sábado, octubre 29, 2005

Cuatro...


8. Felpudos con malas pulgas y buen corazón

Una de esas historias de lo que pudo haber sido y no fue es la de que la luna de Endor debía haber estado habitada por Wookies y no por Ewoks. La batalla de los bosques de Endor habría sido otra cosa, sin duda alguna. A George Lucas debió quedarle el gusanillo de tener a decenas de wookies en pie de guerra. En el Episodio III Yoda viaja al planeta Kashyyyk para hacer frente a las fuerzas independentistas droides. Con la ayuda de Tarfful, un guerrero bravo y poderoso al que se adivina veterano en mil batallas, y un joven a la sazón Chewbacca, los wookies se enzarzan en una violenta escaramuza. La escena no es todo lo larga que me hubiera gustado, pero permite hacerse una idea clara de que los wookies son una raza de guerreros temibles. Pero la parte de Kashyyk que me encanta es la final. Cuando el emperador ha ejecutado su orden 66 y las tornas giran peligrosamente para los jedi y sus aliados, cuando Yoda debe huir del planeta para salvar su vida y a los wookies se les avecina un periodo de lucha por la libertad o la esclavitud. En ese momento incierto y peligroso, Chewie le tiende el brazo a Yoda con delicadeza para subirlo a sus hombros y conducirlo hasta su cápsula de huida. Reflejando los lazos que existían entre el maestro y los wookies, y la veneración por un gran guerrero en trance de perderlo todo. La despedida entre ellos es triste y premiosa. Deja la sensación de que realmente se trata de un adiós entre amigos. Y que desde ese mismo instante las cosas ya no serán fáciles para ninguno de ellos.


7. El insidioso Darth Palpatine

La infamia justa en el momento adecuado. La pregunta lanzada con malicia. La orden perentoria en el instante preciso. La insinuación, la mentira encubierta por preocupación amistosa. Desde el principio una oculta mano Sith ha manejado los hilos de políticos, clonadores, diplomáticos, militares e incluso jedi, encaminando el sistema hacia un peligroso punto de inestabilidad, el que encontramos en el comienzo de La venganza del Sith. El encapuchado Darth Sidious, que desde la sombra impulsara el bloqueo de la federación de comercio a Naboo o la creación de una alianza independentista que amenazara a la República, busca ahora lo que perdió a manos de los jedi: un aprendiz. Y nadie mejor que el elegido, “aquel que traería el equilibrio a la fuerza” (a eso se le llama acertar con una profecía; claro que Anakin traería el equilibrio al exterminar a todos los demás: dos jedi contra dos sith). Habiendo desplegado ya sus fichas sobre el tablero del senado de la República, Palpatine, canciller supremo con un poder cada vez mayor gracias a la guerra en curso, siempre con inteligencia artera y sutileza suprema comienza a pulsar las emociones de Anakin: el odio y la rabia acumulados, el miedo a perder a aquella que ama por encima de todo. El paralelismo de la primera aparición de Palpatine en el Episodio III con las escenas de El retorno del Jedi son un guiño al espectador en el continuo juego de espejos invertidos entre una y otra trilogía. La escena en la ópera resulta especialmente importante en el proceso de manipulación, al igual que la que tiene lugar en las estancias del futuro emperador, cuando Palpatine, ya seguro de su victoria moral sobre su pupilo, se revela a a Anakin como el lord Sith que toda la Orden andaba buscando, sin éxito, a lo largo y ancho de la galaxia. Skywalker no ve venir mucho de lo que le sucede en la película, y cae cada vez con más fuerza bajo el magnético influjo del Canciller, hasta que finalmente, lo inevitable sucede: “De ahora en adelante... serás conocido como Darth Vader”.

1 comentario:

Anónimo dijo...

La despedida de Yoda por parte de Tarfful y Chewbacca es una escena simpaticota, además es puro E.T.

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