viernes, enero 12, 2007

Las banderas de Clint Eastwood

John “Doc” Bradley sufre un infarto en las escaleras de su casa mientras llama a gritos a Iggy. Un medico acude a auxiliar a un herido en un tétrico, asolado y oscuro campo de batalla. Mientras atiende a su camarada un japonés le ataca, y el enfermero lo acuchilla. El médico termina de curar al soldado norteamericano mientras a sus espaldas el japonés expira. Tres soldados ascienden penosamente una colina sólo para descubrir cuando llegan a la cima que todo es un decorado en el interior de un estadio. Este es el fragmentario inicio de Banderas de nuestros padres, película narrada mediante flashbacks, estructurados a través de una serie de entrevistas realizadas entre los supervivientes de la compañía con la que Bradley cumplió servicio durante la II Guerra Mundial. Esa reconstrucción de los hechos permitirá a su familia comprender mejor el hombre que fue “Doc” y los lazos de amistad, y camaradería que entabló con aquellos que lucharon a su lado.


Tras el periodo de instrucción en una isla del Pacífico miles de soldados fueron enviados a tomar la isla de Iwo-Jima, al sur de Japón, con el objetivo de tener campos de aterrizaje próximos desde los que bombardear o lanzar tropas aerotransportadas a tierras niponas. Las tropas japonesas allí atrincheradas, cerca de 20.000 soldados, construyeron un intrincado sistema de túneles y cuevas con baterías de cañones y ametralladoras dispuestas a lo largo y ancho de la isla. El objetivo no era sino retrasar todo lo posible el avance estadounidense y provocar en el enemigo el mayor número de bajas posibles. Tras un sangriento y caótico desembarco una compañía es enviada a la cima del monte Suribachi para izar una bandera.

John Bradley fue uno de los soldados retratados en la célebre foto de dicha bandera, instantánea sacada en segunda instancia y casi al azar por el fotógrafo de la Associated Press Joe Rosenthal y que en seguida llamó la atención del Departamento de Guerra, del Servicio de Propaganda y del Departamento de Estado. Con motivo de rentabilizar la publicidad y vender bonos de guerra la Secretaría de Estado organizó una gira con tres de esos soldados, Bradley, el nativo americano Ira Hayes, y el risueño Rene Gagnon. A través de la multitudinaria gira por estadios y cenas benéficas de gala llegamos a ver de qué manera cada uno de ellos ha visto su vida afectada por lo que vivió, y cómo muchas veces aquello que cargamos en nuestra conciencia y nuestro recuerdo se resiste a quedar relegado al olvido. Una intensa reflexión acerca de la consideración social y política del concepto de héroe, y una patética mirada a la inhumanidad de la guerra.


El año no podía empezar mejor cinematográficamente hablando gracias al estreno de la penúltima película dirigida por Clint Eastwood, Banderas de nuestros padres. Basada en el libro biográfico escrito por James Bradley y Ron Powers, el proyecto fue largamente acariciado por un Spielberg cuya apretadísima agenda no le impidió ejercer de productor, dejando la tarea de dirección a Clint Eastwood. Lejos de ofrecer el típico panfleto ensalzando el ardor guerrero de una compañía de soldados sobre las arenas de Iwo-Jima, el tío Clint se la jugó decidiendo realizar no un film, sino dos, sobre dicha batalla, reflejando los puntos de vista de los dos bandos contendientes, norteamericanos y japoneses. El reparto de actores jóvenes, muchos de ellos con un gran parecido físico con los personajes reales a los que encarnan, ofrece una interpretación muy ajustada, y en muchos casos especialmente lograda, como es el caso del triplete protagonista, Ryan Phillipe, Jesse Bradford y Adam Beach, pero sin olvidar las intervenciones como secundarios de Jaime Bell, Barry Pepper, Neal McDonough o Paul Walker. Un hecho curioso es que muchos de ellos ya han intervenido en otras producciones bélicas como Salvar al Soldado Ryan (Pepper), Band of brothers (McDonough), Windtalkers (Adam Beach) o Death Watch (Bell). Sumémosle al conjunto una intimista partitura compuesta por el propio Eastwood -orquestada por su habitual Lennie Niehaus- y una fotografía ocre y deslucida obra del también habitual en sus últimas producciones Tom Stern, y tendremos una cinta que ganará con el paso del tiempo y de los sucesivos visionados.


Como ya he apuntado, no es Banderas… un film bélico per se, ya que sólo hay una escena centrada en los avatares guerreros de la compañía de soldados –si bien tremenda, la del desembarco-. El resto del film se reparte entre los recuerdos que los veteranos van contando a James Bradley –hijo de “Doc”- y la gira promocional que Hayes, Gagnon y Bradley realizaron a los largo y ancho de los EEUU rentabilizando su popularidad para vender bonos de guerra, necesarios para mantener la industria armamentística, en quiebra técnica a principios de 1945. Es a través de las reacciones de los tres soldados intentando comprenderse entre ellos y al resto del mundo, que los admira y agasaja como a héroes, que Eastwood construye su discurso sobre la falsedad de los iconos, la construcción de los mitos y la rentabilidad de las falsificaciones. Pese a lo que pueda parecer, no es una película demoledora en su contenido, ya que la historia que relata es de sobra conocida en su país, pero sí invita a la reflexión sobre el modo en que su país manda a generaciones enteras a matar y morir por medio mundo en aras de unos intereses cuanto menos oscuros –la charla con el representante del gobierno es clara: los soldados están de gira para vender bonos con los que mantener la guerra, la pescadilla que se muerde la cola-. Melancólica y pausada en la mayor parte de su metraje, terrorífica en otros, siempre interesante, Banderas de nuestros padres es una película que hay que ver, a la espera de completar este díptico con Cartas de Iwo-Jima. Por cierto, que si entre ambas películas se produce el cross-over que yo me figuro, alrededor del soldado Iggy (Jaime Bell), podemos estar ante una de las secuencias más tremendas del presente año. Casi espero que Clint no sea tan malo.


Para acabar, y como es habitual en mí, no quiero olvidar dos aspectos negativos, en mi opinión, acerca del film. En primer lugar, su indefinición temática -ya presente en el original literario- le hace oscilar entre Salvar al soldado Ryan en lo bélico (tanto en fotografía, como en montaje o ambientación se nota la sombra de Spielberg en la factura de la escena del desembarco) y Los mejores años de nuestra vida (William Wyler) en la difícil adaptación del soldado superviviente a la vida civil y en la más difícil aún autoaceptación de éstos por los hechos vividos en la contienda. Por otro, más grave que el anterior, ya que es un problema que lastra los veinte minutos finales, es la voz en off que se empeña en explicarnos todo lo que estamos viendo. La regla de oro del comic, para mí, debería aplicarse igualmente al cine, no digas con palabras lo que ya están expresando –y perfectamente además- las imágenes.

Pese a estos últimos detalles, cine con mayúsculas servido entre sangre, sudor y lágrimas por uno de los últimos clásicos de Hollywood.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

De acuerdo con tu valoración de la peli. Por si interesa, aqui http://www.iwojima.com/raising/lflagi.gif se puede ver la foto original de la conquista del Suribachi. La famosa es de cuando se sustituyo por una bandera mas grande de un barco (de ahi que hicieran falta 6 tios para ponerla).

Plissken dijo...

Zubiarra:

Es usted una enciclopedia en cuestiones militares ;) En efecto, las fotos que he puesto son "la famosa" histórica y "la famosa" recreada, no la original con una bandera más pequeña. Casualidades de la historia y uno de esos ejemplos claros de que "el que se mueve" no sale en la foto. El azar es un asco, y la guerra más.

Un abrazo!

Anónimo dijo...

Siento decir que hasta ver la peli (hoy o mañana espero, a mas tardar) no voy a leer el comentario, pero por el mogollon que has escrito voy a pensar que es buena.

:p

Plissken dijo...

Adri:

Pero hombre, si ya no destripo argumentalmente nada, y lo poco susceptible de revelar cosas lo pongo en blanco para que solo se lea cuando el texto sea seleccionado. Se acabaron los molestos spoilers.

Y a mí personalmente me gustó, que ya saben ustedes que para gustos... ;)

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