción realiza un trabajo espectacular dotando al barco, primero de un entorno lujoso, y luego, inviertiéndolo, lo convierte en una trampa mortal de la que resultará extremadamente difícil escapar con vida. La escena de la ola gigante es estremecedora, como lo es el cruce del vestíbulo o el clímax en las hélices.
Y siendo lo que ha sido, un fracaso de órdago a la grande a nivel de taquilla, pues la película resulta mucho más digna de lo que pareciera, en buena medida gracias a la dirección dinámica de Petersen, que no da tregua al espectador, y en parte también gracias a un reparto muy ajustado, con unos muy buenos Kurt Russell y Richard Dreyfuss, ya asumiendo roles crepusculares –quién los ha visto y quién los ve, que podríamos decir- y con un Josh Lucas cada vez más carismático y asumiendo el peso de la acción. Tal vez si el barco se hubiese llamado La Reina de los mares en lugar de Poseidon la película se hubiera quitado de encima el lastre de la etiqueta de “remake” (pese a los excelentes resultados que algunos de ellos han cosechado recientemente dentro de otro género tan codificado como es el del terror, y cito cuatro casos: La cosa, Amanecer de los muertos, Matanza de Texas y Las colinas tienen ojos; no ya alcanzando el nivel del original, sino en algunos casos llegando a superarlo), ya que en este caso no se trata de actualizar un film para los nuevos públicos, sino partiendo del concepto original desarrollar otra historia de supervivencia completamente diferente. Lo cierto es que uno se imagina que en un pasillo adyacente Gene Hackman y Ernest Bornigne guían a otro grupo de personas hacia la luz.
Junto con los ya citados momentos de espectacularidad y estruendo –hay que ver todo lo que puede explotar en un barco sumergido; llegado un momento creo que hasta el agua salta por los aires envuelta en llamas- hay algunos apuntes, también típicos dentro del género, de hermosa desesperación/resignación, como son el abrazo entre el capitán y la cantante o la conversación sin palabras bajo el agua entre madre e hijo, moviendo los labios, cuando quedan separados por una rejilla en dos habitaciones que se van inundando. Recordando La tormenta perfecta, nadie como Petersen filma a gente que está a punto de morir ahogada. Y sorprende además algún apunte políticamente incorrecto, como la resolución de la escena del ascensor, donde la expresión “elegir entre la vida y la muerte” adquiere todo su estremecedor y complejo significado.
No contengan demasiado la respiración mientras la vean o podrían ahogarse.
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