En el año 1982 una gigantesca nave espacial se estableció sobre la ciudad de Johannesburgo. Aparentemente averiada tras perder uno de sus módulos la mole flotante quedó allí sin dar señal alguna de vida hasta que las autoridades realizaron una incursión en su interior, donde cientos de miles de criaturas permanecían hacinadas y hambrientas en su interior. Las criaturas, dotadas de escasa inteligencia y comportamiento similar al de las hormigas obreras, carecían de liderazgo o de la habilidad para solucionar su difícil situación. Las autoridades sudafricanas decidieron agrupar a la población alienígena en un sector concreto de los arrabales de Johannesburgo, al que denominaron Distrito 9, para poder mantener la situación bajo una mínima ilusión de control.
Casi tres décadas después, la situación ha empeorado ostensiblemente, y el gobierno encarga a la corporación MNU que recoloque a la población extraterrestre en un nuevo campamento, el distrito 10, situado a doscientos kilómetros de la ciudad. Esperan así alejar a unos alienígenas que se comportan como carroñeros y roban toda clase de basura y objetos llamativos a los desprevenidos humanos que se cruzan en su camino. Además, gracias a la insana afición de los bichos por la comida para gatos, una cruel y expeditiva banda nigeriana está comerciando con ellos, cambiando armas -inútiles a menos que sean disparadas por los propios bichos- por latas de comida y controlando todo el crimen del distrito 9, desde el contrabando hasta la prostitución.
A ese polvorín acude el funcionario de la MNU Wikus Van de Merwe (Sharlto Copley) en el día señalado para el desahucio de la población alienígena, junto con un nutrido grupo de mercenarios experimentados al mando del coronel Koobus (David James). Les acompaña un equipo de televisión que grabará todo lo que suceda, dejando constancia de una maquinaria funcionarial desalmada que maneja a los extraterrestres como si fueran carne de cañón y que es totalmente insensible a las desgracias o necesidades del otro colectivo. Sólo un bicho, identificado como Christopher Johnson, mostrará algo de inteligencia cuando intentan desalojarle de su chabola, un bicho que ha sintetizado ese mismo día una sustancia que llevaba buscando durante décadas y que podría cambiarlo todo.
El destino pondrá a Wikus bajo las ruedas de los caballos de la MNU, será perseguido por las autoridades, hostigado por Koobus, y obligado a refugiarse en el Distrito 9, donde por primera vez en veinte años existe una posibilidad real de que cambien las cosas, aunque sea a costa de la sangre y el sudor de los bichos y humanos que se vean envueltos en un peculiar día de furia y de la destrucción del infame ghetto en el que el pueblo bicho se ha visto obligado a sobrevivir durante cerca de 30 años.
La génesis de Distrito 9 está en el corto Alive in Joburg (2005), dirigido por Neil Blomkamp, en el que un equipo de investigación visitaba un arrabal chabolista en Joburgo en el que las autoridades mantenían a un grupo de extraterrestres. El paralelismo entre esa situación y la tragedia del Apartheid vivido en Sudáfrica durante décadas resultaba manifiesta, mezclando un tratamiento de género con una idea valiente e incómoda que remitía al suceso real de la reubicación de 60.000 personas de color de una zona designada para uso exclusivo de la población blanca. La factura del corto llamó la atención de Peter Jackson, que ejerciendo como productor del proyecto aportó los 30 millones de dólares necesarios para que Neill Blomkamp rodara un largometraje partiendo de esa premisa.
La película se inicia como un falso documental sobre el Distrito 9 y poco a poco se nos va dando la impresión a través de testimonios de científicos e historiadores de que vamos a ver algo significativo, algo más que una simple evacuación de prisioneros. Alusiones a la "traición" de Wikus o a sus "actos inexplicables" contratan con el retrato de un funcionario engreído y pusilánime que debe su puesto al matrimonio con la hija del presidente de la MNU y al que la situación le viene grande desde el primer momento. La cámara del documental se introduce en el ghetto y durante unos largos minutos estamos viendo un crudo reportaje de Documentos TV sobre la difícil vida en un campamento de refugiados que se debaten entre la insensibilidad de los que les acogen y la crueldad de los que les oprimen y extorsionan. No deja de ser curioso que la única analogía establecida con el film haya sido el Apartheid -felizmente desaparecido desde hace casi dos décadas- cuando las referencias a población desplazada, refugiada o emigrante son igualmente apropiadas y sangrantes, máxime en estos tiempos en que hay campamentos con decenas de miles de refugiados en demasiados países del mundo.
Pero poco a poco ese tratamiento naturalista de la situación y el acercamiento cámara en mano a los protagonistas va dejando paso a un argumento de género más o menos clásico y a una película de ciencia ficción al uso en la que la cámara se estabiliza, la planificación de las escenas se vuelve cada vez más elaborada y el espectáculo se apodera de la pantalla, aunque nunca en detrimento de un mensaje de fondo verdaderamente desolador. Pese a un mínimo atisbo de poesía en su final, Distrito 9 no pierde ni un ápice de crudeza en su retrato de la ambición humana, de los mecanismos corporativos de las multinacionales del armamento y de los no menos salvajes métodos de los señores de la guerra que ejercen ese mismo mercadeo a un nivel más loca.
Para que tanta miseria humana nos llegue como espectadores pero no nos afecte excesívamente -al fin y al cabo es una película de ciencia ficción con abundantes escenas de acción y no pocas dosis de gore cuyo único propósito es entretener- resulta fundamental la labor del protagonista, Sharlto Copley, que podría interpretar perfectamente a un personaje de The Office metido en Dos policías rebeldes, que grita ante la injusticia, que mantiene un fondo de dignidad -mínima, bien es cierto, pero dignidad- a lo largo de todo el metraje, y que evoluciona de una forma aterradoramente realista a lo largo de la historia en virtud a sus propias miserias y errores y a su contacto con el bicho Christopher Johnson, con el que formará una peculiar alianza repleta de encuentros y desencuentros con vistas a lograr un objetivo que les beneficie a ambos.
Para terminar, me gustaría resaltar las similitudes en contenido de Distrito 9 con esa otra peliculita de ciencia ficción de bajo presupuesto que vi recientemente, Moon, y es que aunque parezca mentira ambas están protagonizadas por empleados de una multinacional, funcionarios al servicio de empresarios sin alma y aficionados al empleo de métodos poco éticos y expeditivos a la hora de maximizar beneficios. Igualmente sus protagonistas acaban afrontando un dilema moral tan antiguo como el hombre, el de sobreponer los problemas de otro a los propios y ofrecerlo todo con tal de ayudar al prójimo. El ruido y la furia, o la soledad y el aislamiento, dos caras de una misma moneda, la del hombre capaz de darlo todo por algo que ni siquiera puede llamar amigo, por algo que existe en el interior de todos nosotros, una suerte de imperativo categórico moral que nos induce a hacer lo correcto. Tanto Wikus como Sam nos remiten en sus respectivos laberintos emocionales a las palabras de un ilustre alienígena con cara de Jeff Bridges que venía a decir que lo que más le gustaba de los humanos, era que sacaban lo mejor de sí mismos cuando peor estaban las cosas. Lo triste es que si eso fuera cierto al cien por cien viviríamos en un mundo mejor que este. En cualquier caso, si no han encontrado tiempo para ver Distrito 9, no dejen de recuperarla en un pase doméstico, porque merece muy mucho la pena. Aunque exploten cuerpos y salgan decenas de criaturas que parecen grillos gigantes y el protagonista se llame Wikus.
Casi tres décadas después, la situación ha empeorado ostensiblemente, y el gobierno encarga a la corporación MNU que recoloque a la población extraterrestre en un nuevo campamento, el distrito 10, situado a doscientos kilómetros de la ciudad. Esperan así alejar a unos alienígenas que se comportan como carroñeros y roban toda clase de basura y objetos llamativos a los desprevenidos humanos que se cruzan en su camino. Además, gracias a la insana afición de los bichos por la comida para gatos, una cruel y expeditiva banda nigeriana está comerciando con ellos, cambiando armas -inútiles a menos que sean disparadas por los propios bichos- por latas de comida y controlando todo el crimen del distrito 9, desde el contrabando hasta la prostitución.
A ese polvorín acude el funcionario de la MNU Wikus Van de Merwe (Sharlto Copley) en el día señalado para el desahucio de la población alienígena, junto con un nutrido grupo de mercenarios experimentados al mando del coronel Koobus (David James). Les acompaña un equipo de televisión que grabará todo lo que suceda, dejando constancia de una maquinaria funcionarial desalmada que maneja a los extraterrestres como si fueran carne de cañón y que es totalmente insensible a las desgracias o necesidades del otro colectivo. Sólo un bicho, identificado como Christopher Johnson, mostrará algo de inteligencia cuando intentan desalojarle de su chabola, un bicho que ha sintetizado ese mismo día una sustancia que llevaba buscando durante décadas y que podría cambiarlo todo.
El destino pondrá a Wikus bajo las ruedas de los caballos de la MNU, será perseguido por las autoridades, hostigado por Koobus, y obligado a refugiarse en el Distrito 9, donde por primera vez en veinte años existe una posibilidad real de que cambien las cosas, aunque sea a costa de la sangre y el sudor de los bichos y humanos que se vean envueltos en un peculiar día de furia y de la destrucción del infame ghetto en el que el pueblo bicho se ha visto obligado a sobrevivir durante cerca de 30 años.
La génesis de Distrito 9 está en el corto Alive in Joburg (2005), dirigido por Neil Blomkamp, en el que un equipo de investigación visitaba un arrabal chabolista en Joburgo en el que las autoridades mantenían a un grupo de extraterrestres. El paralelismo entre esa situación y la tragedia del Apartheid vivido en Sudáfrica durante décadas resultaba manifiesta, mezclando un tratamiento de género con una idea valiente e incómoda que remitía al suceso real de la reubicación de 60.000 personas de color de una zona designada para uso exclusivo de la población blanca. La factura del corto llamó la atención de Peter Jackson, que ejerciendo como productor del proyecto aportó los 30 millones de dólares necesarios para que Neill Blomkamp rodara un largometraje partiendo de esa premisa.
La película se inicia como un falso documental sobre el Distrito 9 y poco a poco se nos va dando la impresión a través de testimonios de científicos e historiadores de que vamos a ver algo significativo, algo más que una simple evacuación de prisioneros. Alusiones a la "traición" de Wikus o a sus "actos inexplicables" contratan con el retrato de un funcionario engreído y pusilánime que debe su puesto al matrimonio con la hija del presidente de la MNU y al que la situación le viene grande desde el primer momento. La cámara del documental se introduce en el ghetto y durante unos largos minutos estamos viendo un crudo reportaje de Documentos TV sobre la difícil vida en un campamento de refugiados que se debaten entre la insensibilidad de los que les acogen y la crueldad de los que les oprimen y extorsionan. No deja de ser curioso que la única analogía establecida con el film haya sido el Apartheid -felizmente desaparecido desde hace casi dos décadas- cuando las referencias a población desplazada, refugiada o emigrante son igualmente apropiadas y sangrantes, máxime en estos tiempos en que hay campamentos con decenas de miles de refugiados en demasiados países del mundo.
Pero poco a poco ese tratamiento naturalista de la situación y el acercamiento cámara en mano a los protagonistas va dejando paso a un argumento de género más o menos clásico y a una película de ciencia ficción al uso en la que la cámara se estabiliza, la planificación de las escenas se vuelve cada vez más elaborada y el espectáculo se apodera de la pantalla, aunque nunca en detrimento de un mensaje de fondo verdaderamente desolador. Pese a un mínimo atisbo de poesía en su final, Distrito 9 no pierde ni un ápice de crudeza en su retrato de la ambición humana, de los mecanismos corporativos de las multinacionales del armamento y de los no menos salvajes métodos de los señores de la guerra que ejercen ese mismo mercadeo a un nivel más loca.
Para que tanta miseria humana nos llegue como espectadores pero no nos afecte excesívamente -al fin y al cabo es una película de ciencia ficción con abundantes escenas de acción y no pocas dosis de gore cuyo único propósito es entretener- resulta fundamental la labor del protagonista, Sharlto Copley, que podría interpretar perfectamente a un personaje de The Office metido en Dos policías rebeldes, que grita ante la injusticia, que mantiene un fondo de dignidad -mínima, bien es cierto, pero dignidad- a lo largo de todo el metraje, y que evoluciona de una forma aterradoramente realista a lo largo de la historia en virtud a sus propias miserias y errores y a su contacto con el bicho Christopher Johnson, con el que formará una peculiar alianza repleta de encuentros y desencuentros con vistas a lograr un objetivo que les beneficie a ambos.
Para terminar, me gustaría resaltar las similitudes en contenido de Distrito 9 con esa otra peliculita de ciencia ficción de bajo presupuesto que vi recientemente, Moon, y es que aunque parezca mentira ambas están protagonizadas por empleados de una multinacional, funcionarios al servicio de empresarios sin alma y aficionados al empleo de métodos poco éticos y expeditivos a la hora de maximizar beneficios. Igualmente sus protagonistas acaban afrontando un dilema moral tan antiguo como el hombre, el de sobreponer los problemas de otro a los propios y ofrecerlo todo con tal de ayudar al prójimo. El ruido y la furia, o la soledad y el aislamiento, dos caras de una misma moneda, la del hombre capaz de darlo todo por algo que ni siquiera puede llamar amigo, por algo que existe en el interior de todos nosotros, una suerte de imperativo categórico moral que nos induce a hacer lo correcto. Tanto Wikus como Sam nos remiten en sus respectivos laberintos emocionales a las palabras de un ilustre alienígena con cara de Jeff Bridges que venía a decir que lo que más le gustaba de los humanos, era que sacaban lo mejor de sí mismos cuando peor estaban las cosas. Lo triste es que si eso fuera cierto al cien por cien viviríamos en un mundo mejor que este. En cualquier caso, si no han encontrado tiempo para ver Distrito 9, no dejen de recuperarla en un pase doméstico, porque merece muy mucho la pena. Aunque exploten cuerpos y salgan decenas de criaturas que parecen grillos gigantes y el protagonista se llame Wikus.
12 comentarios:
Para mi es una pelicula fascinante con un contenido crítico bestial.
Además, los amantes de la acción pueden ver explosiones, tripas y violencia a destajo.
Imprecindible.
A mi me encantó, es genial.
Por cierto, los nombres son Van de Merwe y Christopher Johnson ;)
Saludos!
Yo me he quedado sin verla lamentablemente. Gran reseña, tiene pinta de ser muy interesante, toda una metáfora de la inmigración por lo que cuentas, un abrazo.
J.A. Rubio, desde luego la película no deja títere con cabeza, hasta el punto en que uno empatiza con los menos cabrones y con los que lo pasan peor. Ya sea como crítica del infame Apartheid o como aviso para navegantes del modo en que tratamos en la actulidad al "otro", ya sean inmigrantes o refugiados, la película resulta sumamente válida. Y si para que llegue a una mayor cantidad de público tiene que disfrazarse de película de acción a la Bay pues es un mínimo peaje. A mí me encantaría ver un Distrito 10 con el final de la historia...
Peter Parker, menudo patinazo con los nombre. Corregido inmediatamente. Es lo malo de escribir a todo trapo :D
Jaime, montate una sesion doble en casa cuando puedas con Moon y Distrito 9. Te lo vas a pasar en grande.
Me encantó, la historia, las gambas, el protagonista... espero la segunda parte ya. No creo que nos dejen así no? Se intuia una secuela
Ya circula por ahí un proyecto que se llama "District 10"...
A mi este film me sorprendió porque la verdad las espectativas que tenía eran bajas pero afortunadamente no se cumplieron y todo resultó ser mejor de lo que esperaba.
Saludos
Mirims, ya ves que Pep avanza una posible secuela... ¡Bien! Qué tierno el grillo gamba hijo de Cristopher Johnson, ¡¿a que sí?!
Pep, pues me alegro un montón, me encantaría ver cerrada la historia... Y un centenar de esas roboarmaduras repartiendo estopa a diestro y siniestro.
Anwar, yo por el contrario tenía unas expectativas elevadísimas, y las vi satisfechas con creces. Vamos, que me lo pasé bomba ;D
Publicar un comentario