Estamos en torno al siglo IV antes de Cristo, en la cuna de la civilización, el pensamiento y la cultura occidentales, en el momento álgido de la ciudad estado de Atenas, verdadero centro del universo al que acuden los mejores poetas, artistas y filósofos atraídos por el buen gobierno de Pericles para desarrollar en ese ambiente de efervescencia y genio su labor artística y científica. Allí acude Epicuro de Samos, un filósofo con unas ideas un tanto peculiares para la época, con la intención de abrir una escuela que practique la moderación como medio de alcanzar la felicidad del individuo. Con una visión atomista del universo -lo cual que le emparenta con Demócrito, filósofo con el que se le confundirá continuamente y al que se le acusará incluso de plagiar-, Epicuro no tiene ningún problema en darse pequeños placeres como comer queso con su rebanada de pan duro o enseñar a las mujeres, completamente apartadas de la vida cultural del momento, lo cual provocará no pocos enfrentamientos con sus colegas filósofos.
Es un mundillo peculiar en el que Sócrates domina todo pensamiento a través de su método de "hacer preguntas a los demás hasta hacerles quedar como imbéciles" y tiene a pupilos como Platón o Aristóteles cavilando en sus teorías filosóficas que expliquen la realidad y el mundo. Las escuelas filosóficas están enfrentadas y no dudan en buscar las cosquillas al contrario, ya sea enzarzándose en inacabables discusiones con los sofistas, interrumpiendo las progresiones matemáticas de los pitagóricos o desacreditando los métodos epicúreos por "poco filosóficos". Un mundo en el que igualmente nos encontramos con poetas como Hesiodo que compone odas a la vida en el campo y a sus criaturas, o como Homero, un engreído rapsoda que recita sus interminables cantos a quien quiera y a quien no quiera escucharle. No menos estrambótico resulta Esopo, que busca a través de tortuosos experimentos con animales la demostración empírica de que en la naturaleza pueden hallarse lecciones edificantes que guíen el comportamiento de los hombres.
Y en esa realidad anacrónica e imaginaria está Epícuro, un tipo honesto, sensato, decente, que busca transmitir sus enseñanzas a todo el mundo, ya sean mujeres espartanas o futuros dictadores macedonios como Alejandro que además de violar y matar deben aprender filosofía. Un filósofo que no tuerce el gesto ni cuando baja al Hades en busca de Perséfone a instancia de su santa madre Deméter, ni cuando se ve obligado a seguir el rastro de lasciva lujuria que Zeus va dejando a su paso por toda Grecia, ni cuando es testigo de una peculiarísima y algo extraña, pero en todo caso hilarante, guerra de Troya.
Esopo "investigando" una de sus fábulas más conocidas. ¡¡Ingrato, ingrato León!!
Epicurus The Sage fue una de las publicaciones encuadradas dentro del sello de DC Piranha Press, un experimento editorial que duró cuatro años (1989-1993) y que pretendía dar cabida a comics que por su experimentación formal o por su complejidad o rareza argumental no habrían encontrado salida al mercado. Colecciones antológicas como Beautiful Stories for Ugly Children o novelas gráficas como Gregory (Marc Hempel), The Hiding Place (Boatner y Parkhouse), Prince: Alter Ego (McDuffie y Cowan) o Why I hate Saturn (Kyle Baker) encontraron allí su hueco, pero ninguna de ellas provocó un excesivo entusiasmo del público, quedando alguna de ellas convertida en obra de culto para futuras generaciones, como es el caso de Gregory y su continuación o la excelente historia de Kyle Baker. De entre todas ellas, destaca esta aproximación gamberra y delirante a la Grecia clásica y a muchas de sus figuras históricas emblemáticas.
La República de Platón, modelo ideal de gobierno... Ideal para echar una cabezadita.
Epicurus The Sage es obra del equipo creativo formado por William Messner-Loebs y Sam Kieth. El primero se encontraba trabajando en otras colecciones de la casa, como Flash, Hawkman o Doctor Fate, en las que junto a un sanísimo sentido del humor y de la diversión realizó acercamientos originales y profundos a los personajes. Su colaboración con Kieth se extendió no sólo a los dos especiales de Epicurus aparecidos en el sello Piranha Press, sino a la serie The Maxx y a las nuevas aventuras del filósofo con las que se completó la recopilación Epicurus The Sage. Sam Kieth, por su parte, es uno de los más peculiares y personales dibujantes del comic norteamericano, con un estilo caricaturesco, surrealista, con tendencia a deformar o exagerar la figura humana y a mostrar extraños ángulos para encuadrar la acción de sus viñetas. O lo amas, o lo odias, y a lo largo de su carrera ha trabajado en títulos lo suficientemente variados como para que lectores de todos los espectros del mercado lo hayan disfrutado o sufrido: Sandman, Aliens: Earth War, Wolverine: Blood Hungry, Wolverine/Hulk, Batman: Secrets, The Maxx, Zero Girl... Me encuentro entre sus devotos seguidores, y lo cierto es que el trabajo realizado en Epicurus es realmente escandaloso, dada la comicidad de sus gags visuales, la expresividad de los personajes a la hora de plasmar las conversaciones delirantes, el dinamismo de muchas de sus escenas, la imaginación surrealista con que aparecen plasmados dioses y criaturas del averno.
Leí hace ya casi dos décadas las dos primeras entregas de Epicuro, el sabio en su primigenia edición de Zinco, en el momento justo, con 16 añitos y sufriendo semana a semana las insufribles clases de filosofía en el instituto. Los conceptos abstractos y abstrusos, la terminología oscurantista, la retórica retorcida y las diferenciaciones entre escuelas y pensadores dentro de una misma corriente me volvían completamente tarumba. No es de extrañar que este tebeo me arrancase verdaderas carcajadas en su momento y que a pesar de haberlo releído varias veces con el paso de los años, aprovechara la reciente edición en castellano del compendio de las andanzas del filósofo de Samos para volver a disfrutar de los disparates, chistes anacrónicos, pullas extemporáneas y rocambolescas situaciones que nos deparan las cuatro aventuras que incluye el mencionado tomo: De visita por el Hades, Los muchos amores de Zeus, El carro del Sol (en glorioso blanco y negro, que diría aquel, que permite disfrutar al 100% del trazo de un Sam Kieth desatado en una historieta que parece un corto animado de Tex Avery por su endiablado ritmo y su preponderancia del gag visual) y Los chicos de Helena, una descacharrante y desmitificadora visión de la Guerra de Troya que no deja títere con cabeza y en la que se aprecia un cierto exceso de experimentación narrativa por parte de un Kieth más excesivo que nunca. Sólo por poder leer estas dos historias, inéditas hasta el momento en nuestro país ya merece la pena leer este tomo, aunque como en mi caso, se posea una de las añejas ediciones de Zinco, editorial que mes a mes hacía historia editando de la mejor manera posible entonces algunos comics antológicos, algo demostrado en el hecho de que dos décadas después siguen plenamente vigentes y son disfrutables incluso aún más que entonces. Aunque sea sin moderación y de forma "poco griega".
5 comentarios:
Solo leí la primera parte que edito zinco pero me encanta este comic!
Gran critiquilla Pedro
Hell Yeah! Gran tebeo.
¡Números corruptos, Números corruptos...! XDD
Justo, ¡muchísimas gracias! Si te gustó la primera parte deberías leer el resto. Hay gags antológicos y Kieth se suelta la melena todavía más. He pasado un rato genial recordando mis viejos tiempos como lector.
Bruce, ¡cuatrillón! ¡zillón! ¿Eres tú, Platón? Ainssss, los viejos chistes, qué bien funcionan...
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